Reflexiones iniciales
Estos testimonios los dedico a mis hijas Cyntia y Ariana, y a la hermosa juventud de Venezuela.
Contaba treinta años de edad cuando surgió esta idea, pero debo confesar que, curiosamente, el disfrute de la lectura de “Pobre Negro” resultaría para mí la referencia de asombros del escritor más prestigioso del país. No había leído aún a “Doña Bárbara”, ni a “Cantaclaro”, ni a “Reinaldo Solar”. Tampoco a “Canaima”, pero recuerdo que, al celebrarse ochenta años del nacimiento de Rómulo Gallegos y durante mi primer viaje a Cumaná, fui estremecido por un baile de tambor que jamás había visto. Nada más y nada menos que Don Lino Gallardo y su Conjunto Folklórico de Curiepe, presentado por el escritor Alfredo Armas Alfonzo, quien se dirigió al público del auditorio para decir «Aquí no hay concesión ni a lo fácil ni a lo bonito. Así es este pueblo después que recoge el cacao, que siembra su maíz, que vive su vida dura». Sus palabras las sentí en los más íntimo y le devolvieron a mi imaginación alguna página de “Pobre Negro”.
“Resuenan los parches del curbeta y del mina. Y el alma negra vuelca en el grito sensual que le arranca la música bárbara, la entonación lamentosa que enturbia la alegría de las razas humilladas”.
Así les llamaba Rómulo Gallegos: “razas humilladas”. Creo que entendí aquella vez a Barlovento con las velas del mampulorio, la tristeza de hombres y mujeres ante un niño muerto, alegrías de tambores, nombres que no había escuchado nunca: el quichimba, las baterías del culo’e puya y del quitiplás, y bailes, y más bailes y cantos, y gritos secretos de guerra y la palabra libertad. Yo era adolescente aún, andariego, y me gustaba mucho el mar, me gustaba la gente negra, lo recuerdo. Me sigue gustando cada día de manera intensa. Nunca imaginé que durante esa corta estancia en Cumaná palparía por vez primera el saber de Barlovento en contrapunteo con alguna página de “Pobre Negro”, mucho menos que viniera a mis manos otra compensación de la que haré diversos comentarios en los párrafos que siguen al referirme al “Oriente Universitario”, dedicado a Rómulo Gallegos en 1964 y que yo devoraría frase a frase, como si lo escrito fuesen palabras ficticias. Coincidiendo con la fecha del primero de mis viajes a Cumaná me envolví en aquel anillo galleguiano, sin poder aplacar ese apetito por conocer más y más de un país que él también hizo suyo.
Digo que tendría treinta años de edad cuando surgió la idea del libro actual, pero ya estaba instalado definitivamente en Cumaná, donde permanecí por largo tiempo sin olvidar lo que expliqué en las líneas trazadas en el párrafo anterior. Durante aquella estancia releía a “Doña Bárbara”, a “Cantaclaro” y a “Canaima”. Tuve claras las ideas sobre el Maestro Gallegos por cosas del destino surge un nuevo viaje a La Habana. Vuelven las circunstancias de luchas por un futuro mejor y llega otra mano amiga. En una parte del camino encuentro la grata compañía de Miguel Otero Silva, con quien pude analizar de nuevo el itinerario de Rómulo Gallegos que da origen a las páginas que siguen. De esta forma empezó todo.
1.- Entre agosto de 1984 y agosto de 2024.
El 2 de agosto de 1984 Venezuela entera celebró el centenario del nacimiento de Rómulo Gallegos. Uno de sus mejores amigos, el escritor Isaac Pardo Soublette, asumió la responsabilidad de presidir la comisión creada para festejar el aniversario del novelista y pedagogo, formador de la generación del 28. Recuerdo que me sumé a los actos de distinción de Rómulo Gallegos, cuya biblioteca personal fue donada a la Universidad de Oriente en Cumaná. Guardo en mi memoria la imagen de aquel rostro del escritor octogenario que retrataría el Sebastián Garrido andaluz en las instalaciones educativas de Cerro Colorado. Repetidas veces lo contemplé en el “Oriente Universitario”, boletín informativo de la casa de estudios a la cual serví desde la cultura, más allá de tantas exigencias y compromisos académicos. Me hice difusor de los saberes de nuestra gente humilde, repitiendo el lema que inventó aquel soñador de patrias, Alfredo Armas Alfonzo, para convocarnos a la llamada Casa más Alta: «Del pueblo venimos y hacia el pueblo vamos».
“Mito y Realidad” se tituló en el conocido boletín otra edición de mayo-junio de 1969, dedicada a quien en la vida buscaría símbolos de la identidad nacional a través de sus novelas, como lo afirmaba repetidas veces el primer hijo varón de Rómulo Gallegos Osío, nacido en Caracas un 2 de agosto de 1884, Rómulo Ángel del Monte Carmelo Gallegos Freire. Mi amigo, el poeta Arnaldo Acosta Bello, como secretario de redacción del señalado boletín, organiza un homenaje póstumo a Rómulo Gallegos y aseguraba, el mismo año de su muerte, que «cuando la narrativa venezolana quedó en manos de Rómulo Gallegos (si se puede decir así) él se encargó de hacerla admirablemente suya como creación, y de todos (el colectivo) como expresión, indagación y reflejo de un pueblo que comienza a descubrirse a sí mismo en esas obras, como nunca había sucedido con otras».
Seguirían en ese número repetidas tomas fotográficas de los últimos años de vida del Maestro fumando dentro de un automóvil, apoyado en su bastón o leyendo un discurso cuando expresó su fe en la juventud y en los altos principios Universitarios al recibir el Doctorado Honoris Causa en Cumaná. Uno más en la amplia trayectoria de gran escritor. Esa vez, cuando las sagradas palabras del novelista se dejaron de oír, una figura del público inclinó la cabeza, visiblemente angustiada por el temblor de las manos del autor de “Doña Bárbara” y por el tono de la voz. Hasta que una frase de aquellas que salían de su boca le devolvió el ánimo y se puso a aplaudir entusiasmada. Hablamos de Sonia, su hija, citada en la inusual leyenda junto a otras fotos de Garrido en una misma página. De brazos de su inseparable Sonia, Rómulo Gallegos recorre los pasillos de mi Universidad, en la ocasión en que fue condecorado por el gobierno nacional en presencia de Raúl Leoni y del Rector Luis Manuel Peñalver. Elisa Lerner, al sumarse al homenaje, escribió que alguna vez se ha dicho que los pueblos jóvenes no tienen memoria, «Y es que esa reflexión o lucidez colectiva que acompaña o, mejor, se identifica con la memoria de un país, generalmente, no se conquista sino después de un vasto sufrimiento…».
Sigo hojeando la hermosa colección del “Oriente Universitario”, impresa en papel glasé de altísima calidad y que me ha acompañado de un lado a otro entre tantas mudanzas. Así me encuentro otra vez con el mes de agosto de Rómulo Gallegos, pero un día 12 de 1964, cuando el Director de Extensión Universitaria y del boletín, también amigo y admirado escritor, Alfredo Armas Alfonzo, utiliza en el fotograbado la inolvidable imagen de Sebastián Garrido para acompañarla con esta frase de Gallegos:
“Yo hice mi experiencia de mí mismo, y a la rendición de cuentas de mis actos, vengo sin arrogancias, pero sin abatimientos: No tendré que arrancar de mi obra literaria ni una sola página donde me haya exhibido defensor de derechos, procurador de justicia y solicitador de bienestar y felicidad para mi pueblo, mientras en la oportunidad de la acción de todo eso se me hubiese olvidado. Yo puedo reanudar mi obra literaria deteniéndome otra vez frente a la casa de Juan el Veguero, con la seguridad de que no se negará a asomarse a la puerta porque ya hubiera perdido tiempo cuando me lo refirió sus desventuras a mi trashumante Cantaclaro”. La Habana / abril de 1949.
Cumplía Gallegos en 1964, mes de agosto, ochenta años de una vida definitiva y entrañablemente emparentada con lo mejor de la literatura nacional. “Ejemplo de dignidad civil y una recia obra de educador”, se lee en esa primera página del “Oriente Universitario”, con la forma de su rostro imperturbable retratado bajo el cielo azul de Cumaná. Se completa con la imagen de la edición española de “Doña Bárbara”. Apareció en Barcelona, la catalana, el 15 de febrero de 1929, en impresión de dos mil copias, y así sucesivamente se van mostrando más fotos de otras portadas, como la correspondiente a la edición sueca de Karim Alim, 1946. La edición de Orión, elaborada en prensas mexicanas con destino a Puerto Rico. Picón Salas la prologó, 1950. La segunda edición checa,1958. La edición francesa de Gallimard, traducción de René L. F. Durand, 1951. La versión noruega, impresa en Oslo, con sello editorial de Aschehoug y traducción de Axel Sandemose, 1941. La primera versión alemana, fechada en Leipzig, traducida por G. H. Neuendorff, 1941. El texto en inglés impreso en New York, traducción de R. Malloy, 1931. La segunda edición alemana impresa en Zúrich, versión de Werner Peiser, 1952. La versión portuguesa, traducida por Jorge Amado, otro buen nombre de la mejor literatura americana, 1940. La caprichosa y mutilada versión francesa de Henry Panneel,1943. De dos tomos consiste la edición peruana de Juan Mejía Baca de la que se llegaron a imprimir cincuenta mil ejemplares, y de Austral, el libro que ya en 1964 alcanzaba la vigésima edición. Por supuesto, aparece también la carátula de la primera edición venezolana de “Doña Bárbara”, que tiene fecha de 1930, portada de Rafael Rivero y sello editorial de Élite. En el “Oriente Universitario”, hermosamente diagramado por Mariano Díaz, se incluye además una cronología de la vida y de la Obra de Rómulo Gallegos (1884-1964), y así aquel boletín se convierte con el tiempo en pieza de alto valor. Destacan los inigualables testimonios que brotan del pulso de Ricardo Montilla, quien vivió junto al Maestro Gallegos y asegura en relación a la novela “Doña Bárbara”, que después de ordenados sus apuntes, redondeada la elaboración mental de la obra, Rómulo Gallegos se puso a la máquina y en veintiocho días terminó el manuscrito. Lo tituló inicialmente “La Coronela”.
“1884. 2 de agosto. A las 10 de la mañana, en una casa de la esquina de Zamuro, en Caracas, nace Rómulo Ángel del Monte Carmelo Gallegos Freire. Es el primero de los seis hijos (tres hembras y tres varones) de Rómulo Gallegos Osío, comerciante, y Rita Freire Guruceaga, originarios de Villa de Cura”.
“1964. El Gobierno Nacional, como un reconocimiento a su obra de escritor, crea el Premio de Novela Rómulo Gallegos, con recompensa de bolívares 100.000. Todo el país hace suya la fiesta de celebración de sus ochenta años”.
Son cosas y casos de la vida, y de un destino consustanciado con el cultivo de la imaginación. Hoy, viernes 2 de agosto de 2024, comprendo mejor la estrategia de luchar por los demás mientras repaso la introducción de “Mis papeles errantes: Entre Rómulo Gallegos y aquella generación del 28”. Me percato ahora que se cumplen exactamente ciento cuarenta años del nacimiento del escritor, quien también ocupó en 1948 la Presidencia de la República, y fue líder de la Cámara Municipal de esta misma ciudad en el año 1938. Sigo revisando documentos y dándole orden a lo que he llamado en varios casos “Los papeles errantes”, y que me hacen compañía de un lugar a otro lugar, de una ciudad a otra, por más de medio siglo. Muestra fiel de mi temperamento de vagas angustias. Hoy me encuentro de nuevo con la sinceridad del gran pensador y radiante pedagogo Rómulo Gallegos, hijo célebre de este país, Venezuela, actualmente amenazada por otras naciones del mismo continente. No estoy bien de ningún modo, pero llego a la dimensión íntima de comprender y celebrar el alma noble de sus sueños. Hoy no me cabe ese dolor que se renueva con atemorizantes noticias de indeseables torbellinos. Entonces decido elegir una cita suya publicada en la famosa revista “La Alborada” en marzo de 1909:
“La solidaridad de la ideas prepararía el terreno a la de los intereses de estas naciones hermanas; las alianzas comercial, militar y política vendrían después como consecuencia de esta alianza del pensamiento que, pulsando el alma americana haría ver ya no como una hermosa utopía, sino como una cosa realizable y de toda urgencia necesaria, la armonía de naciones, que apenas separadas por fronteras geográficas, parten de un mismo origen, son una sola raza y están llamadas a cumplir un idéntico destino”.
Las angustias de Rómulo Gallegos no cesaron nunca, y hay que saber traducir la realidad que él vivió con base en la dignidad de un pueblo que sigue luchando por ser libre, y respondiendo con gallardía ante cualquier amenaza de intimidación.
2.- Aquel viaje a La Habana con Miguel Otero Silva en 1981.
Soy franco. Siempre traté de interpretar la esencia rebelde y humana de Rómulo Gallegos. De eso hablaba en septiembre de 1981 con el novelista Miguel Otero Silva, a quien tanto admiré y de quien sigo leyendo repetidas veces la recreación del pueblo donde nací a través de aquella obra “Oficina N°1”, la del pozo petrolero que produjo 1.104.921 barriles y se detuvo a una profundidad final de 6.184 pies. Me encuentro con Miguel Otero Silva una vez más. El escritor Luis Brito García, el periodista José Pulido y yo viajamos junto a él como invitados de Casa de las Américas para estar presentes en La Habana en el I Encuentro de Intelectuales por la Soberanía de los Pueblos de Nuestra América. Por más de dos horas conversamos dentro del avión en asientos contiguos de una misma fila. No hablamos de ninguna de sus seis novelas anteriores, aunque sí pudimos tocar muy de paso “La muerte de Honorio” por un dato desconocido para mí. Nuestra charla se centra en Rómulo Gallegos y en lo que haría falta escribir para recordar al hombre de una memoria prodigiosa que muy pronto, en la misma década de nuestro encuentro, cumpliría cien años de nacimiento. Habíamos empezado el diálogo cuando Otero Silva aporta, entre bromas, otra noticia sobre “Doña Bárbara” y que es testimonio directo de Andrés Eloy Blanco. No debió llamarse “Doña Bárbara” aquel libro, sino Doña Pancha, que fue la Doña Bárbara de esos paisajes del Apure. Su nombre era Pancha Vásquez, a quien conoció Andrés Eloy Blanco por temas de asesoría legal. La describe “fea, oscura, casi negra, gruesa, muy gruesa, pero extraordinaria como jinete y pistola en mano para defenderse de las adversidades”. No manejaba yo tal información, como tampoco estaría al tanto de que uno de los personajes en los que se inspiró Otero Silva para escribir la novela “La Muerte de Honorio” fue Eduardo Gallegos Mancera, amigo entrañable tanto de Miguel Otero Silva como de Rómulo Gallegos.
Otero Silva me habla de Rómulo Gallegos con especial afecto, sin dejar de referirse a la conocida polémica que hicieron pública en octubre de 1944 a través de distintas cartas por sus diferencias de opiniones sobre Rómulo Betancourt, su partido político, la venezolanidad y sus vertiginosos cambios. Tanto Rómulo Betancourt como Miguel Otero Silva fueron alumnos de Rómulo Gallegos en el antiguo Liceo Caracas (hoy Liceo Andrés Bello en esta urbe), pero transitaron caminos distintos en la política. En 1944, año del intercambio epistolar entre el Maestro Gallegos y Otero Silva, ya este barcelonés nacido junto al río Neverí, era citado internacionalmente como escritor por su primera novela “Fiebre”, sumado a su militancia en el Partido Comunista de Venezuela. Era conocido también como destacado periodista y fundador del diario El Nacional, el cual llegó a dirigir con acierto. En él siempre la literatura y el periodismo fueron armas poderosas para exponer ideales, vías extraordinarias para la denuncia y la crítica. No fue el único caso en que se muestran sobre el Maestro Gallegos afectos comunes y posiciones políticas distintas a la vez. Durante el viaje Miguel Otero Silva me insiste en que debería recordarse lo ocurrido en agosto de 1964, con motivo de la semana conmemorativa del ochenta aniversario de Rómulo Gallegos, fecha a la que anteriormente nos referimos, y en la cual Gustavo Machado, desde su celda en la “Cueva del Humo”, le remite una extensa carta al Maestro mientras cumplía prisión en el Cuartel San Carlos. Gustavo Machado reconoce en Rómulo Gallegos una extraordinaria obra cumplida y habla con sinceridad de la relación que mantuvieron siempre desde el año 1913, cuando fue uno de sus alumnos predilectos. Señala que esa obra literaria es necesario salvarla de «la influencia adulteradora que se deriva de la política inconsecuente del partido Acción Democrática». En aquel momento Gustavo Machado, como parlamentario en ejercicio ante el Congreso de la República, es acusado de rebelión militar por un Consejo de Guerra y resulta condenado a prisión en el temible Cuartel carcelario de Caracas. Esa carta a su maestro y amigo Rómulo Gallegos nunca obtuvo respuesta.
Ya en La Habana no había tiempo para seguir dialogando sobre estos temas. Nos concentramos totalmente en el significado del I Encuentro de Intelectuales por la Soberanía de los Pueblos de Nuestra América, y en los compromisos que debíamos de asumir. Yo, que era el más joven integrante de esa delegación con mis treinta años cumplidos, tuve la dicha inimaginada de estrechar las manos de Gabriel García Márquez, Mario Benedetti, Armando Hart, Alicia Alonso, Nicolás Guillén, Juan Bosh, Alfredo Bryce, Eduardo Galeano, Oswaldo Guayasamín, Augusto Monterroso, Ernesto Cardenal, que tuvo a cargo el discurso de clausura, Miguel Barnet (con quien inicié desde ese día una gran amistad), las manos del propio Frei Betto de Brasil, y de muchos otros pensadores latinoamericanos, compañeros de luchas, incluido el Comandante Fidel Castro Ruz en el Palacio de la Revolución, donde lo vi condecorar a Nicolás Guillén con la Orden José Martí. Miguel Otero Silva me condujo a ellos.
Al regreso a Caracas la emoción espontánea nos colocó de nuevo en la figura de Rómulo Gallegos. Datos de relevante interés me ofrecería Miguel Otero Silva en este viaje de retorno. El papel tan significativo y cercano al Maestro Gallegos del ensayista Isaac Pardo Soublette, quien formó parte accidental de su gobierno, además de pertenecer a la llamada generación del 28 y sufrir cárcel durante la dictadura de Juan Vicente Gómez, igual que el propio Otero Silva. La lejana y casi desconocida historia del escritor Horacio Cabrera Sifontes, encarcelado también como otros en tiempos del dictador Juan Vicente Gómez. La indudable importancia de Juan Liscano, organizador de la célebre Fiesta de la Tradición en el Nuevo Circo de Caracas por el ascenso del Maestro Gallegos a la Presidencia de la República. La propia experiencia de Luis Manuel Peñalver, Rector-Fundador de la Universidad de Oriente, quien fungió como secretario de Rómulo Gallegos en uno de sus lapsos fuera del país. El liderazgo esencial de Luis Beltrán Prieto Figueroa que, además de ser reconocido pedagogo, estuvo altamente involucrado en los hechos políticos que llevarían más tarde al novelista a ganar las elecciones presidenciales venezolanas. Los detalles importantísimos que podría aportar el líder Jóvito Villalba. Los propios testimonios de su hija Sonia Gallegos, la inseparable Sonia, además de las opiniones familiares de la hermana menor de Don Rómulo, Elisa Gallegos de Santana, quien aún vivía en aquella misma zona de Altamira, donde el escritor más reconocido del país fijó residencia hasta el día final de su muerte en Caracas. Toda esa provechosa información, unida a las indiscutibles contribuciones de Gustavo Machado y del propio Miguel Otero Silvia, permitiría traducir a la patria un hermoso homenaje póstumo a Gallegos al clarificar los postulados por los que él vivió, así como el reflejo de su espíritu encendido. Allí nace la idea de este libro, pensando a la vez en los destacados integrantes de la ya famosa generación del 28, que alcanzaría fama mundial. Le dije a Otero Silva, durante el vuelo de retorno a Caracas, que el primer entrevistado para iniciar la avanzada sería él como alumno de Rómulo Gallegos y testigo de una época altamente significativa en la historia política del país, que ya tomaba un rumbo distinto al pasar lentamente de una Venezuela agraria a una Venezuela petrolera. Los personajes citados estuvieron también en el exilio y seguirían acompañando al novelista en diversas naciones fuera de Venezuela. Acordamos volver a encontrarnos para hacer el reportaje en su residencia de Caracas, pero pasó el tiempo y el día menos esperado fue otra la noticia tras el fallecimiento del gran escritor que siempre prefería la prosa al verso, teniendo como ejemplo del concierto de sus narraciones aquella novela de alucinante vuelo “Lope de Aguirre, príncipe de la libertad”. Sin avisarle a nadie murió Miguel Otero Silva, y su cuerpo, como siempre, seguiría por la izquierda hasta el Cementerio General del Sur en Caracas. Desgraciadamente no nos volvimos a encontrar para el fiel cumplimiento de la tarea, como la imaginé, pero si pude releer las cartas lejanas y emotivas de los dos amigos molestos en el alma, y fantaseo sobre ellas, sabiendo que nadie perdió en este lance del juego. Aquí entrego dos:
Carta de Rómulo Gallegos a Miguel Otero Silva.
Compasivo Miguel:
He leído la columna que suscribes en “El Nacional” de ayer, donde te compadeces -por lo que te llamo compasivo- del descalabro electoral que hemos sufrido Andrés Eloy Blanco y yo. Leí con detenimiento y serenidad y habría estado a punto de sentirme conmovido al llegar a los párrafos finales y saber que a los doctores Rafael Vegas e Isaac Pardo y a ti se les había enturbiado momentáneamente la alborozada complacencia del triunfo, al verme derrotado y por añadidura abandonado de los míos en la hora crítica del escrutinio adverso, como insidiosamente quieres hacer creerlo. Pero afortunadamente yo he superado ya mi propensión a los enternecimientos fáciles y estoy liquidando de prisa mis equivocaciones sentimentales, para que en la posición de lucha en que voluntaria y responsablemente me he colocado no se me deslicen dentro del ánimo ni siquiera fugaces condescendencias con los afectos y la estimación intelectual que realmente me haya conquistado con mi conducta personal y con la buena fortuna de mi obra literaria.
Quien haya leído mis novelas sin predisposición a juzgarme farsante que una cosa diga y otra muy diferente practique, ha debido esperar de mí, en la oportunidad de la acción, la actitud en que ahora me encuentro y para imprimirle desde un principio a esta réplica el tono de la sinceridad definitiva, comienzo por decirte que no creo, que no he creído nunca ni en tu afecto ni en tu respeto hacia mí, porque le conozco bien, Miguel Otero Silva. Y para que no me quedasen dudas de la exactitud de ese conocimiento hoy vienes a soliviantarme la vanidad del escritor que generalmente es grande y tú lo sabes contra la firmeza del hombre que comparte una actitud con leales compañeros, deslizándome al oído el perturbador halago de que mi nombre no puede pertenecer a un partido político porque pertenece a Venezuela entera y, más irrespetuosamente aún, tratando de sembrar en mi espíritu, porque me lo atribuyes asomando la mezquina rivalidad y la envidia contra mi compañero Rómulo Betancourt.
¿Pero a cuál Venezuela -debo preguntártelo- pertenece mi nombre? ¿A la que se abstiene de votar en las elecciones, a la que no se considera obligada al deber ciudadano, elemental manera de ser nación que con orgullo pueda ser llamada Patria, un conjunto permanente de hombres sobre una porción de la tierra? ¿0 a la que no tolera que alguien pueda ser osado a ejercitar oposición política contra el gobierno de turno?… Quédate con esa, Miguel Otero: mi Venezuela es otra. La de Juan el veguero y Santos Luzardo, para no mencionar sino personajes míos: no la de Pernalete y Mujiquita.
Mas quizás tú no hayas querido sino mitigarme, socarronamente, la amargura de la derrota y hoy te acompaña en esa táctica Antonio Arráiz. Eso o lavarse las manos respecto a mi ante las perspectivas que contra Acción Democrática vean cernirse en la atmósfera política. Pierdan cuidado, compañeros de letras, yo sabré sucumbir con dignidad, si a tanto llega el coaligado empeño de barrernos del escenario político. Y basta ya de calificarme de genial escritor, máximo novelista, nombre continental, etcétera. Soy simplemente un ciudadano venezolano que está dando una pelea, entre compañeros leales, por un ideal democrático, de altura ciudadana en ejercicio de derechos evidentemente respetados.
Espero que cuando eso sea una realidad efectiva, conquistada por los verdaderos defensores de la causa del pueblo, tú hayas modificado y rectificado el deprimente concepto de candidato a tránsfuga en que hoy me tengas.
Hasta entonces, Miguel.
RÓMULO GALLEGOS.
Caracas, 21 de octubre de 1944
Respuesta de Miguel Otero Silva a Rómulo Gallegos.
Agresivo Maestro:
La carta que usted me dirigió ayer desde tres periódicos expresa dos categóricas actitudes suyas: la una política, que no comparto pero que no me ha sorprendido, y la otra personal con respecto a mí, que me dejó estupefacto. Vive usted amurallado, tras las almenas de un partido político sectario, y lógico es que sus palabras reflejen el concepto cerril de la actual situación venezolana que en ese partido se respira. Pero nunca imaginé que esas murallas fuesen suficientemente altas como para tapiar la visión de los sentimientos más limpios y honrados que los hombres profesan.
Para explicarme su interpretación política de la hora presente acepto su magnífico símbolo de Doña Bárbara. Pero no puedo aceptar como fórmula de piedra, su deslizada de la evolución social de Venezuela, sino como símbolo que evoluciona a menudo que evoluciona nuestra patria.
Usted sigue considerando que la Venezuela de Santos Luzardo y la de Juan El Veguero es la Venezuela que le hace oposición al gobierno de turno, así el gobierno de turno se haya echado a andar por los caminos de Santos Luzardo y comience a estudiar necesidades de Juan El Veguero, olvidadas secularmente a lo largo de nuestra historia. Y para ser real a sus Personajes que se rebelaron contra Pernalete, se queda usted enardecido en la oposición, sin observar que Pernalete ha empezado a ser oposición en Venezuela y que Mujiquita ha sacado alientos de donde no los tenía para combatir a un gobierno cuando nada se arriesga con aparentar rebeldía. “Como yo lo considero a usted más novelista que político, me agradaría verlo analizando la ubicación de sus personajes simbólicos en la Venezuela de hoy y rechazando indignado la simpatía que Pernalete y Mujiquita están demostrando por su partido. En cuanto a lo personal que su carta contiene, hay en ella un párrafo que he releído muchas veces, encontrándolo en cada ocasión menos digno de usted. Es aquel que dice «Comienzo por decirte que no creo, que no he creído nunca ni en tu afecto ni en tu respeto hacia mí, porque te conozco bien Miguel Otero Silva».
Es sencillamente asombroso. Hace apenas dos semanas, en pleno fragor de la lucha electoral, cuando ambos contendientes empleaban los más lesivos proyectiles, le llamé a usted para testimoniarle que yo no autorizaba ni compartía ni estaba dispuesto a soportar en silencio, que se arrojaran sombras sobre su nombre. Y usted me respondió estas palabras: «No tienes necesidad de decírmelo Miguel. Yo conozco perfectamente la firmeza de tus sentimientos con respecto a mí».
No logro explicarme qué acontecimiento logró transformar en 15 días esa opinión suya y llevarlo incluso a afirmar: «que no ha creído nunca en mi afecto ni en mi respeto». Porque me niego a aceptar que ese nuevo concepto que usted expone haya sido fruto exclusivo de un artículo mío tan fervoroso y tan sincero, donde el único irrespeto que usted ha logrado descubrir, ya en la tarea de buscar irrespeto, es mi afirmación de que «su nombre no puede pertenecer a un partido político porque pertenece a Venezuela entera».
Usted no conoce bien a Miguel Otero Silva, maestro Gallegos. Usted cree conocerme hoy a través de informaciones y testimonios torcidos que llegan hasta sus torreones, poniendo en mis labios expresiones y en mi alma intenciones que nunca han sido mías. Porque si usted me juzgara a través de mis actos, de lo que usted me ha visto hacer y oído decir, no hubiera escrito jamás esas hirientes e injustas palabras.
No necesito relatarle a usted en qué forma he sabido ser consecuente durante años a ese respeto y a ese afecto que usted niega. Le diré simplemente que no sólo he empleado siempre las más elevadas palabras al mencionar su nombre, sino que jamás he permitido dentro de mi partido, ni fuera de él, que en mi presencia se menoscabe su persona o su obra. Por ese motivo se me ha acusado muchas veces de ese sentimentalismo que usted afirma estar liquidando tan de prisa. Y hoy mismo, cuando apareció en los periódicos la carta suya que me niega el derecho a respetarlo, no menos de veinte personas se han acercado a mi escritorio para pronunciar estas palabras zumbonas y remolonísimas: «Eso te pasa por estar dando la cara por Rómulo Gallegos».
No volveré a dar la cara por usted posiblemente. He comprendido un poco tarde lo ingrato de su cometido en seguir usted creyendo en la lealtad inmaculada de Rómulo Betancourt, así sepa guardar silencio por conveniencias políticas cuando La Esfera arremete contra usted y así deja abandonada su candidatura para garantizar el triunfo de la suya.
Nosotros tampoco hemos creído en la lealtad de ese mismo personaje político hace unos cuantos años y ya está viendo usted los resultados. Para cuando le toque a usted el turno de arrepentirse de la fe que ha puesto en el transitorio amigo de hoy, vuelvo a ofrecerle mi respeto y mi afecto que hoy rechaza.
Hasta entonces, Maestro.
Miguel Otero Silva
Diario El Nacional, Octubre de 1944.
3.- Las conversaciones sobre Rómulo Gallegos, hechas letras, cuarenta años después.
Me hago preguntas y prosigo. Digo que este libro se inicia desde aquellas lejanas tertulias con Miguel Otero Silva entre Caracas y La Habana, en septiembre de 1981, y que han sido papeles errantes y a veces olvidados de cara a una dura realidad. Fallece Otero Silva a solo un mes del encuentro que ya habíamos pautado. Fue de una manera inesperada. Quizás lo sabía, porque nos deja esa última novela “La Piedra que era Cristo”, como anticipando un nuevo comienzo en el futuro de aquel niño que vivió en su Barcelona natal hasta los cinco años de edad, y que al venir a Caracas tuvo por maestro a Rómulo Gallegos, como quedó a la vista en su famoso Liceo junto a condiscípulos como Rómulo Betancourt, Jóvito Villalba, Armando Zuloaga Blanco, Raúl Leoni, Isaac Pardo, Germán Suárez Flamerich, Rafael Vegas, Inocente Palacios, Felipe Massiani, Pedro Juliac, en fin, todos aquellos que conformaron la célebre generación del 28. Cobraría relevancia desde la sonada Semana del Estudiante, aprovechando el carnaval con su reina Beatriz I (Beatriz Peña Arreaza), coronada en el Teatro Municipal de Caracas cuando se decide por decreto el uso obligatorio de la boina azul entre los estudiantes. En esa Semana, en el barrio La Pastora, siguen los discursos políticos del propio Otero Silva, de Gonzalo Carnevali, de Jacinto Fombona Pachano, de Antonio Arráiz y de Rómulo Betancourt, y finalmente el estallido del Día de la Juventud, el 12 de febrero, con la famosa boina azul y cantando todos la divertida “saca la pata jalá, ¡sacalapatajalá!”, hasta cerrar un 14 de febrero con Jóvito Villalba preso, junto a Rómulo Betancourt, Joaquín Gabaldón Márquez, Pío Tamayo, Guillermo Prince Lara y muchísimos otros encarcelados en el Castillo de Puerto Cabello. Miguel Otero Silva estima un movimiento de 252 estudiantes. Esa misma semana, en Nicaragua, el general Augusto César Sandino, con 6.000 guerrilleros a su mando, lanza una gran ofensiva contra las tropas norteamericanas invasoras. Seguramente Gustavo Machado estaba allí. Y así fue el transcurrir del tiempo en la vida de Otero Silva, quien de niño pasó a tener alma de hombre y gran asomo de valentía enfrentado al régimen de Juan Vicente Gómez. El Otero Silva que luego participa en el asalto al fuerte Ámsterdam en la isla de Curazao, y quien, bajo el liderazgo de Gustavo Machado, se compromete en una incursión a nuestra patria, desde un punto del mar Caribe, hasta sumarse al Partido Comunista de Venezuela sin dejar de escribir entre palabreos y versos de humor y prosa abundante. Vivió destierros y activismo político desde la Cataluña de España, y en muchos otros países de América Latina y El Caribe. Se hace miembro de la Academia Venezolana de la Lengua y dirige su propio periódico. Recibe numerosos premios y homenajes en distintos lugares del mundo, alcanzando el Premio Lenin de la Unión Soviética donde alguna vez visitó la tumba embalsamada de su héroe Vladimir Ilich Lenin, al que tanto admiró. Ese Miguel Otero Silva, paisano mío de la tierra de Anzoátegui, hijo de Henrique Otero Vizcarrondo y de Mercedes Silva Pérez, y que leyó tanto y tanto la Biblia para después escribir “La piedra que era Cristo”.
Quizás, entre palabras impacientes, se dibuje la entrevista que en la hora tangible no llegué a hacer a Miguel Otero Silva para dar comienzo a este libro de la cotidianidad de la vida. Paso a paso fui armando el periplo. Conversé en 1982 con el legendario y célebre Gustavo Machado, quien fallece diez meses después de nuestro encuentro y pude comprender su otro mundo. Debo confesarlo, nunca imaginé tocar el proceso político de mí país frente a un testigo de semejante molde histórico como el valiente Gustavo Machado. De él he aprendido en mis inicios el significado verdadero de la palabra revolución, que quiere decir entrega plena al fiel cumplimiento de las ideas. Ternura. Amor. También en el transcurso del año 1982 logré entrevistar a ese gran Maestro Luis Beltrán Prieto Figueroa, otro alzado en armas que escogió el rompecabezas de la educación para hacer más fecundo este país, sin esperar ningún tipo de agradecimiento a cambio de sus sueños no cumplidos del todo. Luis Beltrán Prieto Figueroa fallece diez años después de presentarme su ideario de combate. Luego, en un mes de enero de 1984, lo hice con Isaac Pardo Soublette, otro extraordinario protagonista de la sustancia de tantas ideas para engrandecer a un país. Él supo interpretar como pocos el dominio de sus emociones. Isaac Pardo fallece en el año 2000. Después de Isaac Pardo Soublette voy a la casa de Elisa Gallegos, la última hermana viva del Maestro Rómulo, allá en la Avenida Luis Roche de Altamira en Caracas, un 15 de marzo de 1984, algunos meses antes de su fallecimiento, y pude escuchar sus frases contagiosas entre exclamaciones y recuerdos. Por casualidad, en la misma zona de Altamira, el año previo de 1983 en un edificio diagonal a la famosa Plaza, logro conversar con la hija heredera Sonia Gallegos. Al imprescindible Juan Liscano le entrevisto en Cumaná un mes de mayo de 1985. Él fallece en febrero del año 2001. Tenía todos esos testimonios como me lo recomendó Miguel Otero Silva. Ya había encontrado durante un mes de enero de 1984 a Horacio Cabrera Sifontes en Ciudad Bolívar, la más antigua capital del Orinoco, donde tiempo después y tras años de amistad miré sin sobresaltos, en una tarde guayanesa, su elegante cadáver de corbata y flux con manchas de sangre sobre la cobija llanera de colores. Todo lo originó aquella única bala al entrar segura en su pecho un día lejano ya de 1995. Seguiría finalmente lo que me pudo orientar ese médico y poeta incomparable que viajó tanto por el mundo sin arrepentirse jamás de hacerse comunista. Me refiero a Eduardo Gallegos Mancera, quien se nos fue hacia otra realidad distinta a la de este espacio terrenal un 3 de julio de 1989, después de ofrecerme la esperada entrevista un 14 de febrero de 1986. El mismo mes de 1986 me encuentro con el Rector-Fundador de mi Universidad, Luis Manuel Peñalver, para tomar valiosos testimonios sobre su relación con Rómulo Gallegos, dentro y fuera del país. Él fallece en abril del año 2004. Todos los documentos pasarían a engrosar mis interminables listas de “Los papeles errantes”, sobre los cuales giro y giro y solo me detengo en momentos especiales como este, cuando percibo el camino para darlos a conocer hasta donde sea posible. Así ocurre con estos fragmentos que después de cuatro décadas de encierro recuerdan mi compromiso de despedida y gratitud al Maestro Gallegos. A las anteriores agrego tres nuevas entrevistas. Dos realizadas este mismo año 2024, cuando converso una vez más con la mujer amiga, de trayectoria importantísima como líder indígena y parlamentaria, nuestra hermana Noelí Pocaterra, quien estando niña conoce a Rómulo Gallegos a través de su padre, Germán Pocaterra, en una comarca Wayuu camino a Paraguaipoa. Allí anduvo el escritor imaginando y palpando mundos para llegar a su libro “Sobre la misma tierra”. También una doble entrevista con el viejo amigo Oswaldo Lares, testigo excepcional de la Fiesta de la Tradición durante aquel mes de febrero de 1948, en el Nuevo Circo de Caracas, para honrar a Rómulo Gallegos como Presidente electo de la República de Venezuela. Finalmente, incorporo otra conversación que sostuve en Elorza el 20 de mayo de 2015, junto a las márgenes del río Apure, derivada de mi encuentro con Manuel Vicente Santana, buscando a la legendaria y real Pancha Vásquez en la dimensión íntima de Doña Bárbara. Solo me quedó pendiente una entrevista que establecí, en un primer contacto, con Jóvito Villalba, también alumno de Rómulo Gallegos y figura esencial de la generación del 28. Ismenia de Villalba, su esposa y lideresa política de elevada trayectoria, nos había citado un día de 1984. Al llegar a su domicilio ella misma se excusó. Con él a su lado, dentro de un ascensor, nos informa que debían trasladarse urgentemente a un centro de salud. Nos miramos muy de prisa, llegando a observar en sus facciones a un hombre anciano que aparentaba muchísima más edad de la verdadera. Nace en Pampatar en 1908 y fallece en Caracas un día 8 de julio de 1989.
Las fotos tomadas en distintos momentos de esta travesía pertenecen a Rafael Salvatore, quien me acompañó a todos los lugares descritos y pudo copiar la selección de imágenes testimoniales que dan fe del seguimiento de esta historia. De Ángela Collins y de mi hija Cyntia Irady provienen los retratos realizados a Noelí Pocaterra y a Oswaldo Lares en su domicilio de Caracas. Por supuesto, no dejo de citar a Petra Armas y a Concepción Rodríguez Macero, quienes me ofrecieron oportuna ayuda técnica, en tiempos distintos, para transcribir la abundante información que ahora resumo como una parte de la sustancia espiritual de mi vida andariega.
Caracas, 2 de agosto de 2024.

