Mis papeles errantes: Entre Rómulo Gallegos y la Generación del 28, por Benito Yrady

Capítulo 11

NOELÍ POCATERRA: «Cuando me encontré con Rómulo Gallegos, yo tenía cinco años».

Mis visitas a la Universidad del Zulia y el intercambio con Cumaná, tuvieron momentos imperecederos entre amigos como Juan de Dios Martínez y Noelí Pocaterra. No lo niego, aprendí mucho de los dos. Sigo aprendiendo. Por medio de Juan de Dios llegué un día a Olimpíades Pulgar, el famoso “Pía” de Bobures, el improvisador de la décima, gran pícaro celebrante de los tambores de San Benito de Palermo, aprendía a reconocer la gaita verdadera, la gaita de tambora, y el auténtico significado de la palabra “Ajé”, de los chimbangueles, de los bailes de raíz africana. Muy parecido, y de mayor prolongación, es el caso con Noelí Pocaterra. Ellos dos eran mis referentes principales en la Universidad del Zulia, donde gestionaron la cultura por largo tiempo. Noelí, originaria del Wayuu, nacida entre Paraguaipoa y Sinamaica un 18 de septiembre de 1936. La conocí en medio de su desempeño en el Departamento de Estudios Socio-Antropológicos de la Dirección de Cultura de la Universidad del Zulia, y desde ese tiempo, entre los años 1970-1980, somos grandes amigos. Esta hermandad creció con su elección como Diputada indígena, miembro de la Asamblea Nacional Constituyente a partir de 1999. Pasamos más tiempo juntos, y aquí, en Caracas, llegaríamos a inventar sueños compartidos. Luego siguió y siguió repetidas veces como parlamentaria, y hoy lo reafirma en su constante lucha por reivindicar a sus pueblos, a nuestros pueblos aborígenes. Traigo a Noelí a estas entrevistas, porque un día lejano ya, en su casa de Maracaibo, nos juntamos su hermano Leoncio, ella y yo, y vine a descubrir que conocieron a Rómulo Gallegos siendo niños. Fue una larga conversación con muchos detalles de la amistad de su padre alijuna con Rómulo Gallegos, en el recorrido a la Guajira para escribir “Sobre esta misma tierra”.

Fotografías cortesía de Ángela Collins, en la Casa de Noelí Pocaterra en Caracas, Venezuela

Noelí Pocaterra es la mayor de tres hermanos. Le siguen Fanny y Leoncio. Tuvo tres hijos que se llaman Valmore, Carlos Jesús y Carlos Isaías, pero conociéndola como la conozco, uno sabe bien que todos los niños y las niñas Wayuu también son sus hijos. Siempre lucha para que esos pequeños no sufran lo que ella padeció cuando era apenas una infante. Por allí empezamos la conversación, y es Noelí la primera que toma la palabra.

—Yo creo y digo lo siguiente, y me disculpas, Benito, que lo diga así, de esa manera, pero he podido sobrevivir en esta sociedad por mi cultura, porque me maltrataban, me humillaban, inclusive cuando empecé a estudiar derecho en la universidad, trabajaba en el día y en la noche iba a clases.

Esta mañana estuve en el Consejo Político del Gobierno, y una de los temas de los cuales se habló fue en referencia a la falta de formación, y creo que ese eso tiene que empezar por lo humano primero, porque las mujeres antes, y por eso te digo Benito, que hemos cambiado, las mujeres antes, cuando estaban embarazadas le decían al niño dentro de su vientre, «Mira yo te voy a llevar al río para que tú oigas como él habla». Así lo hacíamos las mujeres Wayuu. Teníamos esa costumbre.

Yo digo que nosotros, y eso es válido hasta para los alijuna, debemos adaptarnos a las circunstancias y a las realidades. Por eso creo que todo debe empezar en la formación de un niño que no ha ido a ninguna escuela, que está en el monte, que está allá en la Alta Guajira, pero que tiene la capacidad de escuchar y de entender que el viento posee un lenguaje, que el viento habla. Eso es lo que nos enseñan a nosotros los indígenas.

—¡Claro Noelí, es la relación con la naturaleza!

—Sí. Cuando nosotros vivimos en casas como estas, abiertas, y la noche está muy oscura, la abuela dice, «Vamos adentro, y seguimos la conversación de chinchorro en chinchorro», y uno mira el espacio, porque no tenemos techo. Miramos el cielo y decimos, «¿Tú ves aquella estrella?, bueno esa estrella se llama tal y ella es para esto: va a venir visita, va a venir hambre, va a haber un muerto», o de pronto, «Ay, mira, las hormiguitas. Estas hormiguitas significan esto». O el pájaro tal, que no es frecuente que se acerque a la casa, sino que es de las ciénagas, «¿Y por qué está aquí?», es que él es un comunicador social, él está anunciando algo, y los indígenas le dan lectura a eso. Fíjate tú, Benito, es que esta sociedad es tan prepotente que hacen creer que los que no saben leer, los que no estudian, son ignorantes, y hay que tener cuidado con esa manera de pensar. Este modelo de sociedad nos ha dicho que eso no sirve, que ese conocimiento no sirve, y nos rechazan, porque lo que sirve es lo que este mundo inventa, este mundo alijuna, y es cuando nosotros aprendemos a ser mentirosos, a robar, a la violencia y a cosas que no existían en nuestros pueblos verdaderos.

—Así es Noelí, es la grandeza de los pueblos ancestrales. Ahora fíjate Noelí, te preguntarás el qué esta entrevista. Recuerdo aquel día que nos vimos en Maracaibo, hace ya más de diez años, estabas con tu hermano Leoncio, y en esa oportunidad hablábamos de Gallegos, de tu padre y de La Guajira. Sentí a Leoncio como un cronista natural, y hace mucho tiempo manejé la idea de escribir sobre Don Rómulo. Comencé a hacer anotaciones, porque siempre me llamó la atención lo que yo oía sobre él, en especial a ese Gallegos que, con setenta años de edad, regresa desde el exilio una que vez que es derrocado el General Marcos Pérez Jiménez. No estuvo activo en la política, y para mi sorpresa lo rodearon muchísimos amigos que lo admirarían, y que en su mayor parte eran militantes de grupos políticos distintos al suyo, o eran independientes. Particularmente activistas del Partido Comunista de Venezuela. Yo entrevisté a varios que ya han fallecido. A Gustavo Machado, a Luis Beltrán Prieto Figueroa, a Juan Liscano, a Isaac Pardo, a Horacio Cabrera Sifontes, y a la única hermana de Gallegos que quedaba viva para ese entonces, cuando tenía noventa años. Se llamaba Carmen Elisa, y murió al año siguiente después de la entrevista que le hice en 1984. También conversé con Sonia Gallegos, su hija que sobrevive aún. Además, puedo citar al fundador de la Universidad de Oriente, Luis Manuel Peñalver, quien fue el secretario de Gallegos en Cuba. También incluyo entre los entrevistados más recientes a Oswaldo Lares, testigo de la Fiesta de la Tradición, y a un llanero de Apure que me habló de Francisca “Pancha” Vásquez en la población de Elorza, y por supuesto no puede faltar Miguel Otero Silva. Constantemente recuerdo aquella conversación que sostuve contigo y tu hermano Leoncio, allá en Maracaibo, y que me devolvió a la etapa del novelista cuando va a conocer la zona de La Guajira, pues yo no sabía que tu papá era su amigo, y que estuvo entre los que le ayudó a conocer todo aquel paisaje y su gente. Para mayor satisfacción me entero, además, que tú participaste de la Fiesta de la Tradición en 1948, mostrando el baile de la Yonna. ¿Qué edad tenías tú cuando llegaste al Nuevo Circo, en el año 1948, para participar en el homenaje a Rómulo Gallegos?

—Benito, yo creo que tendría unos once o doce años. Nací en 1936, el 18 de septiembre, y pronto cumpliré ochenta y ocho. Después de la Fiesta de la Tradición, yo vi unas postales hechas con nuestras fotos en mi segundo viaje a Caracas. Había venido la primera vez a esa Fiesta que hicieron en el Nuevo Circo en presencia de Rómulo Gallegos. Invitan a mi papá, pero él nos trae a mí y a mi mamá. Nosotros tenemos una vida colectiva y el marido trae a la mujer, y la mujer, por supuesto, trae a los hijos. Mi papá se llamaba Germán Pocaterra y mi mamá Librada Hernández. La primera vez que vine bailé allí en el Nuevo Circo de Caracas porque dijeron, «¡Ay, todos son niños!». Éramos los únicos niños que estábamos en el grupo Wayuu, pero no veníamos a bailar, sino a acompañar a mi mamá. Nos dijeron «¡Ay, los niños que bailen!», y como sabíamos bailar, pues bailamos y nos tomaron fotos. Por cierto, Benito, tú sabes que a nosotros nos gusta mucho los frijoles, los marroncitos, o blanquitos, pero no conocíamos los frijoles rojos y mucho menos los negritos. Cuando nos ponían caraotas negras nos gustaba mucho, y a los demás grupos folklóricos que estaban allí, que eran unos alijuna, a ellos no les agradaba comer caraotas todos los días. A nosotros sí, y nos comíamos las de ellos. Nos decían «¿Ustedes quieren?», y por supuesto estábamos felices con las caraotas, porque era lo que nos gustaba. Se hizo parte de nuestra dieta. Cuando yo vine después a Caracas, la segunda vez, en el año 1952, fue porque llegué a estudiar Trabajo Social.

Fotografías cortesía de Ángela Collins, en la Casa de Noelí Pocaterra en Caracas, Venezuela

—O sea, ¿Tú estudiaste Trabajo Social aquí, en la Universidad Central de Venezuela?

—No, cuando eso no estaba a nivel de la universidad. Era una escuela técnica de Trabajo Social, en la época de Marcos Pérez Jiménez. Mi padre pago exilio político en Colombia por diez años. Él estuvo en Barranquilla y después se vino para Maicao, pero la mayor parte del tiempo fue en Maicao. Una vez se lo llevaron preso para Bogotá en un avión, y mi madre que nunca aprendió a leer ni a escribir, ni hablaba bien el castellano, se dirigió al presidente colombiano en ese entonces. Yo no sé si era Laureano Gómez, o un tal Arbelaez, no lo recuerdo. Ella lo convenció de que le entregara a su marido. Mi padre estuvo como cuarenta y ocho días en la cárcel de Bogotá, porque lo denunciaron por conspirador, pero la tarea de él era estar en la frontera y recibir a la gente que huía de aquí, de Venezuela, y se iban para Costa Rica o México, o no sé qué otro país. También la gente que venía de esas naciones llegaba al rancho, a la casa de nosotros. Fue una experiencia muy interesante.

Ahora fíjate Benito, a Rómulo Gallegos, dentro de mi familia, no sé exactamente las razones, lo admirábamos mucho. Había una foto de un periódico en el que él había salido, y esa foto la tenía mi papá. Era el único cuadro que había en la pared de esa casa, que era una casa muy sencilla. No era una casa de ese tipo que tuviese adobe ni nada importante. Entonces, los exiliados políticos que venían de México, de Costa Rica, de Puerto Rico, a encontrarse con sus novias, con sus familias, sus abuelos, sus esposas o sus mujeres, traían alimentos y preparaban platos, sobre todo en Navidad. Ellos elaboraban, por ejemplo, un pavo relleno, hallacas. Yo conocí las hallacas allí, cuando eso. Y estos políticos, y mi padre, ponían la bandera en esa foto de papel, que era una foto de Rómulo Gallegos. Ponían la bandera nacional que mi padre cuidaba. Luego, cerca de los doce de la noche, ellos daban sus discursos, se ponían de pie y nosotros también. Mi mamá, mi hermano y yo nos parábamos y hacíamos igual que ellos, escuchando los discursos, los análisis, las reflexiones que hacían. Las esposas llevaban entonces las hallacas y los pavos rellenos. Eso lo llegué a conocer en aquel momento, porque no era la comida de nosotros.

—Claro, ¿Y dónde ocurrió eso?

—En Maicao, la parte colombiana donde se encontraban. El presidente de aquel país le dijo a mi mamá, «Sáquelo de aquí. Le doy quince días para que abandone el país. Yo se lo entrego», y se lo entregó. Luego él se fue a trabajar como cocinero en un barco que llevaba café de Riohacha para Aruba y para Curazao, pero el señor, el capitán del barco le dijo, «Mire Germán, mire para allá, vea los tiburones como están, aquí hay un mecate grueso que se amarra. Usted tiene que amarrarse cuando estemos en alta mar, porque el agua se nos mete aquí, y usted va a dar allá y los tiburones se lo comen». Mi papá dice que eso era una zozobra, tener que vivir en esa angustia, y entonces él decidió irse. Le arreglaron los papeles a través de una gente, logró la residencia en Colombia, y se puso a vender agua. Me acuerdo yo que había muchos burros, porque las calles de Maicao eran de arena.

¿Sabes qué, Benito? Yo conocí en Maicao a Cástor Nieves Ríos, antiguo Alcalde de La Victoria en el estado Aragua, y fundador del partido Acción Democrática. Hombre aguerrido. Pasó por allí y me acuerdo que estuvo como una semana. Tenía que ir a Venezuela y me dijo, «Noelí, dentro de unas semanas, dentro de un mes, yo tengo que hacer unas tareas, tengo unas tareas que cumplir, pero después que yo termine esas tareas, te llamo por teléfono». Claro, no me decía cuáles tareas tenía que ejecutar. Yo solo le respondí «Ah, bueno». Me quedé pendiente de que me iba a llamar. La noticia que recibí, antes de que llegara ese mes, es que lo habían matado. Lo mataron en San Agustín y las muchachas caraqueñas que estudiaban conmigo, me dijeron en el comedor, «¡Acaban de matar a Cástor Nieves Ríos!». A nosotros nos habían enseñado que esa era una noticia muy dura, y no podíamos decir nada. No podíamos contar nada, sino que teníamos que estar callados. Entonces, disimuladamente, me fui al baño y lloré. Cuando regreso me preguntan «¿Qué te pasó?», y respondí «Que algo me cayó en el ojo», pero realmente es que yo lloraba por la noticia.

Bueno Benito, la época de Marcos Pérez Jiménez fue muy dura para nosotros. Recuerdo que, estudiando cuarto año de trabajo social, estaba en una escuela que se llamaba Gran Colombia, en Los Rosales, Caracas, donde hacíamos pasantías. Un día, cuando arreglaba carpetas, veo a través de las ventanas a unos estudiantes que pienso eran del Liceo Fermín Toro. Iban cantando el himno nacional y llevaban una cinta negra. Me asomo, dejo los papeles y salgo corriendo a preguntar, «¿Qué pasó?». Me dicen «Acaban de matar a un estudiante y andamos en marcha cantando el himno nacional». Yo me olvidé de todo y me pongo a marchar con ellos. Ya estudiaba cuarto año. Eso fue en el año 1956. Canté el himno y marché. Después de terminar mis tareas me voy a la residencia, y cuando llego encuentro a dos hombres de la Seguridad Nacional que me dijeron, «Usted está detenida». Claro, como andaba en eso, ya sabía lo que me esperaba. Las muchachas que estaban allí formaron un escándalo y gritaban «¡Ay, la indiecita, la indiecita! ¡Se la están llevando presa!».  Viene la directora, que para ese entonces era una señora llamada Lila Ruiz de Mateo Alonso, esposa del doctor Alberto Mateo Alonso, profesor también en esa escuela quien nos daba psicopatología, y les dijo, «Miren, esta indiecita está bajo mi responsabilidad, ella no tiene familia aquí ni nada, yo soy quien la representa», y el hombre le responde «¡Pero está detenida!», y le explican el motivo. Ella les preguntó con quién había que hablar y gestiona con el alto gobierno. Se comprometió en que me llevaba a su casa, y que podía estar en un cuarto. Efectivamente, me trasladó a su casa donde estuve como quince días o tres semanas, hasta que me dijo, «Noelí, no se pudo hacer nada. Tú estás expulsada y te tienes que ir de aquí. Yo te llevo al terminal». Faltaban como cuatro meses para graduarme de trabajo social. Por cierto, Benito, ¿sabes quién me ayudaba en ese entonces, pero de manera escondida? Bueno, realmente había dos personas, y uno de ellos era Miguel Acosta Saignes.

—¡Caramba! Miguel Acosta Saignes era militante del Partido Comunista. Yo conocí a Miguel Acosta, excelente persona, y gran estudioso de nuestras culturas.

—Sí. Yo iba a la casa de él todos los sábados porque empezamos a hacer una ley de indígenas. Miguel Acosta, una vez a la semana, me llevaba a la Universidad Central de Venezuela, porque para ese tiempo se estudiaba allí Sociología o Antropología. Bueno, era Profesor y me decía, por ejemplo, «Noelí, hoy voy a dar clases de parentesco, ¿Cómo es el parentesco en La Guajira?». Yo le contaba y esa información servía para sus alumnos. Después les explicaba técnicamente cómo era. Todas las semanas yo tenía que ir a sus clases, y los sábados y domingos a su casa para trabajar, y él tomaba apuntes. Mi padre lo conoció, porque Miguel Acosta era arqueólogo, e hizo un trabajo en Las Pitías, allá en La Guajira, y mi padre lo acompañó. Entonces, cuando voy a Caracas me recomendó «Búscate a Miguel Acosta Saignes». La otra persona era el doctor Carlos León, abogado, hijo del dueño del Diario La Esfera. El papá era un hombre del gobierno de Marcos Pérez Jiménez, pero el hijo era un revolucionario y me ayudó mucho. Cuando yo estaba en segundo año de la carrera de trabajo social, este doctor Carlos León logró, a través del diario La Esfera, que me dieran una ayuda, ya que a mí me negaban las becas, porque era la hija de un enemigo del gobierno. Con eso yo pagaba la residencia y comía. Ese señor me decía, «Mira, tú vas a hacer una cola allá todos los meses a buscar tu platica». Eran doscientos bolívares mensuales, que representaba mucha plata en ese momento. Pagaba ciento cincuenta por la residencia, por dormir y comer, y me quedaban cincuenta bolívares para mis gastos personales. El Doctor León siempre me aconsejaba, «No te asustes. Vas a ver allí gente con discapacidad, pero no te asustes», porque yo era casi una niña, «No te vayas a asustar por eso».

Fotografías cortesía de Ángela Collins, en la Casa de Noelí Pocaterra en Caracas, Venezuela

Bueno Benito, después que me expulsaron, los profesores hablan y piden que me dejen graduar, porque era la primera Wayuu en hacerlo. Al mes me escriben informando que podía volver, y cuando me gradué, cuando regreso, a la directora la habían echado del instituto, la sacaron.

—Ahora fíjate, Noelí, vámonos al pasado, a Gallegos y a su relación con tu padre. ¿Realmente Gallegos va a conocer la región del pueblo Wayuu en La Guajira, guiado por tu padre? ¿Tú recuerdas haberlo visto antes de venir a Caracas o era tu padre quien te hablaba de él?

—Mi padre hablaba mucho de él, y cuando va a La Guajira yo tendría como cinco años. Me dice mi hermano que él estuvo en el Zulia como en el año 1941, y yo nací en 1936. Viví esa experiencia y recuerdo que fue con su esposa Doña Teotiste. Nuestra casa estaba en un lugar cerca de Paraguaipoa que se llamaba Mokomatira, y que ahora es conocido como “La Gloria”. Era un caserío donde estaba mi familia, y había una escuela que mi padre dirigía. Allí estuvo Don Rómulo. A mi papá lo conquistó Acción Democrática. Él fue el primer maestro Wayuu. Su padre era un alijuna, un comerciante. Bueno, es una historia muy triste y no me gusta mucho hablar de eso. Mi padre llegó a cuarto grado y aprendió muchas cosas. Después parece que el ministro de educación, que creo se llamaba Fuenmayor, quiere poner una escuela y el único que sabía leer y escribir, que tenía cuarto grado, era mi papá, ¡pero eran esos cuartos grados de antes! Lo nombran como maestro en una escuela que no era en Mokomatira sino en otro lugar, y entonces a él, que es un Wayuu, hablante del idioma, que conoce la cultura, que tiene buen carácter y que sabe leer y escribir, el ministro lo envió a la población de Turmero en el estado Aragua, para que termine el quinto y sexto grado en pocos meses. ¡Imagínate tú, Benito!, luego de eso a mi papá, con sexto grado, lo nombran director de la Escuela Cristóbal Mendoza, en La Concepción del estado Zulia, que era un campo petrolero. Bueno, nosotros no sabíamos hablar bien el castellano, y nos vamos para allá con mi papá. Nos dan una casa de los trabajadores y los vecinos nuestros eran unos ingleses. Mi mamá nos cuenta que ella se asombraba y se distraía mirando cómo nosotros le hablábamos en wayuunaiki a los niños. Ellos nos hablaban en inglés, pero nos entendíamos y jugábamos. A raíz de esa relación de los niños, los padres empezaron a ser amigos. Después de eso Acción Democrática agarra a mi papá y lo pone como Gobernador en el Municipio, es lo que después llamaron Jefe Civil. A mi papá lo sacan de ahí y volvemos para La Guajira, a Sinamaica, que es la capital. Después llega al poder el General Marcos Pérez Jiménez y pasan todos esos diez años terribles donde sufrimos mucho.

—Bonita historia, Noelí. Te felicito por esa capacidad de recordar. Hablando de recordar, cuéntame, ¿Qué otras cosas vienen a tu mente sobre Rómulo Gallegos?

—Yo recuerdo algunas cosas. Mi papá lleva a Don Rómulo Gallegos a la escuela que él dirigía y le presenta un acto cultural. Allí hay una niña de doce años que canta una canción, un Jayeechi, que son cantos donde se cuentan hazañas de personajes, de aventuras, de situaciones, de episodios de la vida, sean buenos o malos, y aunque usualmente dicen que los Jayeechi lo cantan los que beben licor, no importa quien lo cante, porque es como una historia. Hay una narrativa y uno se entera de cosas que pasan, de personajes, de eventos, de dramas. Esta muchacha que cantaba se llamaba Florinda, y tenía como doce años. Canta, y mi padre le iba traduciendo el contenido a Don Rómulo Gallegos. El personaje central se llamaba Remota, y en los Jayeechi siempre se repetía Remota, Remota. A Don Rómulo le llamó la atención y preguntó «¿Qué quiere decir eso?», y mi padre le responde que era el nombre de la mujer, del personaje principal. Por eso, Remota es protagonista en la novela “Sobre la misma tierra”. A Don Rómulo le hablan de las comunidades de La Guajira, por ejemplo, de Canta Rabia, o el nombre de algunos personajes de las comunidades como Aminta o Dolorisa. Son personajes que habían tenido alguna trayectoria y estaban en su novela, pero eso no lo cantaba la muchacha. Ella solo se refiere a una historia de amor o algo así, y el personaje principal es Remota, Independientemente de eso, entiendo yo, por lo que me cuenta mi papá, que después ellos se van a la Laguna del Pájaro, que es otra comunidad, próxima a Wichepe. Con ellos iba Manuel Matos Romero, conocedor de las costumbres zulianas y del pueblo Wayuu. A Gallegos le cuentan una historia, y de acuerdo con la cosmovisión Wayuu, hubo un proceso de transformación, y en ese proceso de transformación ocurrieron muchas cosas. Por ejemplo, se entiende que en La Guajira hay un cerro que ahora los cartógrafos lo llaman el Cerro de la Teta, porque se parece a una teta, aunque el nombre verdadero es Epits. Él era un Wayuu Apüshana que caminaba y, según los cuentos y las historia que nos narran, venía caminando y estaba muy cansado. Se acostó un rato para descansar, para dormir, y cuando despertó quedó convertido en cerro, y su nombre originario es Epits Apüshana. Yo quisiera hablar con el presidente de la República para que se recupere ese nombre de nuestra geografía.

Fotografías cortesía de Ángela Collins, en la Casa de Noelí Pocaterra en Caracas, Venezuela

 

Benito, para nosotros no existe cielo, como llaman los alijuna, como nos han enseñado en la cultura occidental: “cielo, purgatorio e infierno”, y depende de la conducta sí vas al cielo o bajas al purgatorio o al infierno. Para nosotros existe un solo sitio que se llama Jepirra, y a ese lugar los cartógrafos también le pusieron Cabo de la Vela. A ellos les parecía una velita, pero para nosotros ese es un sitio sagrado, y todos, por muy aculturados que estemos, siempre decimos, «Cuando yo vaya para Jepirra», «Ya partió para Jepirra», «Ya está descansando en Jepirra», «Ya se va a encontrar en Jepirra». Uno no dice, «Se va para el cielo, se va para el purgatorio». Nada de eso.

A Don Rómulo le contaron esas historias, y me imagino que le contarían muchas más, entre las que está la de una piedra que había en Castillete y sigue allí. Era una muchacha que se va a bañar, y se quedó convertida en una piedra. Estaba un poquito decepcionada, o algo así pasó con ella. Es una historia nuestra, alrededor de eso. A Don Rómulo le llamó la atención y por eso usó su nombre. Es lo que nos cuentan. Hay una película que yo vi en Maicao que se llama “La doncella de piedra” y que está basada en la novela “Sobre la misma tierra”. Los personajes, los lugares, las comunidades, todo eso él lo tomó y lo traslada a la novela. Eso aparece en la película “La doncella de piedra”. Allí hay cosas que no me gustaron, aunque la obra mayoritariamente me gustó. ¿Qué es lo que no me gustó? Cuando aparece el personaje “Chuachuaima”, como el hombre que se enamora de la muchacha, de Remota, según la novela. Posiblemente Don Rómulo no tuvo una buena fuente de información, eso sucede con todos los que escriben. Si yo te digo a ti, «Mira, eso es una venta», refiriéndose al matrimonio, pues tú lo pones como una venta. Chuachuaima quería comprar a Remota, ¡pero no, ese no es el sentido! Me hubiese gustado que lo dijera de otra manera, que explicara que es un dote que se da, y no es como ir a una tienda y comprar algo, ¡No! ¡No es un objeto!

Los alijuna, en la época de la colonización nos hicieron mucho daño, y eso ilustra mucho al Wayuu. Esos hombres, los alijuna, aunque tenían sus esposas, conquistaban a otras mujeres, a lo mejor algunos se enamoraron de verdad, ¿Por qué dudarlo?, pero otros lo hacían al ver la fuerza de la mujer, porque nosotros somos una sociedad matrilineal. La mujer es la que manda, la mujer es quien puede decidir quién les va a hacer la comida, quién les va a cuidar los barcos en los que ellos venían a Puerto López, a Castillete, porque ellos iban para Cartagena de Indias, y a otros sitios, y entonces llegó el momento en que los colonizadores -en la obra de Gallegos se refleja esto-, reaparecen cuando llega el petróleo, según en 1914, con la explotación, y la gente que trabajaba con la Shell, con la Creole, y con otras empresas extranjeras, en esas transnacionales, era gente de Lara o de Trujillo o de Falcón. Eran alijuna, no eran indígenas, y a raíz de esa explotación petrolera, esa gente abandona sus sitios y se van para los campos petroleros, porque ahí les iban a pagar mejor. Abandonan las haciendas y a los ganaderos, entonces estos ganaderos no tenían trabajadores y empiezan a hablar con los comerciantes alijuna que visitaban, que iban a vender cosas allá, y les dicen, «Mira, tráeme indios para comprarlos». Rómulo Gallegos lo refleja en la novela, porque es ahí cuando empieza a perderse la cultura, porque mucha de esa gente, de esos indígenas que se fueron, quizás eran muy niños, muy jóvenes, quienes después llegan a ser adultos, pero ya no practican su cultura, ya están en otra cultura, tienen que vivir en esa otra cultura, y abandonan sus orígenes. Cuando yo era niña, en casa no teníamos mesa, no teníamos silla, nos sentábamos en el suelo, dormíamos en chinchorro, no teníamos cama y el techo era el cielo, pero esa era una escuela, era la pizarra de la naturaleza. Yo viví esa vida. Las abuelitas nos preguntaban, «¿Cómo se llama esa estrella que está en el cielo?», entonces uno sabía responder, porque lo aprendimos, pero ya eso ha desaparecido.

Sin duda alguna, yo pienso que don Rómulo hizo un gran aporte en su novela, pero hay muchas otras observaciones que pudiera agregar, por ejemplo, y reitero, cuando se habla de la venta en el matrimonio, eso no es así. Se trata del dote, que es un gran regalo, una protección, como tampoco podemos hablar del blanqueo, según la concepción de los alijuna. Habría muchos elementos que analizar, y creo que debemos leer de nuevo “Sobre la misma tierra”. Como te dije antes, cuando me encontré con Rómulo Gallegos yo tenía cinco años.

—Bueno, Noelí, perfecto. Lo que quería era llevarme estas impresiones para agregarlas al libro. Si tengo dudas con las palabras, frase o algo que es propio del wayuunaiki, yo te aviso para analizarlo.

—No te vayas todavía Benito. Quiero que veas esto. No sé si tú lo conoces.

—No, ¿Qué es eso?

—Esto es lo más sagrado para nosotros los Wayuu. Yo pido que no le tomen fotos. Esto se llama Alania, y le he enseñado a mis hijos que representa a las abuelas, porque esto viene de la herencia de mis tatarabuelas, y hoy en día está bajo mi responsabilidad. Esto es una protección, ¿entiendes? Y ahora, me he enterado que de otras religiones les dicen a los Wayuu, «Miren, no crean en eso, solo crean en Dios. En eso no crean, quémenlo». Algunos Wayuu se han vuelto tan fanáticos que lo han quemado y eso es gravísimo, porque hay una cosa, y es que nosotros creemos mucho en la espiritualidad, ¿ves? Nosotros nos comunicamos con nuestros antepasados. Sobre esto, que ha sido sagrado para mi pueblo, ahora hay quienes no creen en él, pero sigue siendo sagrado y es nuestra protección.

—¿Repíteme el nombre que se le da?

—Alania, la sagrada, la más sagrada de las abuelas. Para nosotros es una persona, para nosotros aquí está el espíritu de las abuelas. No te olvides de esto Benito.

Así fue la despedida de Noelí ese día 7 de agosto de 2024, cuando recordamos a Rómulo Gallegos y la vimos aferrada a la más sagrada de las abuelas con el vestuario rojo de Alania. Mucho más hablamos ese día, hasta que llegó la noche con una hermosa luna nueva, que también Ángela Collins pudo fotografiar.