Capítulo 6
ISAAC JOSÉ PARDO SOUBLETTE: «En sus últimos años Rómulo Gallegos tuvo una vida muy dolorosa».
Entre los días 28 de enero de 1843 y 1 de marzo de 1847, un hombre nacido en La Guaira, el General Carlos Soublette, se transforma en el cuarto presidente de Venezuela. Tras la renuncia de José María Vargas, un 24 de abril de 1836, Soublette completaría el período presidencial correspondiente. Fallece el 11 de febrero de 1870 en Caracas, y según frases de las noticias publicadas en el diario “La Opinión Nacional”, tras su fallecimiento “deja un bastón, deja un sombrero, un par de charreteras y una espada. No deja más: no tiene otros bienes.” Los restos mortales de Soublette reposan en el Panteón Nacional desde el 7 de febrero de 1970. Uno de sus bisnietos, el escritor Isaac Pardo Soublette, que lo es por parte de su madre Antonia Amelia Soublette Garín, viene a ser un hombre altamente distinguido, y quien también incursiona en la política formando parte de la generación del 28. Como todos sus compañeros de lucha, ha sufrido cárcel y exilio. Ahora forma parte de nuestro grupo de invitados a este ciclo de entrevistas. Le damos importancia por su elevada condición intelectual y por su particular rango de alumno predilecto de Rómulo Gallegos, de quien sería gran amigo hasta el día final de su muerte.

Establecemos esta cita con Isaac Pardo Soublette, próximo a cumplir setenta y nueve años, en su apartamento de Altamira en Caracas, un día viernes 13 de enero de 1984. Isaac Pardo, nieto de Evaristo Soublette, nos recuerda que cada domingo se trasladaba cuando niño hasta La Guaira para visitar a su tía Teresa, la última hija viva del General Carlos Soublette y de María Olalla Buroz Tovar. Nos relata cómo sentía el sopor tibio de la tarde en el gran puerto, cómo era de enorme el mar, cómo era de altísima la montaña y el gran valle, y cómo era esa Caracas de comienzos de siglo, donde el clima resultaba espectacularmente distinto. Él nace un 14 de octubre de 1905, entre las esquinas de Municipal y Reducto, en pleno centro de la ciudad. Del Colegio Alemán, donde inició estudios, pasaría al Liceo Caracas bajo la dirección del Maestro Rómulo Gallegos. Luego participa en los movimientos estudiantiles del año 1928, y es por eso que va a los calabozos del Castillo Libertador, cumpliendo trabajos forzados en las carreteras por órdenes del General Juan Vicente Gómez, hasta probar el exilio. Por vocación se hace médico y se somete a prueba en el Sanatorio Antituberculoso de El Algodonal. Estudia medicina en Venezuela y también se especializa en España, donde permanece largo tiempo, y comparte valiosas experiencias personales del exilio con Rómulo Gallegos.
Hay cuatro obras literarias suyas que le han dado un extraordinario prestigio: “Esta tierra de gracia”, “La ventana de Don Silverio”, “Juan de Castellanos” y “Fuegos bajo el agua. La invención de la utopía”, en las que el pensamiento más profundo busca salidas dignas e insospechadas al futuro de un país. Desde la primera de sus creaciones la investigación literaria y el ensayo los ha logrado con un estilo muy particular del lenguaje, lo que lo distingue de otros escritores del país. La utopía para él es algo concreto y solo busca en sus escritos la felicidad del hombre en un mundo mejor. «El hombre cambia, y la sociedad nunca podrá volver atrás», dice Isaac Pardo en el momento de la entrevista, porque está convencido de que deben escogerse a los mejores y a los más competentes para orientar el futuro desarrollo del país y el bienestar común.
—Isaac, inicialmente te hago preguntas sobre la relación con Rómulo Gallegos, que están dirigidas a conocer ¿Cómo miraba la realidad aquel hombre? ¿En qué pensaba? ¿Con qué soñaba?
—Benito, hay una imagen de Gallegos que es la del hombre austero, incluso áspero, de principios muy rígidos. Hasta he leído en alguna parte que Gallegos no permitía una palabra desentonada en presencia suya. Yo no digo que eso no sea cierto, eso corresponde a una fase de Gallegos. Gallegos tenía diversas fases como todo hombre complejo, como todo hombre de un talento como él. Esos hombres no son simples, esos son hombres complejos. Ese era un aspecto de él, pero a Gallegos había que llegarle íntimamente, saber quién era él. Era todo lo contrario, un hombre sensible, un hombre jovial, un hombre al que le gustaban las fiestas entre amigos, amigos muy íntimos. Disfrutaba mucho de las fiestas, de la expansión, del disparate, de la risa, un hombre completamente distinto a esa imagen difícil del otro Gallegos, que yo no digo que no existiera, más bien digo que coexistiera. Eso tiene que salir del contacto de quienes tuvimos la suerte de involúcranos dentro de su intimidad, y puedo decir que a mí me tocó ser de esas personas. Mi relación con Rómulo Gallegos fue tan familiar que cuando regresé del exilio me apoyé en él para revalidar mi título de médico obtenido en la Universidad de Barcelona en España, y así poder empezar a ganarme la vida. Yo estaba casado, con hijos y debía hacer el mayor esfuerzo para preparar la reválida en el tiempo más breve posible, porque tenía ofrecimientos del Ministerio de Sanidad para asumir en mi especialidad, que era la lucha antituberculosa. Eran ofrecimientos en firme, pero urgía revalidar y resultaba conveniente buscar un cierto aislamiento para concentrarme en eso.
—¿Y dónde ocurrió ese aislamiento?
—Bueno, el aislamiento lo obtuve en la propia casa de Rómulo Gallegos, aquí en Los Palos Grandes, en la Primera Avenida de Los Palos Grandes en Caracas, en la “Quinta Marisela”. Para entonces esto era puro campo, tan campo que, a esta hora en que nos encontramos, todo estaba lleno de cocuyos. Hoy en día en el Valle de Caracas no consigues un solo cocuyo ni para tomarle un retrato. Pues bueno, en ese retiro de este campo, en la casa de Rómulo Gallegos, preparé mi reválida. Eso te indica la intimidad que existía entre nosotros dos.
—¿Cómo te vinculas inicialmente a Rómulo Gallegos?
—Fui su alumno en el Liceo Caracas. Ahí lo conocí como director del Liceo y como profesor nuestro.
—¿Qué materia recibías de Rómulo Gallegos?
—Gallegos desempeñaba diversas cátedras y actuaba en distintos jurados de exámenes, además de dirigir el Liceo. Allí muchos alumnos confirmaron la existencia de esa personalidad rígida, áspera, la extraña personalidad de Gallegos. Entonces aprendimos a conocerlo y sabíamos que en el fondo aquello no era verdad, que detrás de eso había un hombre bondadoso, sumamente sensible a las diversas circunstancias que se presentaban en la vida de los escolares.

En la Biblioteca Ayacucho se publicó un pequeño volumen de fotografías, documentos gráficos, y en ese volumen hay tres o cuatro pequeños ensayos que preceden a las imágenes. Uno del Dr. Gonzalo Barrios, uno mío y otro más. Son muy breves y allí se puede ver la contribución con Rómulo Gallegos. Se llama “Diapositivas”, porque son como una serie de flashes de mi relación con Gallegos en diversos momentos, desde el Liceo y a través del exilio. En fin, hay circunstancias resultan reveladoras de su carácter y de su personalidad tan compleja. Te recomiendo que leas todo lo que precede esas semblanzas.
—¿Cuáles otros discípulos recuerdas del grupo de alumnos del Liceo Caracas que hayan podido destacar por su trayectoria en la vida del país?
—Estuvo Jóvito Villalba, pero ya muchos de esos discípulos han desaparecido. Está el Dr. Carlos Pérez de la Cova, ingeniero, vinculado al tema del petróleo, quien trabajó en Washington y después se iría como embajador a Londres. Fue alumno de Gallegos. Era conflictivo, pero Gallegos lo quería mucho y él, mejor que nadie, puede dar un reflejo de la tolerancia de Gallegos, ¿por qué? Porque tenía una especial simpatía con Pérez de la Cova. Está el Dr. Enrique García Maldonado, que creo vive en Cagua, es otra persona que puede ofrecer alguna información. Es un hombre que no ha tenido actuación política, es un profesional, ingeniero, que seguramente puede dar referencias de su experiencia como joven alumno de Gallegos, de cómo veía él a Gallegos, de cuáles son los recuerdos que tiene de Gallegos. Hay otros que convivieron muy estrechamente con el Maestro, como el Dr. Gómez Malaret, que residía en la casa de Gallegos. Ya son muchos los testimonios que han desaparecido.
Bien, encontrarás en “Diapositivas” una serie de reflejos que pueden darte mayores pistas sobre la vida de Gallegos. Esa imagen del hombre austero, de hombre rígido, un poco fiero, era sin duda una parte de su personalidad, pero que en el fondo no era Gallegos.
—Una de las razones de esta entrevista, es tu vinculación con Rómulo Gallegos en el exilio europeo. Tengo información que ustedes compartieron juntos por largo tiempo en España. Háblanos de eso.
—Te voy a referir algunos episodios que descubren esa personalidad cuando vivíamos en el exilio en Barcelona, porque Gallegos también estuvo en otros países como Cuba, México y los Estados Unidos de Norteamérica. En Barcelona, España, vivió un tiempo y después se cambió a Madrid. Él necesitaba ganarse la vida y en Madrid le ofrecían una posibilidad de trabajar. Lo hizo vendiendo máquinas registradoras de la Casa National. Recuerdo que cuando estuve en Madrid haciendo mi doctorado, estudiaba durante todo el día y a las cinco de la tarde lo buscaba a la Casa National. Íbamos a un bar, que creo que todavía existe, lo imagino, pero hablo de diez años atrás, que fue la última vez que estuve en Madrid. Quedaba en la famosa Gran Vía, a la que luego, durante la dictadura fascista, le pusieron el nombre de Avenida José Antonio en honor a José Antonio Primo de Rivera, pero eso se llamaba la Gran Vía, y el bar era conocido como “El Sahara”. Allí íbamos a beber cerveza por las tardes. Eso fue en una temporada breve, mientras yo hacía el doctorado, pero el tiempo verdadero en que vivimos estrecheces económicas fue en Barcelona, donde él ya tenía un apartamento. García Maldonado, vivió en el mismo edificio donde residía Gallegos en Madrid, y entonces se veían con mucha frecuencia. Él puede hacer referencia de la vida de Gallegos en esa ciudad, que no conozco sino fragmentariamente. La vida en Barcelona sí fue muy cercana, no pasaba un día sin que no nos viéramos por una razón o por otra. En su casa de Barcelona vivía Simón Gómez Malaret y Nelson Niño, quienes contribuían con el mantenimiento. No estábamos para magnificencias con otros, cada uno tenía que ver con las limitaciones de su vida. Pues bien, Rómulo tenía una cocinera valenciana llamada Vicenta y que preparaba unas paellas de maravilla. Un día él nos había invitado a almorzar a mi esposa y a mí. Vicenta había preparado una paella regia, y al final de la comida Gallegos se pasa la mano por la cara como si estuviera muy concentrado, y de pronto dijo «En mi vida hay dos momentos inolvidables», todos nos quedamos muy sorprendidos, y en primer lugar Doña Teotiste, con aquella declaración tan inesperada. ¿Qué era lo que iba a decir Rómulo? Él dejó pasar un rato para que causará efecto aquello y dijo «el terremoto de 1900 y los platos de paella que se acaba de comer Isacc». Eso le puede dar una visión de un hombre cordial, abierto, incluso chistoso, que no tenía nada de dureza, ni de esas cosas que en momentos sí aparecían.
—Varias personas nos han expresado que mientras Rómulo Gallegos estuvo en Europa se sentía inseguro de sus escritos, que rompía muchas páginas de su producción literaria, y que una vez intentó destruir su propia novela “Doña Bárbara”. ¿Tienes algún conocimiento sobre eso? ¿Qué puedes agregar?
—Rómulo Gallegos era un hombre muy inseguro de lo que hacía. Es un hecho ya escrito y comentado, que él, en un viaje a Europa para publicar “Doña Bárbara”, estuvo a punto de lanzar al mar los originales porque entró en una crisis negativa y de angustia de que ese era un libro impublicable. Esa era otra fase de Gallegos. Pues bien, él le anuncia a su editor de Araluce que va a entregar una novela que se llama “Canaima”, que es una novela de la selva, y se la va a entregar como un complemento a la novela del llano. Entonces Araluce hace una propaganda, tanto en España como en América Latina, pero en ese período a Gallegos le surge en mente “Cantaclaro”. Pone de lado a “Canaima” y empieza con ímpetu, como le pasaba él, que parecía entrar en trance. Puedo decirte que aquí en Caracas, en la “Quinta Marisela”, había una especie de mezzanina. Allí fue donde colocó su escritorio y su máquina de escribir. Cuando estaba trabajando no subía nadie hasta que llamaba a su esposa Doña Teotiste para pedir café y seguir en sus escritos. Bueno, entró en trance con “Cantaclaro” y se olvida de los compromisos y de todo lo que había dicho. Dejó “Canaima” a un lado y terminó “Cantaclaro”. Entonces un día me dijo «Yo quiero que tú vengas, voy a leerte algunos capítulos». Fuimos a almorzar mi esposa y yo, y después del almuerzo mi esposa y Doña Teotiste salieron de tiendas. En una terracita que tenía el apartamento de Gallegos, nos instalamos con una botella de brandy y él leía, yo oía y tomábamos brandy, y así pasó toda la tarde. Ya estaba oscureciendo cuando llegaron Doña Teotiste y mi esposa. Mi esposa creía que a mí me hacía daño el brandy, que me producía unos trastornos alérgicos, no sé si era cierto, pero, en fin, cuando ella llegó se sorprendió y me dijo «Pero tú estás bebiendo brandy, tú sabes que no puedes», y dijo Rómulo «¡Dios mío, ¿qué sería si pudiera?!». Bueno, hasta allí era un chiste. Él se fue a vivir a Madrid y de repente mi esposa recibía un telegrama, un día cualquiera, y decía «Favor informar si ya Isacc puede tomar brandy». Ese tipo de tomadera de pelo, son cosas de humor, joviales, y no son cosas del momento, sino que él seguía con su tomadera de pelo.

—¿Esa lectura de Cantaclaro fue en Barcelona?
—Sí. Entonces ese fue el libro que él entregó a Araluce.
—Cuando vas al exilio, ¿tu único propósito era cursar estudios de medicina en España?
—Los termino, porque al salir de Venezuela yo estaba en tercer año de medicina. Estuve preso hasta finales del año 1929, cuando en una navidad me voy a la isla de Trinidad y de allí a España. Terminé mis estudios y fue en España donde nos reunimos y vivimos toda esa época. Yo he relatado en “Diapositivas” lo que pasó con Araluce y los originales, y como Rómulo, en lugar de entregar los originales de “Canaima”, entregó los de “Cantaclaro”. Araluce los recibe a regañadientes, pero al fin y al cabo es una obra de Gallegos, y a las cuarenta y ocho horas él va a la editorial y le dice al gerente que ha estado pensando sobre algunos errores que quisiera corregir, y se lleva los originales para su casa. Doña Teotiste le dice, «Pero Rómulo, tú no puedes hacer eso», y es que era la indecisión de él, la inseguridad. «Tú tienes que devolver esos originales», y es cuando Rómulo los devuelve. La misma inseguridad que tenía con “Doña Bárbara”. Eso era frecuente en él. Tenía una gran inseguridad respecto a la bondad de su obra, no llegaba a convencerse de que su obra era buena. Esa es la insatisfacción del artista. Ningún artista cree que, con su obra, ya sea musical o pictórica, ha logrado lo que él quería, porque la obra siempre es inferior al deseo, y eso era lo que le pasaba de manera muy aguda y le hacía pensar que su obra no valía la pena. Con esas tres obras se puede acreditar el prestigio de cualquier novelista.
—Vamos a hablar del regreso desde el exilio, porque entendemos que esa amistad se hace más profunda. ¿Cómo se manejó la relación entre Isaac Pardo y Rómulo Gallegos? Me refiero al Rómulo electo Presidente Constitucional por el pueblo.
—Lo voy a decir. Una vez que yo regresé al país, había determinado no volver a incurrir en la política, sino a dedicarme a mi profesión. No formaba parte del tren oficial. Simplemente era un médico al servicio del Ministerio de Sanidad. No tenía posición política, era una posición técnica ante la lucha antituberculosa y allí me mantuve. Vino el derrocamiento del General Isaías Medina Angarita, a quién no conocía personalmente, y en cuyo gobierno no tuve absolutamente ningún cargo político. Con Medina solo hablé una vez, unos cuantos minutos, durante un coctel. Ocurrió así. Me llevaron a una reunión para presentármelo: «General Medina, este es el Dr. Isacc Pardo, un amigo de quien le he hablado». Me miró y dijo, «Ah sí, ya sé que usted vivió en España y qué pasó parte de la guerra civil allí». Le respondí «Así es General» y él continuó diciendo «¡Caramba, debe haber sido una experiencia tremenda!», entonces conversamos un rato sobre mi vivencia de la guerra española y de allí, como pasa siempre ante un personaje de ese tipo de investiduras, se acabó la conversación. Eso es todo lo que yo había conversado con el presidente Medina, pero era un gobierno por el cual yo sentía simpatía y que creía que poco a poco se iba adelantando. Ya el gobierno del General López Contreras significó un avance respecto a la tiranía del General Gómez. El gobierno de Medina era un nuevo avance. Yo decía «Vamos por buen camino, nos vamos rehaciendo». Llega el derrocamiento de Medina, con el cual no estuve de acuerdo, pero son episodios que al fin y al cabo no son decisivos. Hubo una situación como de distanciamiento, porque entonces se formó el partido Acción Democrática y todo eso, y bueno, sencillamente permanecí en la sombra hasta el momento en que eligieron a Gallegos presidente con el voto popular. Eso no tiene discusión para mí. Desde entonces el capítulo se cerró, pues el espacio que hubo entre el derrocamiento de Medina y el gobierno de Betancourt, hasta la elección popular de Rómulo Gallegos, fue largo. Entonces me dije «Bueno, este es un gobierno elegido por el deseo popular de Venezuela y aquí se quedó cualquier diferencia», es decir, no apoyarlo porque yo no tenía apoyo político que dar, sino estar conforme con esta situación hasta el momento en que las cosas se empezaron a echar a perder, asunto que todo el mundo sentía. Entonces llamé a un amigo que estaba muy cerca de Rómulo Gallegos y le dije «Mira, dile a Rómulo, que si yo puedo servirle en algo que me diga en qué sitio y en qué momento».
Recuerdo las circunstancias porque fueron muy anormales. Yo fui cirujano, y estaba operando en el hospital cuando se me acerca una enfermera y me dice muy bajo en el oído, «Doctor, lo están llamando por el teléfono», y yo le digo «¡Usted está loca, ¿no ve que estoy operando?! ¡haga el favor y reciba el recado!». Ella responde, «Es que lo está llamando el Presidente de la República». Me acerqué al teléfono y una enfermera sostenía la bocina y él me dijo «Yo necesito que tú vengas urgentemente a casa». Le respondí «Inmediatamente no va a poder ser, Presidente Gallegos, porque estoy operando a un paciente en este momento, pero al terminar voy para allá». Llegaría a la casa de Rómulo Gallegos, que quedaba aquí en Los Palos Grandes, en la Primera Avenida, la “Quinta Marisela”, donde yo te dije que estudié para mí reválida. Como a la una del día me dijo «Mira, estamos haciendo un esfuerzo, aquí todos reunidos. Está Betancourt, Leoni, todos los ministros, y analizamos si podemos crear un nuevo Gabinete con el propósito de contener esta inquietud militar, y yo quiero que tú seas mi ministro de Sanidad», le dije «Ni discutirlo Rómulo, lo que usted ordene y donde usted ordene». Solo los dos nos reunimos en un sofá, él en bata y pantuflas, y estábamos hablando de eso cuando se asomó a la puerta su hermano Pedro y dijo «Rómulo, Rómulo, ven, es una cosa urgente», entonces él le contesta «Pasa Pedro, que el que está aquí es Isacc». Pedro muy alterado dijo «Rómulo, ya dieron el golpe de estado, hay varios ministros que están presos en Miraflores». No hizo ningún aspaviento. Quedó en silencio y me dijo «Espérate, que tengo que avisar». Subió a su escritorio y le anunció a esta gente y se dispersaron, se fueron y se asilaron en las embajadas. Desaparecieron. Volvió y me dijo: «Bueno Isacc, entonces ya no tenemos más nada de qué hablar». Yo le respondí «No, Rómulo, yo creo que siempre usted y yo tendremos que hablar, y más en este momento. ¿Cómo me va a decir que usted no tiene nada que hablar conmigo?». Inmediatamente me contesta, «Bueno, espérate, déjame vestirme porque no pueden sacarme preso de aquí en bata y pantuflas». Se vistió, vino y ya debió haber tomado alguna decisión. Fue cuando me dijo, «Bueno, muchas gracias Isacc por haber venido». Le insisto, «Rómulo, usted no tiene que darme las gracias por nada, no faltaba más que yo no hubiera venido en un momento como este cuando me llamaba», y el insiste, «Bueno, entonces vete». Le digo, «No Rómulo, no me voy, por una razón muy sencilla. No soy oficialmente un ministro porque no hay un nombramiento, pero moralmente soy su ministro de Sanidad. Fue el convenio moral que yo establecí con usted hace diez minutos, y como ministro de su gabinete corro con la misma suerte». Él se alteró y apareció el hombre áspero de voz dura y casi me gritó diciendo, «¡¿De qué le sirves tú a mi familia en un calabozo?!», le respondo «Tiene usted razón, ¿qué quiere que haga?», «Que te ocupes de mi familia, reúne a los amigos, reúne gente a ver qué protección le pueden dar a Teotiste y a los niños». «Está bien, lo voy a hacer».

He leído testimonios que indican que, después de aquel momento, Rómulo estuvo preso en su casa varios días. Eso no es verdad. Pocos momentos después se lo llevaron y lo tuvieron preso en la Escuela Militar, allá en La Planicie. Reuní a un grupo de amigos, entre ellos el Dr. Elías Toro, el Dr. Márquez Cañizales, Andrés Germán Otero, el Sr. Antonio Castez, bueno, un grupo de amigos de Rómulo Gallegos que nos encontramos allí, en El Rosal, para ver qué era lo que podíamos hacer e intercambiar ideas. Pasaron a Rómulo Gallegos preso a la Academia Militar, y a los dos o tres días recibí una llamada telefónica del Mayor Moreno, el nombre no lo recuerdo, era jefe de Estado Mayor, y me dijo con una voz muy autoritaria, casi dándome órdenes: «Trasládese usted mañana, a primeras horas, a la Academia Militar, para que con otros médicos examinen al señor Rómulo Gallegos y dictaminen si está en condiciones de viajar por avión». Fui al día siguiente y encontré a dos colegas allí, al doctor Humberto García Arocha y al doctor Gustavo Romero Reverón, médico militar y especialista en aparato circulatorio. Lo examinamos y extendimos nuestro informe. No había inconveniente, estaba bien de salud.
Cuando llegué a mi consultorio llamé inmediatamente al Mayor Moreno, porque entendí que Rómulo Gallegos salía de Venezuela en la mañana del día siguiente, no sé con qué destino, no lo podía saber, y la consulta médica era por eso. Llamé a Moreno y le dije «Mire Mayor, ya están cumplidas las instrucciones que usted me dio ayer tarde, he ido a la Academia Militar y junto con otros colegas hemos examinado a Don Rómulo, y usted va a recibir el informe suscrito por nosotros», Me responde, «Bueno, muchas gracias doctor», le contesto de inmediato, «Sí, pero hay algo más, Mayor. Quiero decirle que no soy médico militar y por consiguiente no recibo órdenes de ninguna autoridad militar, y pienso cobrar por la realización de la encomienda que usted me hizo». Entonces muy groseramente me dijo «Por supuesto que sí, mándeme el recibo para pagarle inmediatamente». Le contesto, «No va a ser necesario, porque el recibo se lo voy a pasar por teléfono. Hágame usted el favor de extenderme un pase para trasladarme al aeropuerto a despedir al Presidente Gallegos». Me dijo «Eso no es posible» y me cortó el teléfono. Son anécdotas que se deben conocer, supongo.
—¿Cuándo se vuelven a encontrar ustedes dos?
—Ya no nos veríamos sino a su regreso. Rómulo estaba destruido por los años, por la muerte de Doña Teo, que fue para él una catástrofe, una verdadera catástrofe. Llegó completamente destruido y estuvimos muy cerca siempre.
Sobre la casa de Altamira, que fue su residencia, alguien me dijo que había sido casi un sacrilegio que la destruyeran, porque fue la casa donde vivió siempre y donde lo hicieron preso. No es mentira. Fue la “Quinta Marisela”, una casita aquí en la Av. Luis Roche, muy pequeña, muy modesta, donde lo visitábamos de continuo, pero ya Rómulo venía espiritualmente muy decaído. Después de la muerte de Doña Teotiste, Rómulo Gallegos no volvió a escribir una línea más. Traía de México unos originales que se llamaron primero “La brasa en el pico del cuervo”, y que fueron publicados póstumamente con el nombre de “Tierra bajo los pies” por Ricardo Montilla, que se empeñó en su edición. Lo trajo de México y eso fue lo último. No escribió nada más. Allí lo íbamos a visitar cuando padeció el primer accidente cerebral que lo inutilizaría completamente. En los últimos años Rómulo Gallegos tuvo una vida muy dolorosa. A veces atendía algunas solicitudes, pero le costaba mucho trabajo y sufría. Quería que lo dejaran en paz, hasta que, por fin, como le digo, ocurrió el primer accidente cerebral y de allí en adelante no fue sino decaer hasta su muerte.
Estábamos pendientes de Gallegos, y el diario El Nacional pudo dar la noticia de su fallecimiento, porque a las dos de la mañana movilicé gente por teléfono. Tenía conexiones estrechas con el diario El Nacional del cual había sido presidente en dos ocasiones, y a esa hora llamé y les dije «Miren, acaba de morir Rómulo Gallegos». Entonces pararon la máquina, que ya estaba tirando el periódico, y en primera página metieron la noticia. De modo que, en la edición de ese día, una parte informaba de la muerte de Rómulo Gallegos y la otra no.
Mi vinculación con él sigue todavía. Yo sé que cuando expropiaron esa casa para transformarla en un museo, o como se le llame, los hijos le pidieron a Carlos Andrés Pérez que me encomendaran esa misión, y así lo hizo el gobierno. Ahora bien, en esa casa no se puede hacer nada, ese proyecto que existía era un disparate y yo me preocupé. Dije «No, esto no puede ser, esto es lo mismo que una estatua». Me niego a que le hagan una estatua a Rómulo Gallegos, ¿por qué? En primer lugar, porque ya las estatuas pasaron de moda, segundo porque no sirven para nada y tercero porque eso va a ser un pretexto para que el gobierno diga «Ya yo le hice el homenaje que le tenía que hacer a Rómulo Gallegos y estamos en paz». Eso no es verdad, eso no era un homenaje a Gallegos. El monumento para Rómulo Gallegos debe a ser una institución y no una estatua, no esa casa que le mandan a echar una pintura, brocha gorda, y decir «Aquí está el museo Rómulo Gallegos». ¿Qué museo Rómulo Gallegos, si no existe nada para hacer un museo Rómulo Gallegos? ¡Eso no va a ser un museo, eso va a ser un mausoleo!
Tanto insistí hasta que por fin se derribó la casa, se adquirieron los terrenos que estaban alrededor de esa casa y ahí está, desgraciadamente lleva diez años y todavía la casa no está lista, no le diré diez años, pero eso sí, esos decretos fueron ya al final del gobierno de Carlos Andrés Pérez, y estos siete años, y aún en siete años, no han podido tener el edificio listo. Te voy a decir cuál es mi verdadero deseo, pues, si te das cuenta, nada más con mirarme el pelero, observarás que estoy viejo, como dicen en este país. Ando en los setenta y nueve años, y lo que deseo es poder sacar adelante el edificio de la institución, la fundación y el edificio que se llamará “Casa Rómulo Gallegos”. El día que vea eso aquí diré, «Bueno, ya yo cumplí». Ojalá que tenga esa suerte.
—Sé que aún vive una hermana de Rómulo Gallegos conocida como Doña Elisa Gallegos, ¿puedes aportarme algunos datos o hablarme de tu relación con ella?
—Sí, Doña Elisa Gallegos de Santana, la viuda de Raúl Santana, que es la única que vive. Le dije «Doña Elisa, yo espero ver el edificio y espero que usted sea el primer chicharrón de esa inauguración».
—¿Doña Elisa está bien de salud, se puede conversar con ella?
—Sí, Doña Elisa es una persona muy amable y muy lúcida. Está toda su familia, sus hijos, pero de la familia próxima de Rómulo Gallegos es la última que queda.
—Tengo entendido que el museo y el Centro Bibliográfico Rómulo Gallegos, será un Centro de actividades literarias que formarán un conjunto y buscarán proyectarlo a todo el continente, a todo el mundo. ¿Qué opinas?
—La parte museológica y bibliográfica no da para una institución, y será simplemente una dependencia del Centro de Estudios Rómulo Gallegos, que tiene una pequeña sección museográfica, porque no hay con qué hacer un museo Rómulo Gallegos, a menos que se invente un museo, pero un museo Rómulo Gallegos no hay con qué documentación sostenerlo. Será un pequeño saloncito donde se expondrán algunas cosas que estuvieron muy vinculadas a su persona. La información bibliográfica sí será una función del Centro Rómulo Gallegos, pero en este momento, el Centro de Estudios Rómulo Gallegos es una dependencia del Consejo Nacional de la Cultura (CONAC), y nuestro deseo es que se transforme en una fundación con categoría semejante a la Casa de Bello, que es el monumento a Andrés Bello, mucho más monumento que esas estatuas ridículas que andan por allí. La Fundación Casa de Bello es una cosa muy seria y ya tiene renombre en América. Así mismo deseamos que haya una fundación que se llame Casa Rómulo Gallegos, y será el Centro Rómulo Gallegos.
—¿Cómo es el nombre exacto del Centro Bibliográfico?
—Se llama Museo y Centro Bibliográfico Rómulo Gallegos, fundado al final del gobierno de Carlos Andrés Pérez. No tenía sede, y con la directiva nos reuníamos aquí, en el Centro Rómulo Gallegos, hasta que llegó un día en que cerramos, cerramos el libro de actas «Bueno señores, mientras ese edificio no esté construido, nosotros no tenemos nada que estar todas las semanas aquí conversando».
Un 3 de marzo del año 2000 fallece Isaac Pardo a los ochenta y cuatro años. Al cumplir los ochenta, un jurado que integraron Gustavo Díaz Solís, Pascual Venegas Filardo, Antonia Palacios, Guillermo Sucre y Francisco Pérez Perdomo, suscribieron el acta para que le fuese otorgado el Premio Nacional de Literatura, por sus obras escritas y su gran trayectoria de intelectual y de ensayista, y entre las que destacaba la de cuatrocientas mil palabras, “Fuegos bajo el agua: la invención de utopía”, publicada por la Fundación Casa de Bello. Con el tiempo se haría realidad la idea de una Fundación que llevara el nombre de Rómulo Gallegos y tuviera asiento en aquel lugar de Altamira que tanto visitaba Isaac Pardo en Caracas. Surge con fuerza el Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos, creado el 30 de julio de 1974, y que adquiere categoría de Fundación en 1985, cumpliendo entre otros propósitos con el lanzamiento del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos, otorgado a veinte escritores de gran prestigio mundial. Los dos primeros se otorgan a Mario Vargas Llosa y a Gabriel García Márquez por sus obras “La Casa Verde” y “Cien años de Soledad”. Isaac Pardo Soublette fue testigo de los acontecimientos más importantes para honrar a Rómulo Gallegos, y por los cuales también luchó como fue su propósito.