Durante los últimos años existe una recurrente inquietud en sectores de la extrema derecha, con propuestas claramente a favor de las élites capitalistas y logran triunfos electorales en países empobrecidos por estas élites: ¿Por qué los trabajadores, las mayorías excluidas históricamente del reparto del capital, discriminadas de múltiples formas, deciden votar por el “opresor”: los Milei, en Argentina; los Trump, en Estados Unidos?
Esta pregunta no tiene una respuesta clara y tampoco es el objetivo de Ignacio Ramonet en su libro La era del conspiracionismo Trump, el culto a la mentira y el asalto al Capitolio —que cuenta con una edición venezolana con Monte Ávila Editores Latinoamericana—; sin embargo, en un diálogo con el periodista Raúl Cazal en el episodio 41 de Las formas del libro, ofrece algunas pistas para comprender este fenómeno con rasgos paranoides.
Explica Ramonet que se trata de la aparición de un discurso contradictorio que carece de una “explicación económica racional” sobre la realidad, pero que resulta efectivo creando “universos de relatos donde la gente se reconoce”.
La cada vez menor brecha entre la clase media y la clase más empobrecida ha servido para agitar las tensiones raciales que la anterior distancia social y económica lograba disimular. “Todo tiene una dimensión racial”, sentencia Ramonet, al tiempo que explica cómo la disminución de esas clases medias le obligan a convivir directamente con “los pobres”.
Paradójicamente, las crisis del capitalismo y, dicho sea de paso, la impotencia de la izquierda, han posibilitado el surgimiento de un individualismo que encuentra en “el odio” su principal “condimento”.
El forzado e indeseado encuentro de las clases medias y las clases más empobrecidas ofrece resonancia al discurso que señala al “Estado profundo” (Trump) o a la casta (Milei) de ser responsable de su desgracia por “favorecer a las minorías”, de modo que más que a un problema asociado al modelo económico capitalista, se trata de un problema asociado, en primer lugar, a la existencia de los pobres y grupos minoritarios y, en segundo lugar, a un manejo o gestión incorrecta del modelo.
De esta forma, el nuevo discurso fascista no duda en coincidir y (con)fundirse con viejas consignas de la izquierda tradicional. Por un lado, retoma la idea de los medios como un poder con intereses propios cuyo norte, por tanto, no necesariamente coincide con la prometida búsqueda de la verdad. Por el otro, critica abiertamente a poderosos grupos del establishment, acusando a Wall Street, a Washington y a los partidos tradicionales de mentir o “engañarlo a usted”, así como de ofrecer ventaja a las minorías.
Ramonet observa que en el caso de Trump, este discurso termina por posicionarlo “como un líder religioso, como un profeta, un visionario” y, aunque “Milei no tiene ese talento”, ambos utilizan las redes sociales como “altavoz” para el fascismo. “Crean las fake news y se las creen”, comenta por su parte Cazal.
Mientras el voto por Trump alude a la búsqueda de un salvador, cuyo programa sería la restauración del capitalismo, esto es, salvarlo de la desviación demócrata, vista ahora como una “organización de delincuentes cuyo líder es Hillary Clinton”, el voto por Milei estaría dirigido a “dinamitar el sistema político argentino” más que a la aplicación de un programa, afirma Ramonet.
Así, relata el intelectual español que Thomas Mann, en su cuento Mario y el Mago, escrito para denunciar al fascismo, revela como este “te hace ver lo que no existe”, se trata de cosas “imaginarias, y por tanto reales, pero que no existen”. Para lograr este acto casi “mágico” los fascismos se han valido de las redes sociales: “la tecnología tiene que ver también con las prácticas políticas”, recuerda, cual advertencia que obliga a replantear las estrategias de la izquierda a partir de la existencia de estos nuevos medios y el modelo discursivo que inauguran.
Prensa CENAL