Capítulo 5
HORACIO CABRERA SIFONTES: «Por nueve meses comparto con Gallegos en Norteamérica, y lo conozco en su intimidad».
Fue un 3 de enero del año 1986. En el calendario hay referencia al Día de Santa Genoveva, la virgen francesa venerada como Santa en París, la ciudad a la que protegió de la furia de Atila. Genoveva, la de buena familia, es también el segundo nombre de mi madre. Estilita Genoveva Arias, así se llamaría, y así se menciona en su documento de identidad. Para celebrar su llegada al mundo siempre iba yo a un apartado lugar de indígenas rebeldes guayaneses, hacía un largo recorrido para verla entre la Mesa de Guanipa y la antigua Angostura del Orinoco, y cantar en coro sobre la felicidad, y observar el fluido del gran río. Se volvió costumbre, y allí mismo, coincidiendo con tal fecha, cumplí el propósito de visitar a Horacio Cabrera Sifontes, allá en su aposento de Ciudad Bolívar. Quería saber algo más de Rómulo Gallegos. Comprobé el placer de estar junto a la inigualable biblioteca de Horacio. El viejo Rómulo, como él lo llamaba, fue gran amigo suyo. Sigue fresco el día y lo disfruto mientras voy al relieve intelectual de un gran hombre de inimaginables aventuras, un prisionero de la sombra agitada de la muerte. Con los cambios del tiempo, y de tanto escuchar sus palabras hechas prosa, y de tanto conjugarnos en las luchas, lo convertí en gran amigo de la otra dimensión del ser. Así fue hasta el triste día de su muerte escogida en 1995. Un día lunes 13 de marzo. Fue amistad mutua y no casual.

De tantos y tantos libros suyos, con gentiles dedicatorias, me cautivó el de las máximas a Antonio Gastone Francesco Guiseppe Luigi Wenceslao Cattaneo Quirin, Conde de Sedrano o el Conde Cattaneo, aventurero como ningún otro. Una cosa fue leerlo y otra escuchar repetidas veces la voz centellante de Horacio al nombrarlo a propósito. Así ocurría cada vez que este hijo de Mercedes Sifontes me narraba pedazos de una vida, de su propia vida de hacendado, de correcaminos y cazador de tigres y serpientes, en la geografía guayanesa cercana al Esequivo. Esa tierra de aguas donde el abuelo, General Domingo Antonio Sifontes, entre el Yuruary y el Cuyuní, se dedicó a proteger a los indígenas y a evitar la penetración de invasores extranjeros. De la docena de libros escritos hizo ese, “El abuelo”, con profundo amor, y también en defensa de aquel espacio fronterizo por la retaguardia del sur.
Uno de los historiadores más fecundos del país, Bartolomé Tavera Acosta, el de los Anales de Guayana, fue padrino y guía en la niñez de Horacio, aunque no tuvo niñez como otros niños, porque se crío entre la vecina isla de Trinidad y la hacienda familiar cercana a Tumeremo. Al vivir en Caracas volverá a Puerto España en condición de desterrado, después de un largo cautiverio de cuatro años en la cárcel La Rotunda por oponerse al gobierno de Juan Vicente Gómez desde 1931. Espera la muerte de Gómez y regresa al país, y sigue a Bogotá y a Estados Unidos de Norteamérica, donde decide estudiar ingeniería en sonido. En ese tiempo comparte con Rómulo Gallegos por intereses comunes de proyectos cinematográficos.
—Amigo Horacio, pudiéramos comenzar con dos preguntas muy simples ¿En qué momento conoces personalmente a Rómulo Gallegos? ¿Cómo estableces, de manera prolongada, esa vinculación con él?
—Bueno, un hermano mío era alumno del Colegio Sucre en Caracas, en el cual había estudiado Rómulo Gallegos, y donde también fue profesor. Empecemos por este pasaje para ser más explícito
—¿Qué vinculación guardas entre el Colegio Sucre de Caracas y Rómulo Gallegos?
—El Colegio Sucre fue fundado por un hermano de mi abuelo, el Dr. Jesús María Chitonne. Después estaba allí el Dr. José Manuel Núñez Ponte, y con ellos estuvo siempre Rómulo Gallegos, primero en calidad de estudiante y luego en calidad de profesor. Como te dije, allí estudiaba el hermano mío.
—¿Cómo se llamaba ese hermano?
—Bueno, era hijo de papá. El mocho Guevara le decían. Fue un médico muy conocido en Caracas y por ese nombre lo conoce todo el mundo. Él dirigió una vez una revista de la Universidad. Fue un hombre muy destacado. Estudiando allí consiguió los documentos que yo tenía que repasar para mi examen de bachillerato, pues yo venía de estudiar en la isla de Trinidad, en el Colegio Santa María. Me los remite al interior de Guayana para prepararme en lo posible. Así llegué a Caracas. Mi hermano era muy amigo de Rómulo Gallegos y lo introdujo en el Liceo Caracas. En ese liceo, en un último año, a mí me tocó presentarle al viejo Rómulo el examen integral de bachillerato, que era, por cierto, mucho más difícil de lo que es hoy. Desde esa época se estableció entre nosotros una gran amistad, hubo una especie de afinidad espontánea, casi familiar. Se cerró la Universidad y tuve que huir. Un tiempo me escondí en un monte en el Zulia, y de allí salí. Luego me hicieron preso en Caracas y fui a parar a la cárcel La Rotunda. De allí no vi más a Rómulo Gallegos hasta que me expulsaron del país, y después, estando en Nueva York, llegó Rómulo Gallegos y me exigió que le sirviera de secretario en una gira que iba a hacer por los Estados Unidos de Norteamérica, especialmente con rumbo a California y a Hollywood, donde pensaba ver las posibilidades de producir a “Doña Bárbara” como película. Yo siempre había sido criador de ganado y trabajaba el llano. Conocía esa parte geográfica de Venezuela muy al dedillo, lo que permitía que él confiara mucho en mi interpretación de “Doña Bárbara”.
Le conté a Rómulo Gallegos sobre una gira que ya había hecho por Canadá, por Windsor, donde está la fábrica americana de la Ford Motor Company, del lado canadiense, y de una gira mía por la propia fábrica Ford. Esa gira fue de siete días viendo en detalle los diferentes procesos, desde la llegada del hierro hasta la salida del carro totalmente listo. Por cierto, en esa época, noviembre del año 1937, me llevaron un día determinado al Museo Edison, donde están los inventos de Thomas Edison, que se encuentra en Beaumont, Texas. Allí vi un carro Ford recién fabricado que era el número veinticinco millones. Yo tengo una fotografía de ese momento. Puedes copiarla. Se ve el número, pero el número en millones, y es un distintivo particular. Dice “25.000.000”.

—¿Ese carro también lo vio Rómulo Gallegos?
—Sí, ese carro lo vio mi amigo Rómulo Gallegos, y vio, naturalmente, toda la historia del transporte en el Instituto Edison, que es interesantísima porque narra desde los primeros carros que se fabricaron.
—¿Dónde está ubicado exactamente ese instituto?
—En South Bend, Indiana. Está en el camino, es decir, después de salir, pero no te he dicho una parte, y es que después de contarle a Rómulo mi experiencia en la fábrica Ford y en este Museo, él me dijo «Tú me tienes que llevar allá». Ya yo había comprado un carro en Nueva York.
—¿Qué marca era el carro que tenía?
—Un Buick. Entonces hice la gira con Rómulo Gallegos. Fuimos a Canadá, a fábricas en Quebec, Toronto y Windsor, para que lo viera todo. En Windsor se tenía la particularidad de que se podía pasar por debajo del Lago Erie y se conectaba con la fábrica en Detroit. Es decir, era casi la misma fábrica, pero evadiendo el impuesto y las condiciones inglesas (el volante en el lado derecho, porque se maneja por la izquierda). Eran otros tiempos. Este Museo Edison, en South Bend, queda precisamente en el camino entre Detroit y Chicago, queda en todo el centro, casi es obligatorio pasar por la ciudad de South Bend.
—¿Está todavía allí mismo?
—Sí, está allí. Deben haberlo agrandado más, y hoy estarán muchos más carros en proceso de ensamblaje. Yo calculo a veces cuántos carros saldrán hasta hoy desde una sola fábrica, de la fábrica Ford, y no puedo imaginarlo, porque este carro “25.000.000” es de la fábrica Ford para 1937, cosa que asombra solamente con pensarlo. De allí hay algo que no estaba en el programa, pero que nos resultó muy interesante. Fue la visita a la fábrica Singer, la fábrica de las máquinas de coser marca Singer. Es una fábrica inmensa que tiene una serie de tecnicismos muy cuidadosos.
Yo estudié parte de cinematografía, pero también estudié ingeniería de sonido y trabajé en los Estados Unidos como ingeniero. Cuando me dijeron que podía regresar a Venezuela, hasta allí llegó el trabajo. Inclusive, produje una película que se llama “Joropo”. Se hizo en un salón del Hotel Waldorf Astoria de New York, que era muy lujoso en aquellos años. Todos los personajes con trajes de etiqueta bailan joropo en el Waldorf Astoria. Allí compartí con Vicente Flores. ¿Lo has oído nombrar?

—No, Horacio.
—¿Y a Lorenzo Herrera?
—A Lorenzo Herrera sí. Incluso, Horacio, entiendo que él dejó muchas canciones de su autoría al morir, y que el compositor Luis Fragachán le dedica el famoso merengue “El Norte es una Quimera”, para caricaturizar las repetidas veces que Lorenzo Herrera vivió en New York.
—Pues, para que sepas, Benito, Lorenzo Herrera trabaja en esa película y Vicente Flores también.
—¿Esa película está en la Cinemateca?
—Debe ser así, porque siempre me la mencionaban. En la época del presidente Raúl Leoni vi un folletico en Miraflores. Yo era senador por el Estado Bolívar y vi el folletico donde se describía la película.
—Bueno vamos a seguir hablando del Maestro Gallegos. Ya sabemos de tu visita a Estados Unidos en el momento en que nos explicabas lo de la fábrica Singer.
—Claro, entonces seguí con el viejo Rómulo para hacer la gira que te explico. Debíamos continuar de Chicago hacia el occidente y llegaríamos hasta el Yellowstone National Park, el parque de la reserva gubernamental donde tienen los renos y los osos y esas cosas, y donde hay la particularidad de los géiseres, esos chorros de agua que salen de tiempo en tiempo, en un momento cronométrico. Por ejemplo, hay uno que sale cada veintidós minutos con su columna de agua. Lo llaman El Viejo Fiel, porque no ha fallado nunca, pero esta vez cuando llegamos a Chicago había una temperatura de treinta grados bajo cero.
—¿Ese viaje fue en que mes, en cuál fecha?
—Con ellos me tocó hacer ese viaje en diciembre y había adelantado el invierno. El Yellowstone National Park queda en el Estado de Wyoming. Allí, cuando se penetra en verano, hay paredes de hielo hechas por las máquinas, ¡¿qué tal será en invierno?! En invierno es imposible pasar. Resolvimos buscar el sur franco hasta Tennessee y resolvimos pasar desde San Antonio a México. Fuimos a Ciudad de México, regresamos luego, y por Laredo salimos nuevamente a los Estados Unidos. Fuimos al Gran Cañón del Colorado, y al salir de allí tuvimos un accidente donde Rómulo se fracturó el cráneo. Raúl Santana, su cuñado, que lo acompañaba, se fracturó una pierna. Íbamos Raúl Santana, Doña Teotiste, Rómulo y yo. Llegamos a un pueblecito. Estuvieron ellos hospitalizados catorce días en Williams, Arizona.
Recibimos un mensaje de una tía mía, esposa de Guillermo Egea Mier, muy conocido en Venezuela, que estaba en California, diciendo que llegáramos a casa de ellos, y así fue. Salimos hacia allá y pasaron varios meses con nosotros. Rómulo Gallegos se sentía feliz. Tuvimos la oportunidad de intimar muchísimo más. Allí le hice yo la primera adaptación cinematográfica relativa a “Doña Bárbara”, y creo que le modificaron algunas partes después en la versión mexicana.
Esto es lo que podría decirte de los aspectos que recuerdo entre mis conocimientos personales sobre Rómulo. Luego quedé encargado de vigilar otro proceso, mientras estudiaba ingeniería de sonido. Me refiero a la construcción de las máquinas Mitchell con las que empezaron a trabajar en los Estudios Ávila en Caracas.
—En ese tiempo, en que el Maestro Gallegos va a Norteamérica, cuando lo atiendes ¿Eras tú simplemente un estudiante de ingeniería de sonido?
—No. Yo había caído precisamente en la segunda expulsión de López Contreras, en el año 1937, y acababa de llegar a Nueva York. Aproveché el viaje a California con Rómulo Gallegos y establecí ciertas relaciones. Tenía mi residencia allí, en casa de mi tía, y entonces fue cuando empecé a estudiar.
—De acuerdo a los datos que me das, entiendo que estuvieron bastante tiempo juntos, varios meses.
—Sí, alrededor de nueve meses, y por nueve meses comparto con Gallegos en Norteamérica, y lo conozco en su intimidad.
—Durante ese tiempo que pasaron en California, a raíz del accidente, ¿cómo fue la recuperación de Rómulo Gallegos?
—Él se recuperó rápido. Tuvo una breve lesión en el cráneo que se cura fácilmente. Ahora, Raúl Santana, si se quebró la pierna de una forma horrible, fractura compuesta. Se le salieron los huesos y necesitó un tiempo para recuperarse.
—¿Rómulo Gallegos, tuvo algún traumatismo en el cráneo?
—Por supuesto, él pasó tres días inconsciente.
—Ahora, esa permanencia con Rómulo Gallegos en California fue en casa de una tía, según nos explicaba antes, ¿se mantuvieron allí todo el tiempo?
—Sí, allí vivimos todo el tiempo.
—¿Cómo se llamaba esa tía que los hospedó?
—Juanita Cabrera de Egea Mier.
—¿Cómo fue el estado de ánimo de Rómulo Gallegos durante todo ese tiempo? ¿Qué comentarios te hacía sobre el país? ¿Cuáles eran sus ideas en ese momento y los amigos con quienes compartía?
—Yo había seguido muy de cerca el comportamiento del viejo Rómulo, por cierto, los conceptos que tengo de él, es decir, la forma en que yo sé cómo era, chocan ahora con ciertas pretensiones de la iglesia, de utilizarlo como beato, como religioso, y chocan más aún con un artículo de Eugenio Sánchez Negrón que habla del misticismo de Rómulo Gallegos, y que tú quizás leíste en la revista Raya. Rómulo Gallegos no era ningún místico. Rómulo Gallegos era un positivista. Rómulo Gallegos era un científico, era un hombre que enfocaba la realidad sobre la causa y el efecto. Razonaba deductivamente y no como se hace en forma simplista, es decir, el razonamiento que deshace el todo en las partes que lo integran, y luego estudia cada parte hasta volver a formar parte del todo. ¿Me explico?

Gallegos tenía una cosa, él, como psicólogo que fue siempre, tenía el defecto de no querer leer nunca. Escasamente leía una noticia de prensa. En esa época eran noticias sobre la guerra española, pero no le gustaba leer, porque pensaba que podía recibir esas influencias de otros, y se dedicaba solo a escribir, no estaba influenciado por otras obras. Era teoría suya de que, leyendo a un autor, muchas veces cuando el autor le ha merecido admiración, sale impregnado de una serie de conceptos que muy bien pueden rebelarse en lo que trate de describir. Una cosa compleja, porque entonces, sin quererlo, va a identificarse ante terceros como influenciado por ese autor.
—¿Estás convencido de que esa idea la sostenía el Maestro Gallegos?
—Sí, a tal punto que yo llegué a tener con Rómulo Gallegos grandes encontronazos, ya que el tipo de amistad nuestra era familiar, y él vivía además en la casa nuestra. Un día me dijo que no necesitaba leer “La teoría del materialismo histórico” de Nikolái Bujarin, el filósofo marxista soviético y veterano bolchevique amigo de José Stalin. Decía que no necesitaba eso, porque sabía lo que era la dialéctica, que precisamente había sido profesor de esa materia y había estudiado eso de la forma más minuciosa, y más preocupada de lo que se podía estudiar, y sabía bien qué era la dialéctica. Él se basaba, naturalmente, en la dialéctica hegeliana de tesis, antítesis y síntesis, hasta un punto determinado en que Hegel se voltea sobre sus mismos terrenos, sobre sus mismas exposiciones, sobre su mismo tríptico de tesis, antítesis y síntesis, y enfoca al Dios de Platón. Cuando llega allí, a lo que él llama El Absoluto, no dice que es Dios, pero dice El Absoluto y con letras mayúsculas, hasta ese punto Rómulo Gallegos cambia. Utiliza, como utilizó Carlos Marx, la teoría fundamental de la dialéctica hegeliana para análisis críticos. Desde el principio, por sus conceptos radicales, los curas, vamos a llamarlos los sacerdotes católicos, le habían tenido cierta ojeriza a Rómulo Gallegos, a tal punto que lo hicieron salir del cargo de ministro de Educación.
Yo me refiero a una cosa que me nombraste tú por allí, donde hablo del “Gallegos íntimo e ingenioso”. En “Cantaclaro” figura una escena donde uno de los llaneros dice «Bueno, se me olvidaba decirles -porque están echando cuentos-, se me olvidaba decirles que cuando yo me morí y fui al cielo en lugar de abrirme la puerta San Pedro, quien me la abrió fue Cancerbero, con sus tres cabezas, ladrando por sus tres cabezas, que es como si dijéramos tres perros diferentes y un mismo can verdadero». Esto, los curas, lo tomaron como ¡una alusión sangrienta en contra de la Santísima Trinidad!, y lo explotaron mucho. Ese pasaje está allí, en “Cantaclaro”.
Rómulo Gallegos es uno de los hombres interesantísimos de estudiar, muy, muy interesante. Tenía una serie de ocurrencias. Un día Rómulo Gallegos me dijo que le buscara ese libro del materialismo histórico. Mi gran triunfo de amistad con el viejo Rómulo, fue decirle que debía leer más sobre el materialismo histórico, porque al materialismo histórico uno no tenía por qué temerle, y un individuo como él muchísimo menos, y profesor de psicología menos todavía. ¿Por qué tenerle miedo a las teorías con las que otros habían tratado de explicar el comportamiento humano? El materialismo histórico era la teoría del conocimiento, lo que implicaba, pues, una nueva concepción del universo desde todo punto de vista, y que un individuo metido dentro de los nuevos conceptos de la ciencia no podía dejar de leer, aunque fuera para romper el libro si quería hacerlo después. Entonces me dijo él «Yo te voy a romper el libro, búscalo que yo te lo voy a romper, te lo voy a deshacer».
Estando en Los Ángeles, en una librería mexicana encontré una traducción del libro, lo compré y se lo llevé. Se leyó el libro, se quedó con él y en la noche se fue a dormir. Rómulo se levantaba a las seis de la mañana a ponerle una inyección a Doña Teo, pero eran las ocho y no había salido a desayunar. Otros tomaron el desayuno, pero consideré más adecuado esperar para acompañarlo. Se levantó a las ocho y media, me vio y se sonrió -algo había en esa reticencia, en esa malicia de él-, y me quedé esperando a ver que descubría. Dio una vuelta, saludó a mi tía y regresó otra vez a la mesa riéndose y me dijo «Chico, el materialismo histórico no me dejó dormir anoche». Benito, ¡Yo esperaba que hubiera salido con las hojas rotas!
Él era un científico y estaba muy bien enrumbado. Lo único que ocurre es que ya él había marcado una pauta en la ficción y, se puede decir, quedó aprisionado por ese espíritu de ficción que andaba en la fantasía, más o menos envolviendo la superstición del pueblo venezolano. Una de las primeras cosas que yo discutí con él, fue que en “Doña Bárbara” no existía sino una argumentación para exaltar al dueño del hato, no existía reivindicación obrera de ninguna naturaleza, y no es por querer buscar el dato de reivindicación obrera en todas las obras sociales, sino por el hecho de que, al pasar una sociedad a un nivel superior en algo tienen que beneficiarse los que se mantienen en peor estado dentro de esa sociedad. No existe en “Doña Bárbara”. Ni una sola reivindicación para Pajarote, para María Nieves, para ninguno de los que estaban allí, sino que el único que se viene a beneficiar es Santos Luzardo, que es hechura del medio, y Doña Bárbara que finalmente huye como para demostrar que la civilización triunfa sobre la barbarie, pero el dueño de hato es el que se acomoda, el dueño de hato es el que pelea y el dueño de hato es el que establece su sistema feudal, que es el que viene a plantearse a través de Santos Luzardo en los argumentos con Doña Bárbara.
Lo ingenioso de Rómulo Gallegos es que su personaje Doña Bárbara no existió nunca. Ha sido discutido eso, tú debes haberlo visto en la revista que me dices que leíste, en la revista Raya. El mezcló dos personas. Una mujer que fue de aquí de Bolívar, una muchacha que se la llevó un leproso llamado Praquete, y que menciona en “Doña Bárbara” como El Sidio, o algo así. Una mujer de bongo que no tenía nada que ver con la llanería. Rómulo la mezcla en las peripecias y las habilidades de la verdadera Doña Pancha Vásquez, que resulta ser la mujer a quien a él le describen como capaz de enlazar un toro, de hacer todo lo que hacen los mejores llaneros, pero el propio personaje, la mujer capaz de hacer todo lo que él pone en “Doña Bárbara”, no existió. Ese es su personaje, y lo enamoró tanto haber logrado esa cosa en su ficción, tanto, que no quiso nunca buscar el verdadero relato histórico.

Yo tengo una tendencia completamente diferente, me choca darle al pueblo de hoy cuestiones que sean ficticias, cuestiones que uno pueda inventar, que las pueda imaginar cualquiera. Sencillamente creo más prudente, más beneficioso en el ambiente, hacer investigaciones históricas e historiar una serie de hechos que son parte de la vida nuestra, y parte de nuestra evolución social, pero hay que reconocerle a Rómulo Gallegos su genialidad. No hay duda de que era un hombre genial. Gallegos no pasó nunca por las Bocas del Orinoco. Gallegos vino aquí en un avión de la Latécoère, que era la marca de avión francés que inició el tráfico de correspondencias, y que tiene derivaciones hacia Aeropostale, también empresa francesa.
—¿Inició el tráfico de correspondencias ese tipo de avión aquí en Guayana?
—No, en toda Venezuela. El vino en ese avión. Pasó veintitrés días. Se sabe de sus andanzas detalladamente. Por ahí las publicó muy bien descritas, y muy bien logradas, Manuel Alfredo Rodríguez en su libro “Y Gallegos creó a Canaima”. “El Pórtico”, el primer capítulo de la novela “Canaima” es la entrada por las Bocas del Orinoco con detalles, no solamente con detalles de un hombre que verdaderamente entró y lo navegó, sino con detalles de marinero, con detalles de investigador, de entomólogo, de naturalista y de paisajista por excelencia. Es una obra de arte el solo capítulo “El Pórtico” de “Canaima”.
No estoy de acuerdo con “Canaima” en muchas cosas. Sin embargo, cuando fui Gobernador del Estado Bolívar, en la época de transición de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez a Wolfang Larrazábal, mandé a editar este libro. Fue una edición oficial con los nombres y un número para cada una de las personas a quienes le iba a corresponder el libro. Como puedes ver, este es el número veintidós. Es una edición hecha por la Gobernación del Estado, y demás está decirte que todavía me asombra que, con el mapa inclusive, con esta pasta, este libro que hoy vale aquí unos cuantos bolívares, la edición de mil ejemplares nos costó tres mil bolívares en México.
—¿Esta edición la ordenas cuando estabas como gobernador del Estado Bolívar?
—Si, esa la ordené yo.
—¿En qué año?
—En 1958. Aquí la tienes. Los originales para esta edición fueron cuidadosamente revisados por Ricardo Montilla, cotejándolos con la primera de Araluce, 1935. Fue corregida por el autor con lo cual se le restituye al texto su pureza original, después de purgarlo de centenares de erratas que contienen las ediciones en circulación. Este ejemplar es el número veintidós y pertenece a Horacio Cabrera Sifontes. Bueno, así se le hizo. El número uno fue el que se entregó al Presidente de la República.
—¿Y los mil estuvieron enumerados y asignados?
—Enumerados sí, asignados no se. Algunos estaban destinados a Bibliotecas Públicas y a otras instituciones. Todo esto te indica mi grado de amistad con Rómulo Gallegos, mi relación y mi apreciación por esta obra. Cuando hablo contra “Canaima”, lo hago sobre ciertas cosas, porque es necesario hablar donde uno, como elemento puntilloso y nacido aquí en Guayana, encuentra ciertas fallitas que no las nota quien no sea guayanés. Por ejemplo, él aquí inventa un dios, un dios que no existe, que no lo han tenido nunca los indios, que es un dios bueno y los indios no tienen dioses buenos. Los indios le tienen miedo a todo tipo de espíritu. Los indios tienen la enfermedad como una influencia maligna de espíritus, vamos a llamarlos endiablados, pero son hechas por el mismo Canaima. Canaima no es un Dios bueno. Canaima es un Dios que asusta. Canaima es un Dios que ningún indio desea verlo porque no va a creer en ninguna forma que será favorecido, pero él trae una especie de teoría zoroástrica muy de Rómulo Gallegos, vamos a llamarla muy galleguiana, que viene de la filosofía de la tradición persa, que es la de la lucha del bien y del mal. Entonces, si los indios tienen un dios malo, ¿por qué no van a tener un dios bueno? Sin embargo, te puedo referir varias cosas. Por ahí está Francisco de Pons que hace un estudio muy pormenorizado del comportamiento de los indios, y dijo que al indio no había podido inculcársele jamás en la vida la admisión de la presencia de un dios bueno, que solamente concebía como espíritu superior al dios de la maldad. Eso lo ve de Pons. De la experiencia que tengo, de mis contactos con una gran cantidad de comunidades indígenas que existen aquí, te puedo decir que ninguna de esa gente ha conocido al Dios Cajuña. En el lenguaje Panare y en el Maquiritare hay una palabra, que es Cajuña, pero esa palabra no significa ningún dios, esa palabra es un lugar donde los indios esperan llegar y gozar de cierta felicidad, pero no es ningún dios.
Él pone al Dios Cajuña como encarnando a un dios de bondad que va a luchar, en su especie de lucha pérsica, con el dios malo. Y entonces hay una lucha. Esa lucha la refleja él en la selva. Yo soy un hombre de la selva. Nací en la selva. Mi última obra es sobre la selva, “El Tigre de Madre-Viejo”.
Me fui de mi casa con un guayare y un machete, y cogí esa montaña y pasé a la Guayana Inglesa por un disgusto con un tío que nos vendía aquí el ganado y otras cosas. Viví en esa montaña, pero después, al regresar, volví a mi trabajo de criar ganado, de vivir en la montaña, de tener que matar los tigres, de conocer las culebras, y así, de infinidad de cosas. Ninguna de las tribus, ninguna de las comunidades, de la gente de esos pueblos indígenas, ni de los conocedores, ni de los blancos, como llaman ellos a los civilizados o racionales, que se meten a indieros, han oído nunca la palabra “Cajuña”. Ese es un dios psicológico, un dios de invención puramente galleguiana, para compensar las fuerzas del mal que se manifiestan en forma desastrosa en un momento determinado.
Él inclusive habla de la selva en el capítulo “Tormenta”, en el que el hombre se va a probar a sí mismo, y cuando está lloviendo en una noche, se desnuda y se mete entre los árboles, para ver hasta donde se podría probar el grado de la hombría. En la selva realmente existe misterio solo para el hombre que no es de la selva, para el que es de la selva es distinto, la selva es casi como su casa. En la selva no hay nada, en la selva no salen muertos, sino que hay una distancia corta, un horizonte recortado que no le permite a uno ver a lo lejos. En la selva ni los árboles se van a torcer, ni suceden fenómenos de ninguna clase, ni existe siquiera tradición de que semejantes cosas en forma mítica hayan sucedido alguna vez. Como sí la hay en otras partes, especialmente en las costas de mar y esas cosas, pero yo admiro mucho a Rómulo Gallegos. Lo admiro porque esos elementos son sencillamente como buscar un artificio de cálculo. Él explora una cosa que compense, crea algo que es necesario inventar dentro de la fantasía, porque todo eso es una fantasía, todo eso es una ficción. Que importa en una ficción poner una cosita más que no corresponda a la realidad, porque nada corresponde a la realidad, ni Marcos Vargas estuvo en el monte, ni los palos se torcieron, ni se desnudó, y si lo hubiera hecho, no lo hubiera sabido nunca Rómulo Gallegos. Es decir, que nada tiene de particular que le agregue un poquito más, y mucho más, en una figura de esa naturaleza que compensa hasta cierto punto, y que crea esperanzas para los que han salido derrotados por la influencia drástica del medio.

—Una pregunta que te iba a hacer, justamente con relación a “Canaima”. Yo en verdad no conozco el libro de Manuel Alfredo Rodríguez del que nos hablas, pero ¿Tienes referencia acerca de los informantes de Rómulo Gallegos para escribir “Canaima”?
—Si, como no, los conozco en detalle. En el libro de Manuel Alfredo están con detalles y con nombres los informantes de él. Está el viaje de Rómulo Gallegos a Ciudad Bolívar. Habla con el doctor Toribio Muñoz, que era el Gobernador del Estado o presidente del Estado, como se decía en esa época. Toribio Muñoz le dice «Bueno, como no, aquí hay una persona que puede ayudarlo, que es Don Rafael Ledezma». Rafael Ledezma murió de noventa años hace tres o cuatro años aquí. Lo conocí durante toda mi vida. Era un hombre muy honesto, cabal en sus cosas, y levantó una hermosa familia. Aquí murió con el aprecio de todos. Para mí es uno de esos hombres que mueren y nunca dijeron mentiras. Fue un hombre muy práctico, muy sensato y quien no exageraba las cosas. Se encuentra con Rómulo Gallegos y le dijo «Bueno, Don Rómulo, yo podría acompañarlo con mucho gusto al interior, pero hoy no, porque hoy tengo que ir a San Félix a embarcar un ganado que estoy exportando para la isla de Trinidad, y si uno no atiende personalmente esos embarques, la gente trabaja como quiere, desordenadamente y se malogran los animales. Yo tengo que ir a hacer el despacho, firmar y cobrar el dinero». Entonces le dijo el viejo Rómulo «¡Pero si esa es una de las cosas que más me interesa!, ver cómo se maneja el ganado, ver cómo se hacen esas cosas», y se fueron juntos. Lo llamó Manuel Ladera, que es el personaje que figura en su novela, como Manuel Ladera, pero era Rafael Ledezma. Le llama, así como símbolo del hombre honrado, el hombre que tenía unas carretas para transportar las maquinarias que entraban aquí, para anotar qué salía por San Félix y esas cosas. Carros de bueyes que eran carros de carga. Yo tengo por ahí escritos sobre eso. La gente ha publicado una serie de cosas. Por ahí publicaron en la revista Raya que se trata de los carros que le pasaban a Marcos Vargas, pero en esa revista llegaron a mencionar unas carreticas de un hombre recogiendo basura y escriben «Estos son los carros de Marcos Vargas». No es así. Los carros de Marcos Vargas eran unos Rulex, carros de cuatro ruedas, grandes, que cargaban entre sesenta y setenta quintales, y estaban tirados por siete yuntas de bueyes.
—¿Siete yuntas de bueyes? Eso quiere decir catorce bueyes, dos por yunta. ¿No es así? ¿No te parece exagerado?
—Siete yuntas de bueyes, ¡así es, Benito! Bueyes castrados de buena musculatura y fuerza, que acepten el yugo en pareja para poderse amaestrar con buena dieta y que no engorden demasiado. Yo tengo allí una fotografía que conseguí de unos carros de esos. Se llamaban Vagones. Cuando tenían dos ruedas les decían Ruletos. Los Vagones eran de cuatro ruedas y tenían cada yunta de buey su nombre de acuerdo a la posición en que va, empezando por los timoneros, sobre timoneros y doble timoneros, y los gallaneros, que son los primeros, los que saben el camino, los que saben para dónde van. Se llaman los gallaneros y siempre tienen un mismo lado por donde halar, y tienen a su compañero que se compensa con él. Eso lo ve uno en la práctica, que no lo lleva dominado, sino que más o menos se emparejan, halando los dos y se entienden los dos bueyes. Los timoneros tienen instintivamente el buen acuerdo de pasar los carros por los portones sin que peguen ninguna de las ruedas. Es una cosa de ver, la reacción espontánea de cada uno de los bueyes de cuidar la rueda. Naturalmente que eso lo obtienen ellos con la práctica. Cuando van llegando a un lugar el carrero les da con un clavo que tiene en la punta de una vara para que se enderecen y no dejen pegar la rueda allí. Ya se acostumbraron con eso, y cuando ven el portón lo asocian con el elevo que les puede venir encima, cogen el centro y entran. El carro va solo y lo pasan por un portón, por otro portón, y por otro portón, y no se pegan, porque los bueyes ya llevan esa veteranía. Asimismo, son los bueyes guías que los llaman gallaneros.
Para seguir adelante te cuento que el viejo Rómulo, que no tenía conocimiento de todo aquello, fue a un hato de aquí que se llama Garicoto. Vio cómo se trabajaba el ganado y de allí fueron a Tumeremo. Fue a Upata también, y en Upata le pasó una cosa muy chistosa. Un individuo que supo que él iba por allá le salió con un ramo de flores y se lo regaló. Él se ofendió enormemente «¡Como si fuera una señorita para que le regalen a uno un ramo de flores!» y eso creo que no figura en ninguna parte, eso te lo estoy diciendo a ti, porque yo sé que se ofendió profundamente con la cuestión. Cogió el ramo de flores, se quedó con él en las manos, y después se lo dio a una persona para que lo botara. De allí llegó a Tumeremo, a casa de Don Pablo Pereira, cuya esposa tenía una pensión y donde estuvo tres días hospedado. Le dieron un trato familiar y distinguido, como se lo merecía. Gallegos no entró al monte, de manera que esa selva donde él pone a crujir a Marcos Vargas, y a llover, y donde mete esa tempestad y esa revolución de los ramajes en la noche, y ese crujir de los palos, naturalmente que es un concepto puramente de él. Esa es una tempestad que surgió de la cabeza de Rómulo Gallegos.
Ahora, en mi parte, y sin hablar en contra de Rómulo Gallegos, porque no puedo desdecir lo que te he dicho, que lo admiro profundamente, esa es la descripción de una tempestad en la selva hecha por un individuo que nunca ha entrado en la selva. Te lo digo yo, que he vivido en la selva, pero naturalmente él logró su propósito, que es dar esa impresión en la novela, y la novela la van a leer muchos individuos que no han entrado nunca en la selva, así que nada se va a perder por uno que haya entrado en la selva y que le pueda llegar a ese aspecto crítico. Yo vi una descripción en un artículo que publicó por allí Jesús Sanoja Hernández, quien estuvo unos dos días aquí, por cierto, en Tumeremo. Jesús Sanoja es lo que llamaba Saavedra un patiquín de orilla. Jesús Sanoja ha sido un muchacho estudioso todo el tiempo, es extraordinario literato y buen periodista. Él capta las cosas a vuelo de pájaro, y está preparando ahora una obra para coincidir con el bicentenario de Tumeremo. Yo di con él en una conferencia aquí en la Universidad de Oriente sobre nuestra reclamación de la Guayana Esequiba, pero Jesús no es un hombre del monte y lo vi comentar asombrado, elocuentemente asombrado, el capítulo “Tormenta” de Rómulo Gallegos. Es decir, Rómulo Gallegos, como novelista, logró su propósito. Ser soldado no es necesariamente ser ministro ni ser un presidente, así como ser literato no requiere haber sido montero, ni gañán, ni haber sido ninguna otra cosa. Gallegos describe la impresión que creyó que pudo haber tenido Marcos Vargas, si hubiera sido cierto, y culmina así su obra. Le dio unidad al conjunto y le dio una expresión distintiva, que es lo que la gente busca cuando abre un libro para leerlo.
—Ahora, dime algo Horacio, para estar más claro, aunque suene repetitivo, ¿El capítulo Tormenta no refleja realmente lo que tú has sentido, lo que has vivido y lo que has conocido en estas tierras de Guayana, o se reduce a una simple fabulación?
—Hay unas cosas que en los cuentos pueden ser verdad, pero sucedieron separadamente, y si uno las junta todas resultan demasiadas coincidencias para ser ciertas, y entonces le dan visos de incertidumbre. No sé si logre explicarme.
—Sí.
—Eso es lo que pasa, Benito. En el monte cae una lluvia como cae en cualquier parte, y no pasa nada. Escampó la lluvia y los árboles quedan goteando por lo mojado de las hojas cada vez que les pega un vientecito, hasta que se secan por completo. Naturalmente, a veces se cae un árbol, porque todos los árboles se van a caer, así como todos nosotros nos vamos a morir. Al llegar al extremo de su período vegetativo con cualquier ventarrón se cae un árbol, pero no se va a caer la montaña, ni a retorcerse, ni a suceder una serie de cosas, ni a encenderse con rayos. La caída del aguacero de noche en la montaña va tomando forma de un espectro asombroso para un individuo que nunca ha estado en el monte.
—Horacio, ahora sigamos con el viaje de Rómulo Gallegos, y recapitulemos un poco sobre el paso por los Estados Unidos. ¿Cómo fue su impresión cuando llegó a Hollywood? ¿Qué vio? ¿Qué dijo él de todo aquello?

—Bueno, le resultó bastante divertido documentarse acerca de cómo se hacía una película, porque gracias al prestigio del viejo Rómulo, nosotros fuimos invitados por varias compañías cinematográficas y vimos la hechura de distintas filmaciones. En una, en donde está él fotografiado conmigo, aparecemos viendo “El Globo Solitario”. Naturalmente, yo hablaba inglés, o hablo, y él lo entendía, pero no lo hablaba. Me era muy fácil y no tenía que traducirle muchas cosas, pues él comprendía sobre las escenas de cinematográficas. Vio hacer una serie de trucos y salió un día con la cabeza grandísima, y me dijo «Ya me di cuenta de lo que es el cine, lo que no es mentira es truco», es decir, uno puede hacer aquí todo lo que se imagina y mostrárselo a los demás como si hubiera sucedido en realidad. Esa fue una de las impresiones que él recibió.
—¿Ese sería el primer contacto que iba a tener Rómulo Gallegos con el mundo de la industria cinematográfica?
—Si. Vimos cómo se iba a hacer una película interpretada por Charles Chaplin, quien hace el papel de Charlot en “City Lights”, “Luces de la Ciudad”, que es el título en español. Tuvo un largo proceso de producción, y existe una secuencia donde va un camión a gran velocidad por una calle de Nueva York, con edificios enormes. El camión va lleno de gente, y al coger una curva caen en el suelo. Unos heridos y demás, y otros con las piernas quebradas. Lógicamente que eso no podía suceder, y entonces hubo quien nos diera la explicación. Resulta que con la cámara se está tomando al camión que viene de allá, y la misma cámara le está dando esa especie de vaivén vertical que se supone que trae el camión en la calle mala, y el polvo que se levanta detrás es una ventolera forzada con un ventilador. Detrás de ese camión se está proyectando, en un telón transparente, una película de la calle de Nueva York, y cuando el camión empieza a coger la cuerva hay un chirrido, cosa que se la ponen posteriormente a la película, al adaptar ese chirrido para que coincida con el movimiento del volante y de los supuestos frenos, y entonces, tanto el telón como la cámara, dan una media vuelta y los edificios de la película quedan horizontales. El camión queda parado de acuerdo a lo que vemos nosotros, pero según la referencia de la cámara, con los edificios en posición vertical, el camión queda acostado. Entonces Rómulo se fue asombrado y dijo «No, aquí lo que no es embuste es truco».
Yo trabajé con un intelectual venezolano que se conocía como René Borgia, pero su verdadero nombre era Napoleón Acevedo. Estaba encargado de hacer traducciones de películas, y tuve unas cuántas discusiones con él por su manera de traducir, porque el idioma inglés no se puede traducir literalmente. Lo convencí en cuanto a unas cosas, pero en cuanto a otras siguieron los errores. He visto siempre en las películas como quedó ese mismo vicio. Trabajé con ellos, los ayudé bastante. Trabajé en muchas cosas en Estados Unidos.
—¿En sonido?
—Sí, los ayudaba en sonido, porque tenía un privilegio, y es que era el conocer la película en español. Yo revisaba el sonido, que es una cuestión de medir decibeles nada más y examinaba si estaba bien, hacia el balance de los sonidos que permiten conocer hasta dónde alcanza el radio auditivo. Esto lo va a marcar una aguja, y entonces se ponen tantos decibeles en una parte y en otras los ajustes, es decir, la parte alta y la baja, y se hacen los balances para que el sonido no se salga del radio auditivo. Hacía dos tipos de trabajo. Me especialicé en los ciclos de bajo paso, que era quitarle a la película sonidos que no se oyen cuando uno está tomando la película. Por ejemplo, pasó un avión y ese ruido misteriosamente, por vibraciones que uno no sintió nunca dentro del estudio, lo recibió el micrófono, porque el micrófono recoge todo, mientras que el oído humano es selectivo. El micrófono lo recoge todo y entonces uno extrae esos ruidos que están allí. Tenía yo una ventaja grande, que era que además de chequear el sonido controlaba la dicción, y allí era donde venían mis grandes pleitos con René Borgia. Como te dije, a él nadie lo conocía con el nombre de Napoleón Acevedo. Llegó allá y se hizo célebre con ese nombre de René Borgia.
—Te hago otra pregunta. Cuando el Maestro Gallegos va a ese encuentro contigo, ¿Él llevaba la idea de fundar los Estudios Ávila? ¿Ese fue el único propósito del viaje de Rómulo Gallegos a Estados Unidos?
—Sí, él tenía la idea y por eso va a ver y a conocer. Todas las opiniones que recogió en California de la gente de las películas le sirvieron mucho. Todas las opiniones que recogió eran favorables y se regresó. Rómulo Gallegos era muy mal administrador porque era un hombre demasiado bueno para ser estricto en ese tema. Demasiado sentimental, demasiado condescendiente con todos. Él servía para maestro, pero no para administrador. Estuvo siempre muy alcanzado en las cuestiones de dinero, siempre vivió al día. Los libros no le dan a uno nada, con los libros de vez en cuando entra una tontería por allí, pero si uno fuera a seguir escribiendo libros, bueno, uno muere de hambre, muere directamente por inanición. Naturalmente, siempre fue antigomecista. Hizo planteamientos audaces, serios, y por eso le tenían la vista puesta. Él hipotecó su casa “Marisela”. La hipotecó al Banco Venezolano de Crédito que estaba en esa época dirigido por Dupuy y por Félix Guerrero. Se le venció la hipoteca, pero como eran tan amigos (él estaba en España, se había ido), no le ejecutaron la casa. Entonces Juan Vicente Gómez llamó a Félix Guerrero y le dijo «Miren, ustedes me van a responder por esto, díganme una cosa, ¿Cómo es que funciona el Banco? Cuando se vence una hipoteca ¿Qué es lo que hacen?». Félix le responde, «Se procede a la ejecución de la hipoteca», y Juan Vicente Gómez da la orden, «Bueno, procedan a la ejecución de la hipoteca de Rómulo Gallegos que se le venció sobre la casa “Marisela”». El Banco procedió y expropio la casa.
Cuando muere Gómez y el viejo Rómulo Gallegos regresa a Venezuela, como te digo, Félix Guerrero y Dupuy le devolvieron su casa, pues habían sido obligados al embargo. Fíjate hasta donde tenía control el General Gómez.
—Ya veo, pero yo agrego a la pregunta anterior lo siguiente. ¿Es en ese encuentro en Estados Unidos cuando les propones hacer la adaptación de “Doña Bárbara” para el cine?
—Sí. Con Gallegos llegamos a ese acuerdo. Discutiendo una serie de detalles sobre “Doña Bárbara”, vamos a referirnos a uno para no alargar la cosa tanto. Yo le dije a Rómulo que la Catira, potranca que ensillan para amansarla y que la monta Santos Luzardo, quien sale de una vez corriendo, hasta que se le ve a lo lejos la mancha blanca de la camisa, que eso era incierto en el llano, que así no se amansaba a un caballo, que un caballo cerrero una vez que se enlaza no se puede ensillar. Un caballo cerrero si uno lo ensilla inmediatamente se atarrilla y se muere. Entonces un caballo se amarra y por lo regular uno lo enlaza por debajo. El caballo se trabaja a pulso, porque se puede ahorcar muy fácilmente, tan fácilmente que, siendo el caballo trabajado a pulso, aguantado con la mano, tiende a querer ahorcarse y se cae. Entonces uno lo coge en el suelo y en el suelo le dobla la cabeza, y para aguantarlo hay que sentársele arriba y se le sostiene la cabeza mientras se le ponen las sueltas, que ya están hechas y que van de una pata delantera a una trasera. Luego se le pone el bozal y se amarra por el pescuezo. Se le colocan los tapaojos dejando que se pare. Cuando se levanta, como lo que hace es tenerle miedo a la gente, entonces se le amarra una cuerda desde atrás. Con una lazada especial se timonea por el rabo y él espantándose de la gente que tiene por delante, va reculando, reculando y reculando hasta que lo dirige el del rabo y lo sacan del corral dejándolo afuera, y como no sabe caminar con las sueltas, no se va lejos. Tiene un mecate arrastrándole. Después que sabe caminar un poco más y se va lejos, se le amarra un perol, un estante por la mitad, no en una punta porque se va a trancar en un retoño, sino que para que no se tranque en un retoño, se le amarra un palo por la mitad. El animal va arrastrando ese palo, camina y arrastra el palo, pega con un retoño, pega con una parte, entonces el palo cede y da vuelta por el otro, pero no se tranca por el centro. Benito, ¿Entiendes cómo es la cosa?
—Más o menos te sigo, y trato de entender. Entonces ¿Cómo Rómulo Gallegos logra representar parte de esto en la novelística del llano?
—No, él no tiene todo eso en la novela, pero es un hombre tan extraordinario que sin haber visto una serie de cosas del llano logra crear el ambiente justo. Hay que reconocer su genialidad. Por ejemplo, tú te encuentras con José Natalio Estrada y bueno, José Natalio Estrada te puede hablar del llano al revés y al derecho, porque vivió toda su vida en la Trinidad de Arauca, pero ir al llano como hizo Gallegos, en un viaje, con el propósito de tomar unas notas y después estructurar una novela de esa naturaleza, es otro asunto. Para mí la mejor novela de él es “Cantaclaro”, porque tiene una serie de reivindicaciones obreras. Ya es otra cosa. Ya se ve que la sociedad va pasando o trata de pasar a una etapa superior de su ubicación.
Aprovecho este momento de tu visita, Benito, para mostrarte este diploma que me dieron por mi trabajo en ganadería, cuando logré hacer la importación y cambios por completo de injerto de las razas que existían. Se modificó por completo la ganadería con el trabajo de unos pocos años. Me tocó a mí, siendo presidente de la Asociación de Ganaderos, y por eso me dieron la Orden Francisco de Miranda.
—¿Eres miembro de la Academia de la Historia desde que año?
—Desde el año 1985.
—¿En qué año fuiste Gobernador del Estado Bolívar?
—En 1958. Cuando cae el dictador Marcos Pérez Jiménez me llaman para que tome la Gobernación.
—¿Eso fue en el período de Wolfgang Larrazábal?
—Sí. Hablando de Wolfgang, ese Wolfgang es un bolsa, un pobre bolsa. A mí me sugirió Eugenio Mendoza, quien formaba parte de la Junta y me conocía personalmente,
—¿Cuánto tiempo estuviste en la Gobernación?
—Permanecí un año y dos meses, porque fui el último de los gobernadores que cambiaron. Resulta que Acción Democrática quería que yo siguiera un año más con ellos en la Gobernación. Me mandaron a Carmen América Fernández Alcalá, conocida como “Doña Menca”, la esposa de Raúl Leoni. Ella vino a ofrecerme ese cargo de nuevo y yo no lo acepté. Vino Leoni personalmente, porque éramos fraternos amigos, y no lo acepté porque le dije «Si tú crees que lo que yo he hecho está bien hecho, es como si me dijeses que yo debo renunciar porque nadie resulta buen gobernador. Además, después de haber gestionado con un equipo de gente escogida por mí, que merecen mi confianza, me vas a poner con otros del partido donde van a rivalizar conmigo, porque cada uno se siente potencialmente capacitado para gobernador. Lo que va a suceder es que, de aquí a un par de meses, como tuvieron que hacer ustedes con otros, o el Partido ha cogido el poder o ustedes me han botado en alguna forma. Eso lo veo claro». Y todos los días me doy por satisfecho. Ha sido uno de los grandes aciertos que he tenido en mi vida. A los dos meses me hubieran sacado como a un soquete por la cuestión del partido.
—¿Luego eres senador por el Estado Bolívar?
—Bueno, si, como independiente, pero en las planchas de Unión Republicana Democrática (URD).
—¿O sea, que nunca militaste en Acción Democrática?
—No, no. Ahorita pertenezco a un organismo que es de Acción Democrática, pero en forma Ad honorem, completamente gratuita, que es el organismo de la Conservación del Archivo Histórico aquí en Bolívar. Tiene presidente y demás, y otros miembros. Hay un miembro de la Asamblea Legislativa, está también el director de Cultura y estoy yo. Me pusieron como Coordinador.
—¿Ese organismo cómo se llama?
—Ni tu podrías pronunciarlo. Se llama IRCOPAHIDE. Eso existe hace algún tiempo, es el Instituto para el Rescate y Conservación del Patrimonio Histórico y Cultural del Estado.
—Horacio, yo tomé algunas referencias tuyas que aparecen en el Diccionario de autores publicado por la Universidad de Los Andes, el “Diccionario de la Literatura Venezolana”. Verdaderamente admirable ha sido tu trabajo, tu obra y tu vida de gran luchador, querido amigo. Más aún, mi respeto es mayor, al enterarme que fuiste ahijado de Bartolomé Tavera Acosta, y que, como tantos otros de tu generación, sufriste encarcelamientos y destierros. Espero que nos volvamos a encontrar para seguir charlando, amigo Horacio.
—Tengo el presentimiento de que será así, y por eso te digo que esta casa es tu casa también. Me agradó mucho este intercambio y espero que algún día se haga realidad la publicación de la entrevista. A veces ocurre que no se logra publicarlas. Que tengas mucha suerte amigo Yrady.
Así fue nuestra despedida aquel 3 de enero de 1986, donde pude comprobar la extraordinaria agilidad de su mente. Ese presentimiento de Horacio nunca lo borré de la vida. Un día lunes invitó a la muerte a quedarse a su lado, y me viene a la memoria aquella imagen de un hombre dormido que viste de rey con la misma elegancia de siempre, lejos de este mundo transitorio. Yo estuve allí, en la real crudeza de su separación. Coincidencias en un mismo tiempo político me llevaron a encontrarlo cuatro años después del reportaje que aquí entrego, y trabajamos juntos, teniendo la dicha de gestionar la edición de sus últimos escritos, y de cultivar una hermosa amistad. Semana tras semana nos veíamos entre 1990 y 1995, y pude entender plenamente al verdadero sabio. Aquel año dificilísimo, de 1995, como él lo visualizó, dejaría de escribir y de ofrecer consejos, y de andar bajo el eterno sol de Ciudad Bolívar. Ahora estoy más tranquilo. Después de cuatro décadas doy a conocer esta recordada entrevista.
¡Te cumplí Horacio! ¡Te cumplí!, tarde, pero te cumplí con la ofrenda donde va también parte de mi alma.