Mis papeles errantes: Entre Rómulo Gallegos y la Generación del 28, por Benito Yrady

Capítulo 9

LUIS MANUEL PEÑALVER: «A Rómulo Gallegos lo estuve acompañando mucho tiempo, y él acompañándome a mí».

Al ingresar a la Universidad de Oriente, el rector que me invitó a formar parte de su equipo se llamaba Víctor Fossi Belloso, un arquitecto venezolano nacido en Maracaibo en el año 1927, y que llegaría a especializarse en planificación urbana y regional en la Universidad de California, en Berkeley. Fallece en el año 2014. Antes de conocerlo pude encontrarme con Luis Manuel Peñalver, cuando yo no formaba parte de la nómina de la Universidad de Oriente, pues mi tarea de entonces fue la de brindar apoyo al movimiento estudiantil en lucha, alcanzar fines y objetivos distintos para obtener la deseada vida democrática, y entre otros sueños la autonomía universitaria. Ya en 1969 yo estaba allí metido en medio del conflicto. Había un parentesco con sucesos estudiantiles como el de París, con la Revolución de Mayo, o el movimiento de Córdova en Argentina, o la renovación de la Universidad Central de Venezuela en Caracas. Surgió un momento en que la Universidad de Oriente, fundada por Luis Manuel Peñalver, después de diez años de actividades ininterrumpidas, sufre un primer colapso coincidiendo con protestas en todas las universidades públicas del país. Los ejemplos quedan a la vista, y allí tenemos el caso de la famosa operación Canguro que condujo, ese mismo año, al allanamiento y militarización de la principal Universidad de Caracas. En Cumaná, los dirigentes estudiantiles crean un Comité Central de Toma, y durante dos meses no se hizo posible reanudar normalmente las labores en las famosas instalaciones educativas de Cerro Colorado, tampoco en ningún otro núcleo universitario de la región. Me vinculé mucho a jóvenes líderes de ese tiempo, como Orlando Díaz Golindano, el “Chino” Rojas, Sixto Betancourt y otros, quienes rechazaban la presencia del Cuerpo de la Paz en los planes universitarios, así como el apoyo de la Fundación Rockefeller y de la Fundación Ford. Era ese el país. Por cincuenta y siete días hubo una paralización forzosa. Yo tenía apenas dieciocho años y pasé por allí, pero como lo explicaría antes, en mis reflexiones iniciales, el primer viaje a Cumaná fue mucho más anticipado, un mes de agosto de 1964, sin haber cumplido aún catorce años, cuando me impactó lo que vi en el auditorio ubicado frente al mar de San Luis, descubriendo bailes representativos de serpientes malignas y del tango Tatarú, y del Mampulorio, y estrafalarios toques de tambores y del quitiplás de Barlovento que me deslumbraron tanto. Justamente sobre estos y otros detalles me atrevo a conversar con Luis Manuel Peñalver, antes de dar inicio a nuestra entrevista formal en la sede universitaria de Caracas, conocida como Oficina de Enlace frente a la plaza San Juan Bosco de Altamira. Por supuesto, no puede estar ausente en la tertulia el nombre de Alfredo Armas Alfonzo, y reiteradamente tocamos los caminos de Cumaná, porque en su tiempo de Rector existía un panorama pesimista en la ciudad, que siempre permaneció retrasada en relación al crecimiento vertiginoso del país, padeciendo graves situaciones de analfabetismo, de madres solteras y de exceso de mujeres más que de hombres, porque los varones migraban. Es un tema que apasiona a Luis Manuel Peñalver, quien nos recuerda que en su período de Rector propuso la creación de un proyecto denominado “Radiografía de una Ciudad” para estudiar a uno de los lugares más empobrecidos y agobiados de problemas de toda Venezuela, como lo había sido Cumaná, la ciudad Marinera y Mariscala que todos nombraban como la Primogénita del Continente.

Foto cortesía de Rafael Salvatore. Tomada en la oficina de enlace de la Universidad de Oriente, Altamira, Caracas, Venezuela

Luis Manuel Peñalver es médico de profesión, pedagogo también. Fue ministro de Educación durante el gobierno de Carlos Andrés Pérez entre el año 1974 y 1977, pero mucho tiempo antes, cuando Rómulo Betancourt presidía la Junta Revolucionaria de gobierno en 1945, se le designó como Vicerrector de la Universidad Central de Venezuela, la misma casa de estudios de la cual egresó dos años antes con el título de médico. Entre los numerosos méritos por los que se le recuerda está el de haber fundado la Universidad de Oriente, además de la Universidad Nacional Abierta y la Universidad Metropolitana de Caracas, así como su actuación en la Comisión Organizadora de la Universidad Simón Bolívar, en medio de un gran peregrinaje que lo lleva a vincularse a diversas y numerosas organizaciones internacionales. Luis Manuel Peñalver, fue amigo y maestro como lo definen muchos. Por ser militante activo del partido Acción Democrática, entre tantos otros líderes políticos, le correspondió también pasar años de exilio en escogidos lugares del continente americano. Esa es la razón que nos mueve a contactarlo para escucharle hablar de Rómulo Gallegos en el lapso en que compartieron juntos la experiencia del destierro.

—Bueno, como le comenté previamente, doctor Peñalver, me refiero a lo que pretendemos preparar sobre Rómulo Gallegos. Sabiendo de su cercana relación con el Maestro, quisiera empezar por conocer ¿En qué momento comenzó esa amistad?

—Mira Benito, conocí a Rómulo Gallegos desde que era estudiante. Lo conocí leyéndolo cuando estudiaba bachillerato en Cumaná, entre el año 1932 y 1936, y entre las pocas obras de Gallegos que llegaron a mí estaban “Doña Bárbara”, “El Forastero”, y posteriormente “Cantaclaro”. Pasaban de mano a mano entre los estudiantes, casi como obras subversivas, porque evidentemente, aun cuando se habían publicado en el país o bien en España, algunas de ellas tenían poca circulación aquí ya que se sabía que Gallegos era enemigo del gobierno de Juan Vicente Gómez. Por supuesto, nos trajo mucha zozobra como estudiantes, especialmente por la obra “El Forastero”, que era netamente subversiva contra el gobierno de Gómez, y que como tú sabes, narra la historia del hombre forastero que llega a un pueblo y empieza a querer cambiar las cosas y se tropieza con los problemas de la resistencia, de la tradición y de la autoridad constituida. Después de eso vine a Caracas. Antes de estudiar medicina tuve que sacar mi título de bachiller y lo hice en el Liceo Andrés Bello, dónde fue director Germán López Orihuela. Inmediatamente después de graduado de bachiller, y de haber empezado medicina, ingresé al Liceo Andrés Bello como profesor de castellano y literatura, llevado allí por López Orihuela. Eso entonces tuvo un doble valor para mí, primero porque el Liceo Andrés Bello era el sucesor del Liceo Caracas, que fue el Liceo donde Rómulo Gallegos estuvo enseñando casi toda su vida, y allí, en el Liceo Andrés Bello, estaba presente siempre el recuerdo de Rómulo Gallegos, que era un poco el símbolo oculto del Liceo. Gallegos no iba nunca al Liceo, pero su nombre andaba presente en todas partes, los mismos profesores, la gente que lo recordaba, por supuesto, desde el papel del Liceo como referente de luchas históricas. Además, al enseñar literatura y lenguaje, tanto las obras de Gallegos como las de Andrés Eloy Blanco eran las preferidas, inclusive a través de las cuales uno podía mandar un mensaje de carácter revolucionario, de renovación democrática, puesto que estábamos entre los años 1936 y 1937, que eran años inmediatos después de la muerte de Juan Vicente Gómez.

—Doctor Peñalver, en relación a su militancia política ¿Es acaso una combinación con la tarea de educador de la cual nos habla? ¿Se vincula políticamente a Rómulo Gallegos o fueron otras las circunstancias de esa gran amistad?

—Yo empecé también en la política muy joven. Ingresé al Partido Democrático Nacional (PDN) y más tarde a Acción Democrática, y allí me encontré físicamente con Rómulo Gallegos. Él no era en ese tiempo un político militante, nunca lo fue. Rómulo siempre compartió su actitud muy firme, democrática, con un amor hacia las letras y con un sentido bastante desprendido y amplio de la política. Conocí al Rómulo Gallegos de entonces. Ya estando en el PDN, nosotros teníamos que lanzar una figura como candidato presidencial. Éramos un partido clandestino bajo el período de López Contreras, pero teníamos que encontrar respiraderos visibles, y entonces los grandes hombres como Andrés Eloy Blanco, como Rómulo Gallegos, que representaban un valor, una dimensión importante para la juventud y para el pueblo que empezaba a vivir la democracia, fueron lanzados por el partido como candidatos. Gallegos fue como candidato a senador, y Andrés Eloy Blanco primero como concejal y luego también como diputado al Congreso Nacional. El hecho de que ellos fueran candidatos independientes del partido clandestino, nos dio a nosotros la posibilidad de conversar con Rómulo Gallegos y de ir apreciando, no solamente el valor moral y el valor literario y político de fondo, sino inclusive el valor humano del viejo Gallegos, lo que me permitió establecer una amistad en ese tiempo para continuarla prácticamente a través de toda la vida.

Después del PDN vino, como tú ya sabrás, un período en que se solidificó el gobierno de Isaías Medina Angarita. Primero hubo la transición entre López Contreras y Medina, y en ese tiempo el Congreso Nacional era el que elegía al Presidente de la República. La mayoría del Congreso Nacional lo tenía el partido de gobierno, el partido de Eleazar López Contreras, y estaba descontado que iba a ganar las elecciones el General Isaías Medina Angarita, que era el candidato del gobierno, pero se resolvió entonces lanzar la candidatura simbólica de Rómulo Gallegos. Sabíamos que en el congreso no tendría sino trece votos, que eran los trece votos de la gente que nosotros habíamos podido llevar al Congreso, en distintos momentos, y que votarían por él.

Rómulo Gallegos convino en que se lanzara su candidatura, sabiendo que sería una candidatura perdedora, porque en el congreso había ciento veinte o ciento treinta diputados del gobierno y apenas trece de la oposición, que era además una oposición clandestina. Así se organizó un grupo de gente independiente y respaldada por el partido para lanzar la candidatura de Rómulo Gallegos, y a mí me correspondió estar como representante estudiantil por la Federación de Estudiantes en ese comité que aupaba la candidatura de Rómulo Gallegos. Eso me permitió por primera vez entrar en una campaña política y recorrí con muchas ganas el país. Iba a una buena parte del territorio nacional acompañando al viejo Rómulo Gallegos y eso me dio, por supuesto, un conocimiento bastante amplio de él, mayor vinculación y me permitiría conocer también sus contradicciones, porque era hombre muy temperamental. No tenía una formación política o doctrinaria, como se dice ahora, sino que era un hombre enamorado de la libertad, de la democracia, de una forma intuitiva, y en sus planteamientos caía muchas veces en contradicciones por esa falta de formación política sistemática. Luego la historia se conoce, es decir, Rómulo Gallegos pierde las elecciones, pero ese movimiento caudaloso de gente que por primera vez se lanzó a la calle, después de una dictadura de veintisiete años para apoyar a un candidato presidencial, se solidificó, y entonces se decía que Gallegos ganó la elección en la calle y Medina la ganó en el Congreso. Vino el período democrático del Presidente Isaías Medina Angarita que, a causa de la influencia que tuvo el auge de la posguerra, se vio obligado a abrir el compás del antiguo gomecismo hacia una verdadera apertura y, además, yo diría, que por temperamento y por convicciones, también del General Medina, ocurrió así. Eso permite que el PDN saliera con el nombre de Acción Democrática al campo político. El PDN nació clandestino y ilegalizado, y no podía actuar. Entonces se inventó el nombre de Acción Democrática y Rómulo Gallegos hizo un gran papel en tal sentido, porque él fue elegido Presidente del Partido, Andrés Eloy Blanco el Vicepresidente y Rómulo Betancourt el Secretario General. Una representación de altura. Aprovechando el gran impacto que había significado la candidatura de Gallegos, y la campaña política que logramos en todo el país, se constituyó Acción Democrática en una forma sólida como un partido moderno de carácter popular. Por supuesto, se logró el triunfo cuándo se produjo la revolución de octubre y se discute, entre los años 1945 y 1946, el sufragio universal y se establece finalmente la votación con presencia de jóvenes, de analfabetas y de mujeres, quienes pudieron seleccionar el primer candidato de Acción Democrática que fue Rómulo Gallegos, elegido en el año 1948. No duró sino nueve meses en el poder, porque resultaría derrocado por el sector militar, influido por las compañías petroleras y los sectores de derecha del país, y por sectores internacionales también, que no veían con buenos ojos que pudiera llegar al gobierno un partido que iba a nacionalizar el petróleo, que iba a tomar medidas de carácter nacionalista.

Foto cortesía de Rafael Salvatore. Tomada en la oficina de enlace de la Universidad de Oriente, Altamira, Caracas, Venezuela

—Había una diferencia de edad significativa entre ustedes dos. ¿Cómo prosigue esa relación después del llamado derrocamiento, si lo que viene es el exilio?

—Esos años significaron para mí un mayor acercamiento a Rómulo Gallegos. Era un hombre que a pesar de la diferencia de edad que existía entre nosotros, porque yo era un estudiante y me gradué en el año 1943, sin embargo, al viejo Rómulo le gustaba discutir con la gente joven, y en ese sentido yo creo que nos dio grandes lecciones de entereza, de rectitud. Aún en medio de esas incidencias revolucionarias, él mantuvo siempre un criterio bastante independiente y muy crítico dentro del partido. A veces, inclusive, llegó a crearnos verdaderos problemas al no estar de acuerdo con determinadas medidas que eran aconsejables desde el punto de vista de estrategia política, pero no de ortodoxia ideológica. En el partido había siempre que torear al viejo Gallegos. Él era, además, un hombre de un carácter fuerte, incluso irascible, y nosotros lo llamábamos en confianza, “el chivo encaramado”, porque se trataba de saber cómo explicarle algo al “chivo encaramado” cuando ocurrían problemas difíciles, pero, así como se enojaba, al rato volvía de nuevo al buen humor, y a veces hasta se emocionaba en el momento de la reconciliación sobre los puntos de vista nuestros.

—Una nueva pregunta doctor Peñalver. ¿Qué posición dirigente ocupaba usted en aquel momento de la derrota?

—Cuando derrocaron a Rómulo Gallegos yo no estaba en Venezuela, estaba en la UNESCO como Delegado. Yo era Vicerrector de la Universidad Central de Venezuela y formaba parte de la delegación de la UNESCO que se reunió en Beirut en el año 1948. Allí fue cuando supimos sobre el derrocamiento de Rómulo Gallegos e inmediatamente le mandé un cablegrama a la Junta de Gobierno que dirigía Germán Suárez Flamerich, porque fuimos amigos en la universidad cuando él era decano de la Facultad de Derecho. Hicimos buena amistad. Entonces le mandé un mensaje muy fuerte a Germán Suárez Flamerich, renunciando a la delegación de la UNESCO. Con unos setecientos dólares que me quedaban y los pasajes, me regresé con mi esposa a París. Nos encontramos con Andrés Eloy Blanco que estaba en las Naciones Unidas. Esperábamos que hubiese alguna reacción popular, pero viendo el rumbo que tomaba el asunto resolvimos regresar a Venezuela. Lo hice por la vía de Sofía-Nueva York, con Alejandro Ávila Chacín junto a otros compañeros que estaban prácticamente exiliados. Supimos que Rómulo Gallegos había sido expulsado a Cuba. Logré hacer contacto con el viejo Gallegos por teléfono quien me llamó para que fuera a acompañarlo. Entonces fui a Cuba donde prácticamente, durante el resto del año 1948, de noviembre a diciembre, más los años 1949 y 1950, estuvimos trabajando allí con los exiliados, y yo actuaba como una especie de secretario del viejo Gallegos, porque era el responsable del gobierno de exiliados de La Habana.

—¿Y cómo se desarrolló ese contacto en La Habana, qué tipo de tareas cumplían juntos?

—Eso, por supuesto, me permitió todavía ampliar mucho más el contacto con el Maestro Gallegos, con sus grandes virtudes, con sus defectos, con sus contradicciones, pero sobre todo con su línea inconmovible de tipo democrático. En Cuba hizo una vida literaria bastante fecunda, al mismo tiempo de avanzar en la política. Nos reuníamos para discutir las cosas, se hacían documentos que muchas veces se negaría a firmar al no gustarle como estaban escritos. Había, por supuesto, que acceder a sus planteamientos, y sobre ese tema discutíamos demasiado. Luego volvió a su profesión literaria. Yo fui testigo emocionado de cómo paría un libro Rómulo Gallegos. Por ejemplo, ese libro “Una brizna de paja en el viento” que, como tú sabrás, recoge el fervor de la lucha revolucionaria, un poco enguerrillada, de los estudiantes cubanos en contra de la dictadura y la aparición por primera vez del pistolerismo estudiantil, que fue una fase de la cual surgió después, prácticamente, el terrorismo de izquierda. Rómulo Gallegos en ese tiempo era muy amigo de Raúl Roa García y de Sara Hernández Catá, la hija de Alfonso Hernández Catá, el gran cuentista. Justamente, Gallegos vivía en la casa de Sara Hernández Catá en el reparto La Sierra, donde estábamos firmemente a su lado. Raúl nos recordaba muchas veces que a Gallegos le gustaba estar solo al escribir, pero acompañado cuando no estaba escribiendo.

En Cuba se llama reparto a las urbanizaciones. Rómulo vivió como dos años en el reparto La Sierra, que era uno de nuestros centros de reuniones. Bonita la casa que ocupaba Rómulo Gallegos donde Sara Hernández Catá, y bonito también el Hotel San Luis que estaba en la calle Belascoaín 73, cerca de la Plaza de Maceo. Allí, desde ese Hotel San Luis, que era de Cruz Alonso, un cubano de origen canario de gran fervor revolucionario, manteníamos nuestros encuentros. Una vez Cruz Alonso salió en una expedición para Cayo Confite en República Dominicana a intentar derrocar a “Chapita”, como era conocido el dictador Rafael Leonidas Trujillo. No había movimiento de carácter revolucionario de exiliados que no contara con el apoyo de Cruz Alonso. Él fue padre de la esposa de Braulio Jatar, político nuestro que ya está retirado del partido. Vivíamos todos haciendo una gran comunidad. Llegó un momento que en el hotel había alrededor de sesenta u ochenta exiliados, y prácticamente estaba tomado por nosotros. Algunas veces le pagábamos, otras veces no, pero no lo tomaba a mal. También hubo una oportunidad en que el gobierno de Marcos Pérez Jiménez llegó a expulsar como a cien campesinos.

—¿Pérez Jiménez expulsó a Cuba a cien campesinos? ¿Por qué razones? ¿En qué condiciones?

—Sí, como a cien campesinos que llegaron allá descalzos, en alpargatas, muchos inclusive sin ropa, y los metió en un avión. Ese fue un alzamiento que hubo en Turén. El gobierno se dejó de tonterías, los mantuvo en la cárcel un tiempo, expulsándolos posteriormente para Cuba. Nosotros tuvimos que alquilar una casa en la esquina de Horno Negro, un edificio de apartamentos donde tomamos un piso completo y allí el gobierno cubano, con Prio Socarrás al frente, nos ayudó mucho. Nos dio camas, cobijas y otras cosas, logrando mantener a aquellos exiliados hasta que nosotros pudiéramos mandarlos hacia distintos sitios para trabajar. El viejo Gallegos fue muy sensible en eso, ayudándonos mucho. También Andrés Eloy Blanco con los amigos cubanos de influencia para mantener ese grupo de exiliados que protegimos en La Habana. Yo pasé recientemente por La Habana y sentí la emoción de recorrer esos lugares, especialmente la casa de Sara Hernández Catá.

—¿Se mantiene todavía esa casa en La Habana? ¿En qué condiciones?

—La casa está todavía. Es una casa que ya pertenece al estado y creo que está dedicada a una escuela o algo así. El día que fui era un día domingo y estaba cerrada. El hotel está transformado en un conjunto de viviendas populares. Todas las habitaciones fueron convertidas en apartamentos para familias, y hoy día tiene aspecto de una casa de vecindad pobre, más de lo que era aquel hotel, un hotel importante para nosotros, sobre todo desde el punto de vista político.

—Doctor Peñalver, empezó a hablarme de la novela “Una brizna de paja en el viento” que escribió Rómulo Gallegos en Cuba, ahora pregunto, ¿Cómo me podría narrar su experiencia al verlo en esta hermosa tarea?

—Entre esos dos polos, la casa de Gallegos y el Hotel San Luis, giraba la vida nuestra. Yo trabajaba además en la Universidad de La Habana. Fui uno de los pocos exiliados que consiguió trabajo, y eso me permitió vivir y ayudar a vivir a otros compañeros del exilio. El viejo Gallegos, como te comentaba, escribió “Una brizna de paja en el viento”. Raúl Roa, quien murió recientemente, era un hombre de una gran inquietud. Llevó a Gallegos, y yo lo acompañaba algunas veces, a visitar los ingenios azucareros, a observar cómo era la zafra, a hablar con la gente del campo, con la gente de los pueblos pequeños, al mismo tiempo que hacía contacto con los estudiantes de la Universidad. Eso le permitió a Rómulo Gallegos crear todo aquel ambiente, mitad campesino con la zafra, mitad revolucionario en la Universidad. Fue en la época de Fulgencio Batista, anterior al período de Carlos Prío Socarrás.

Foto cortesía de Rafael Salvatore. Tomada en la oficina de enlace de la Universidad de Oriente, Altamira, Caracas, Venezuela

Me correspondió ver cómo Rómulo Gallegos creaba una novela, porque tenía un modo muy particular de escribir. Él se “enmataba”, para usar una palabra que se repite mucho en “Doña Bárbara”. Significa un toro bravo que se mete en un monte y no quiere salir. Eso es estar “enmatado”. Gallegos aparecía “enmatado” cuando pensaba en la novela, y lo que hacía era tomar café, caminar, y luego se encerraba en su cuarto con una maquinita que todavía existe, donde escribía con dos dedos. Se encerraba físicamente, inclusive podía pasar uno o dos días prácticamente sin comer. Teotiste, que lo conocía muy bien, Doña Teo, que era una mujer admirable, que lo acompañó durante toda su vida, le tocaba la puerta. Era la única persona que dejaba entrar cuando estaba escribiendo, y a la fuerza lo hacía comer. Generalmente comía poco y fumaba. Solo tomaba café, pasando dos o tres días encerrado, y salía con capítulos completos de la novela. Era cuando reunía a sus amigos, a Andrés Eloy Blanco, a Raúl Roa, a algunos intelectuales cubanos y a algunos de nosotros, los exiliados, para leernos el capítulo. De inmediato escuchaba las consideraciones que le hacíamos, y él expresaba sus propias observaciones. Luego, ocurría una cosa, y era que el viejo Gallegos tenía una memoria prodigiosa desde el punto de vista de los conceptos y de las palabras. Por ejemplo, yo presencié todo un capítulo donde Rosaura, la nueva protagonista, que era una muchacha altanera y valiente, se mete dentro de una jaula de leones y agarra al león por la cabeza. Por supuesto, era un león de feria. Lo agarró por la melena y entonces demostró que ella era una mujer que podía darle frente a un gran peligro. Después que Gallegos hizo ese capítulo, la primera vez, en presencia mía lo rompió. Era un capítulo como de diez o doce páginas. «Esto no me gusta», dijo y lo rompió. Lo tiró al cesto de la basura y se encierra a escribirlo de nuevo. Nosotros, que habíamos oído el primer capítulo, nos dimos cuenta que no era un nuevo capítulo, lo que hacía era repetir prácticamente las mismas palabras, introduciendo las modificaciones que se le habían ocurrido. La restauración de un capítulo era un trabajo donde lo repetía en un 50 % o 70 %, con las mismas palabras y giros con que había hecho el capítulo original. Nos decía Doña Teo que tenía esa lucha con Gallegos para evitar que rompiera los escritos. Él muchas veces decía «Esto no me gusta» y lo trataba de romper. Ella le reclamaba, «No lo rompas, déjalo, espérate y lo vuelves a leer para ver cómo te parece» y así logró salvar Doña Teo muchos manuscritos del viejo Gallegos, cuyo primer impulso era romper el libro o la novela y hacerla de nuevo.

—Otra pregunta Doctor Peñalver. Los cubanos, amigos de Gallegos en aquellos tiempos, ¿Qué otro tipo de trato significativo le dieron, más allá de lo que nos ha explicado?

—Esa fue una experiencia realmente interesante. Era muy querido por los cubanos. Recuerdo yo que hubo una época, después de esa novela, en que se sintió bastante fatigado, y Raúl Roa le consigue una casita en una playa que se llama Guanabo, en Cuba, una playa muy bonita. Yo pasé por allí también. Hice un recorrido de los pasos nuestros por La Habana, por Cuba. Antes era un pueblo pequeño, un pueblo de balneario de tipo popular, y recuerdo mucho que la casa que nos dieron estaba frente a una bodega, una pulpería, donde habían puesto una rocola, que en ese tiempo era la máquina más moderna en materia de música. El viejo Gallegos la detestaba porque todo el día se escuchaban las mismas canciones, repitiendo los discos. Un día, que fue Raúl Roa a visitarlo, porque tenía una influencia en el gobierno de Prío, le dice «Bueno maestro ¿qué quiere usted? ¿cómo se siente?», y Gallegos le responde «Bien, pero le tengo a usted un problema grave». «¿Cuál es el problema, maestro?», «¡Yo quiero que uses tus influencias con el gobierno y me mandes a quitar de allí esa máquina de moler música!».

—Tengo entendido que Rómulo Gallegos no permaneció todo ese tiempo en Cuba de manera regular, y que de allí salía a otros países y regresaba. ¿Usted también le hacía compañía fuera de La Habana?

—De Cuba yo acompañé a Gallegos a un viaje a Estados Unidos. Él no hablaba inglés, decía unas cuantas palabras, pero muy chapuceadas. Tuvimos que ir a Miami en varias oportunidades para hacer gestiones, porque se hablaba de la traducción de sus libros. Entonces fuimos los amigos a acompañarlo a Miami, e hicimos una visita a un amigo suyo. Se trataba del ex candidato a la presidencia de Venezuela, en el año 1945, Diógenes Escalante. Benito, te cuento esto. Cuando se presentó el término de la presidencia del General Isaías Medina Angarita hubo una presión de las fuerzas democráticas, de Acción Democrática, de los partidos que se habían constituido, para encontrar una salida de carácter electoral y que no fuese la imposición del candidato por el gobierno. Se había llegado prácticamente a un entendimiento con el gobierno de Medina Angarita y Diógenes Escalante, quien era Embajador de Venezuela en Washington, un hombre muy culto, un hombre de mentalidad moderna, que debía ser elegido por el Congreso como una transición para la presidencia. Fue el compromiso después de establecer las bases de elecciones universales. Había un convenio entre el gobierno de Medina Angarita y la oposición, que estaba conformada por nosotros, fundamentalmente, para que Escalante pudiera ser presidente de la República. De acá fue a Washington una comisión donde estuvieron Rómulo Betancourt y creo que Andrés Eloy Blanco y otros políticos, a conversar con Escalante. Escalante vino a Venezuela a seguir estas conversaciones y lamentablemente se enfermó. Le dio un ataque cerebral, frustrando la posibilidad de una apertura democrática evolutiva, que era lo que estaba propiciando Acción Democrática. Después de eso no hubo más entendimiento, y surgió entonces la revolución de octubre, que fue una reacción de los militares jóvenes y civiles contra el gobierno de Medina Angarita. Esa es ya historia conocida, pero te decía la anécdota porque nosotros fuimos a visitar al viejo Escalante a Miami. Estaba bastante deteriorado. Él aún tenía periodos de lucidez que le permitían conversar y recordar las cosas, pero de pronto caía en lapsos de agitación y perdía la ilación de las palabras. Decía malas palabras, y cuando caía en ese estado, al viejo Gallegos le afectaba mucho, porque era amigo de Escalante y le dolía verlo así. Luego el viejo Gallegos se va a México, y lo vi una sola vez en Cuernavaca. A él, debido a la presión arterial, le recomendaron los médicos, junto a Andrés Eloy Blanco, que vivieran en Cuernavaca porque se daba un clima bastante benigno y una altura parecida a la de Caracas.

—¿La permanencia en México fue por largo tiempo?

—No permanecí con él en México. Solo nos encontramos una vez. En México hizo esa novela que tuvo dos nombres, “La brasa bajo el pico del cuervo”, y “Tierra bajo los pies”, una novela de la revolución mexicana. Después de eso Rómulo Gallegos regresó a Venezuela, ya restablecida la democracia, y lo seguí viendo mucho tiempo. Todavía tengo una foto de él dónde está con mi hijo, Andrés Eloy, que ahora es un hombre. Aparece cargándolo y el muchacho en los brazos molestándolo. Íbamos con frecuencia a verlo y ya le estaban pegando los años. Fue entrando en una taciturnidad, un silencio muy prolongado, y dolía ver como a Gallegos lo iba consumiendo la vejez. Nosotros nos mantuvimos siempre a su lado, toda la gente amiga, hasta que finalmente murió. Tuve la complacencia de que la primera promoción de la Universidad de Oriente llevara su nombre. Le dimos el primer título de Doctor Honoris Causa que otorgó la Universidad. De modo que yo podría decir que a Rómulo Gallegos lo estuve acompañando mucho tiempo, y él acompañándome a mí, dentro de lo relativo del término, desde la época de estudiante hasta la época en que fui Rector de una Universidad.

—Doctor Peñalver, un poco así lo habíamos imaginado, con esa vinculación tan especial. Nos llamó mucho la atención cuando se inauguraba la biblioteca que Rómulo Gallegos donó a la Universidad de Oriente, y se decía de alguna manera que esa biblioteca empezó a viajar desde el momento en que Gallegos sale del país, y finalmente se da este paso que honra a la Universidad. Esa biblioteca regresa para tener un solo destino en la Universidad de Oriente. Un elemento vinculante con Rómulo Gallegos desde todo punto de vista, más allá de la creación. Un gesto noble, pero yo deseo regresar al tema de La Habana, y hay una pregunta que formulo para completar de alguna manera esta conversación. ¿Me podría recordar algunos nombres de los otros exiliados que estuvieron en Cuba entonces?

—Benito, por Cuba pasaron no menos de quinientos exiliados. Los más importantes fueron Braulio Jatar Dotti, Alejandro Ávila Chacín, Andrés Eloy Blanco y también estuvo Manuel Martínez. Prácticamente todos los líderes de Venezuela pasaban por La Habana, estaban un tiempo allí y luego se adoptaba el sistema de distribución hacia otros países, porque en La Habana era difícil conseguir trabajo, además la vida era relativamente cara, porque el peso cubano era equivalente al dólar, entonces la vida era bastante cara y, por supuesto, en una isla en ese tiempo, pequeña, limitada, no había muchas posibilidades de trabajar. Nosotros desde allí distribuíamos a la gente.

—Creo que La Habana y México, básicamente, fueron los cordones de apoyo durante el exilio. Otra cosa que quería saber, Doctor Peñalver, conocerlo de sus propios labios. Durante ese período en que Gallegos está en la presidencia de la República, ¿Qué aspecto significativo considera que existió para la educación venezolana? ¿En qué forma pudo Gallegos, en tan escaso tiempo en la presidencia de la República, contribuir con el desarrollo de la educación en el país? ¿Hubo algún tipo de iniciativa de transformación de la educación hacia lo profundo?

—Sí, la más importante fue la elaboración de una Ley de Educación que cambió pues todas las anteriores, y hubo por primera vez un planteamiento global del desarrollo educativo. Luego se estableció, por primera vez, la autonomía a las universidades con el Estatuto Orgánico de las Universidades Nacionales del año 1946, y que fue pues la base para que surgiera la Ley de Universidades actual. Por supuesto, tanto la Ley de Educación como el Estatuto Orgánico de las Universidades Nacionales, fueron eliminados por la dictadura apenas se dio el golpe de estado contra Rómulo Gallegos en el año 1948, y se regresó a un sistema muy reaccionario que después fue modificado tras el derrocamiento de Marcos Pérez Jiménez en el año 1958.

—Indudablemente, entiendo, Doctor Peñalver, que fue el primer paso para democratizar la educación en el país.

—Así es, Benito.

—Una pregunta final. Quisiera escuchar sus consideraciones sobre los amores entre Teotiste y Rómulo Gallegos. ¿En qué circunstancias conoce de la muerte de Teotiste?

—No estaba en México cuando fallece Teotiste, pero conozco todo por referencias de los exiliados. Él adoraba a Teotiste y era un amor que parecía de novela. Uno veía a Gallegos abrazado o besando a su mujer a cada instante. Era un hombre un poco áspero por fuera, a pesar de que tenía una gran suavidad por dentro, pero era un hombre que le agarraba las manos a su mujer y se quedaba horas en silencio, sin conversar. La quería tanto que cuando murió Doña Teo, Gallegos dio orden de que la acostaran embalsamada en un panteón, panteón que creo le pertenecía a una de estas agrupaciones españolas, no recuerdo si era la canaria o la gallega, y que se encontraban con dificultades para los que veían aquel espectáculo de sus visitas tan frecuentes a la mujer amada, y la facilidad para él, al permitírsele que entrara al panteón y estuviera frente al cadáver de Teotiste, observándola por mucho tiempo. Así pasó semanas, hasta que finalmente los propios compañeros lo convencieron de que era una tontería, y que ya debía arrancarse la tortura que él mismo se estaba haciendo al recordar la muerte de su mujer. Fue entonces cuando resolvieron llevarlo para Cuernavaca por motivos de salud, y quedó ella definitivamente enterrada, hasta que en el año 1958 vuelve con su cadáver y lo traslada a Venezuela, como ya sabes. Allí están los dos enterrados, uno al lado del otro, como siempre quiso. Aquí en Caracas, en el Cementerio General del Sur.

Aquel fue nuestro último encuentro con Luis Manuel Peñalver, un 6 de marzo de 1986. No hablamos en el momento de la entrevista sobre la compleja realidad nacional de esos días en el país, y la crisis cierta de las universidades. Recuerdo que, en defensa de su gestión rectoral, al referirse a la Universidad de Oriente, alguna vez dijo que «Esta no es una Universidad congelada», y vino a mi memoria, entonces, como un ejemplo, la imposibilidad de concluir algo sin distorsionar la percepción. Creo que eso nos pasa y quise expresárselo a Luis Manuel Peñalver, pero no pude aquel día jueves que invocaba temores y fantasmas, como lo hicieron de otra forma, en su laberinto mental, dos artistas en una obra insuperable publicada por la Editorial Universitaria de Cumaná, y que conservo entre mis recuerdos maravillosos. “Imposibilia” de Ger Leferd y Nedo. Imposibilidad y posibilidad. No nos volvimos a ver con el Rector fundador de mi Universidad, pero me llenó de satisfacción todo el aporte que hizo para este homenaje a Rómulo Gallegos. Tarde me llegó la noticia de que, un 28 de abril del 2004, fallecía a los ochenta y seis años. Luego supe que había nacido en una hacienda de café en Monteoscuro, allá entre montañas soldadas a la población de San Antonio de Capayacuar, en las tierras de Monagas, el día 1 de febrero del año 1918.