Vivir como una pieza de arte

Los dados cargados del destino volvieron a rodar sobre el tapete cuando, en 1976, se produjo el cruce casual de dos personajes que, por caminos contrapuestos, se fijarían en la memoria colectiva como referentes culturales. En el de la moda, ella; en el del arte, él; y ambos en el de la imagen. Un encuentro que se suponía discreto en el marco de un particular paraíso caribeño, del que una fotografía –¿podría haber un mejor símbolo para encarnarla?– resultará la única evidencia.

Mediando la posibilidad de una honda conexión natural, la relación entre la diseñadora de modas venezolana Carolina Herrera y el fotógrafo estadounidense Robert Mapplethorpe, que los círculos artísticos ponderan merced a su puntual colaboración, debió haber fraguado en aquella cita en Mustique, donde, como en ciertas islas de la literatura, el tiempo solo es un pretexto para el ensimismamiento.

A partir de esta coincidencia, Henry Zapata (1983), dramaturgo venezolano de incipiente aunque reconocida obra, compone un texto lleno de sentido, perceptivo y rebosante de sensibilidad. En el desarrollo del diálogo los tópicos fluyen verosímiles, venciendo la lógica de las circunstancias: ¿Qué tenían para decirse estos seres tan disímiles quienes, ajenos aún a la fama, reproducían en el contexto –el compromiso de una sesión fotográfica– los roles usualmente rígidos de cliente y proveedor?

Excusados los prolegómenos de su encuentro, los personajes ingresan rápidamente en el terreno de la intimidad, revelada poco a poco como en una especie de cómplice “juego de la verdad”. Con la sutileza del caso, lo desvelado en la conversación entrelaza los datos gruesos de su biografía con manifestaciones de común sensibilidad.

A propósito de las experiencias extremas de Mapplethorpe en sitios de prácticas sadomasoquistas, Herrera le inquiere:

“Carolina: ¿Eres asiduo a La Mina?
Robert: Antes iba por diversión y placer. Desde hace unos meses me he obsesionado con desarrollar un ensayo fotográfico. Quisiera crear una ventana, mostrar algo, acercar a la gente a un mundo que puede resultar extrañamente hermoso.
Carolina: ¿Puede haber belleza en un sitio así?
Robert: Por supuesto. En todos lados hay belleza, para quien sabe mirar”.

Originarios de estratos sociales antagónicos, la ruta del diálogo va haciéndolos desembocar en percepciones afines. Si su perspectiva sobre la vida es desigual, las vivencias, el camino por el que la experiencia genera inevitablemente una reflexión, van igualándola. Sus comentarios sobre el amor, la moral, el orgullo, la belleza, el fracaso o la libertad, desprovistos de solemnidad, apuntan en una dirección: la imagen propia como reivindicación de la existencia, el arte como justificación de la vida.

“No todos somos artistas, pero sí deberíamos vivir todos nuestra vida como piezas de arte”, comentará Fenton Bailey sobre la vida de Robert Mapplethorpe en un documental póstumo. Se diría que no otra cosa terminaron haciendo ambos personajes.

‘Mustique’, publicada recientemente por Monte Ávila Editores, puede descargarse de manera gratuita desde el siguiente enlace: https://monteavilaeditores.com/libros/mustique/

Prensa Carlos Cova/ÚN