La desazón que implosiona un imperio

Lo sucedido el 6 de enero de 2021 en la ciudad de Washington, relacionado con la toma violenta de las instalaciones del Capitolio por parte de un nutrido grupo de partidarios de Donald Trump negados a aceptar su derrota, pudo haber sido un acto de protesta más en el marco usualmente exaltado de los eventos electorales. La particularidad de sus circunstancias desencadenantes, sin embargo, dio lugar a interpretaciones que derivarían en la acuñación del término “conspiracionismo”, un esperpento que acabó germinando en el más perfecto caldo de cultivo universal, una sociedad de laboratorio con notorios efectos de sobreexposición.

 

Le tocó formalizar el dictamen al periodista español Ignacio Ramonet, trocado por sus ya consabidas tareas semióticas en todo un especialista en la materia. El estudio se ha vertido en ‘La era del conspiracionismo: Trump, el culto a la mentira y el asalto al Capitolio’ (2022, Monte Ávila Editores), y viene a sumar argumentos a la cada vez más evidente probabilidad de un desmoronamiento imperial, entrado ya en fase agónica.
Del caudal de circunstancias que fueron cebando, consciente e inconscientemente, el malogrado experimento norteamericano, Ramonet hace pormenorizada cuenta: la asumida idiosincrasia sectaria y patriotera de su población, el efecto residual de clasismos y racismos estructurales, el paulatino descalabro económico de las clases medias y su consecuente vuelco hacia las drogas (legales e ilegales), la perentoria necesidad de nuevos credos en tiempos de profecías defraudadas, el recelo por la ciencia tras el desarrollo de la pandemia y su correlato en las teorías conspirativas, la exacerbación del pensamiento mágico (y demás terraplanismos) o la deriva tendenciosa de los medios de comunicación, todo ello aderezado por la acción de las ubicuas redes sociales.
La interpretación de estos fenómenos da sustento a lo que el semiólogo llama “triángulo de la desazón contemporánea”, aludiendo a un triple desequilibrio existencial: la crisis de la verdad, la crisis de la información y la crisis de la democracia. Si bien el ‘summum’ de esta desazón se verificaba en el incidente de Washington, el análisis lleva al autor al desvelamiento de una tendencia de aplicación global.
El asalto a la Plaza de los Tres Poderes en Brasilia, suscitada cuando la edición llegaba a las librerías, resulta una suerte de iteración diabólica, como la que a Borges llevó a abominar de los espejos por repetirnos como especie. Ramonet ya lo anticipaba en estas líneas: “Lo ocurrido aquel 6 de enero de 2021 se puede reproducir mañana, con características dispares, en otras latitudes. Este libro quisiera alertar contra semejante peligro…”.

La pregunta que intenta responder en todo caso es: ¿Qué tenían en la mente aquellos salteadores que mellaban de manera definitiva la imagen incorrupta de una nación libertaria, construida arduamente por generaciones de artífices de la propaganda? El libro recrea la tipología a partir de la tragicómica descripción de una mujer que grita improperios a un televisor durante la transmisión de la ceremonia de asunción del nuevo presidente: “¡Tendríamos que haberlo incendiado, ese jodido Capitolio…! ¡Cortar por lo sano, carajo! ¡Liquidar a esa bruja de Nancy Pelosi! ¡Colgar a ese puto traidor de Pence!…”.

 

Margareth, que así la ficciona el autor, comparte descabelladas teorías ventiladas a través de las redes Qanon, relacionadas con grupos de pedofilia asociados al Partido Demócrata y sus camarillas, interesadas en la explotación del “adrenocromo”, un químico extraído de la sangre de los niños violentados. La alucinada realidad de esta mujer, su fanatismo irreprimible, preocupa en la medida en que está soportada por otra de las ruines realidades de la sociedad estadounidense: el acceso indiscriminado a las armas.
Es esta “escoria blanca”, los “estúpidos hombres blancos” que denuncia desde su propia vereda el documentalista Michael Moore, la que por defecto recibe más certeramente los mensajes de las redes sociales y la más ganada a los objetivos de la llamada “posverdad”, sujetos a las agendas reaccionarias que hoy en el mundo recuperan espacio político.
‘La era del conspiracionismo: Trump, el culto a la mentira y el asalto al Capitolio’, además de una minuciosa labor de disección sobre las causas domésticas, pone de nuevo bajo la lupa el asunto de los medios de información (o de desinformación) por su complicidad en el estado general de decadencia al que ha llegado el mundo occidental. Dice Ramonet:
“En internet es casi imposible distinguir entre un artículo revisado por expertos y una cura milagrosa lanzada por un charlatán. Las noticias falsas sobre las vacunas contra el coronavirus, por ejemplo, causaron la muerte de personas. El nuevo ecosistema informativo está impulsando algunos de los peores instintos de la humanidad. De hecho, la desinformación está matando a mucha gente. En algunos países, este nuevo sistema desinformativo ha creado sociedades en las que la población ya no sabe distinguir qué es real y qué no”.
La verdad de las cosas, como temieron siempre los peores augurios proféticos, parece importar cada vez menos. Parafrasea el autor español a otro oscuro agorero de la modernidad: “Hoy, muchos activistas conspiracionistas de redes consideran que una verdad repetida mil veces es quizás una mentira”.