Capítulo 7
CARMEN ELISA GALLEGOS DE SANTANA: «Rómulo tenía fama de malhumorado, pero cuando joven fue muy juguetón».
Carmen María, Carmen Teresa y Carmen Elisa, fueron las tres hermanas de Rómulo Gallegos, además de dos hermanos varones: Luis Gallegos Freire, quien nació en 1890 y murió a corta edad, y luego nace, en 1891, su otro hermano, Pedro José Gallegos Freire, completando los seis descendientes en la familia Gallegos Freire. De todos ellos sobrevive Carmen Elisa, nacida en 1894, diez años menor que Rómulo Ángel Gallegos. Logro entrevistarla a la edad de noventa años, un 19 de abril de 1984, veinte meses antes de su fallecimiento, ocurrido el 8 de septiembre de 1985. Pasará a ser Elisa Gallegos de Santana porque, enamorada de las artes, se casa en 1924 con Raúl Santana Moller y deja una sucesión de cinco hijos. Raúl Santana Moller, pintor, escultor y tallista, quien desde 1911 inicia sus estudios en el Instituto Nacional de Bellas Artes de Caracas. Luego viaja a España para proseguir su carrera, que completa en Estados Unidos donde se especializa en fotograbado. Durante más de treinta años, al lado de su esposa Elisa Gallegos Freire, se dedica enteramente a concretar un proyecto que no tiene antecedentes en Venezuela, su propio país, sobre el cual crea más de dos mil figuras para una gran colección identitaria de la venezolanidad. Proyecta el Museo Raúl Santana, sueña con eso, y parte de las obras son expuestas de forma permanente en el Concejo Municipal de Caracas. Con Raúl Santana a su lado, Elisa Gallegos vive un mundo verdaderamente extraordinario y es cómplice del arte y de la creación.

Hablo con ella sobre Rómulo Gallegos para acercarme al tiempo de su infancia y de su juventud en una curiosa Caracas rodeada de haciendas, una Caracas de tranvías, carretas, carretones y calles y casas silenciosas, en varias de las cuales vivió la conocida familia Gallegos Freire, cuando era una ciudad de pocos miles de habitantes, y donde se tenía precisión del origen de cada grupo familiar. Carmen Elisa se muestra distraída, aparentemente triste, y quizás por esos lejanos recuerdos fluye lenta la conversación, entre cortas respuestas.
—Hábleme un poco sobre la personalidad de ese Rómulo Gallegos que usted vio cuando niña.
—Es de su carácter de lo primero que le puedo hablar. Se comportaba en la casa de familia, entre nosotros, muy juguetón, muy amigo de reírse y de hablar y todo, pero tenía cara de bravo. ¡Él tenía aires de bravo!, parecía muy serio y, sin embargo, era juguetón.
—¿Cuántos hermanos fueron en esa familia de Rómulo Gallegos?
—Rómulo el mayor, Carmen María, Teresa, Pedro y después yo. Mi papá se murió de cincuenta y tres años y a mi mamá no la conocí como debía, porque ella muere estando yo de dos años. Cuando fallece mi papá a Rómulo lo habían nombrado director de un colegio en Anzoátegui, en Barcelona, pero al avisarle que mi padre estaba muy mal, se vino y no volvió nunca más a esa ciudad de oriente, porque él se consideraba como el padre de nosotros. Estaba mi hermano Pedro, pero Rómulo era el mayor y se sentía más responsable.
—¿Cuál era el nombre de su padre?
—Rómulo. Rómulo Gallegos Osío fue mi padre, y Rómulo Ángel Gallegos Freire, mi hermano. Él siempre con su idea de escribir, pero entonces había unos parientes de nosotros, los Lander, que tenían un negocio y querían que Rómulo Ángel trabajara con ellos, pero no iba, estaba furioso, ¡Que no iba!, porque era una venta de mercancías. Después lo nombraron Director del Colegio Nacional. Con el paso del tiempo publicó “Doña Bárbara”, libro que le leyeron al General Juan Vicente Gómez y que le gustó mucho, por eso se propuso nombrarlo integrante del Congreso Nacional. Rómulo decide irse para España, donde estuvo un tiempo. Después, cuando fue Presidente de la República y lo traicionaron los militares con el General Marcos Pérez Jiménez, se fue a vivir para México, y allá estuvo hasta que se murió Teotiste, su señora. Al ser depuesto Marcos Pérez Jiménez, Rómulo regresó a Venezuela, y aquí, en Caracas, en el Cementerio General del Sur, sepulta de nuevo a su esposa Teotiste.

—¿Ustedes vivieron por mucho tiempo juntos en una misma residencia en Caracas, o vivieron en casas diferentes?
—Cuando se murió mi papá nosotros vivíamos juntos. Rómulo se casó por poder. Una mañana se casó por poder con Teotiste y mi papá fue quien lo representó. Eso fue en la mañana y en la tarde ya mi papá estaba enfermo del corazón. En la tarde estaba malísimo y entonces allí empezó su gravedad. Se le avisa a Rómulo y renuncia a su cargo de maestro allá, en Barcelona. Vino y se instaló aquí, donde vivimos juntos. Fue cuando Teotiste, su esposa, también se quedó a vivir con nosotros. Después de un tiempo, Rómulo fue el director del Colegio Ezpelosin, en Caracas, y nos mudamos.
—¿Dónde vivían en Caracas? ¿En qué domicilio estaba ese hogar, o esos hogares? Porque tengo entendido que se mudaron muchas veces de un sitio a otro.
—Entre las esquinas de Monroy a Misericordia, en pleno centro de la ciudad. Eran casas alquiladas y Rómulo tenía la manía de mudarse repetidas veces, «¡Ay, esto es un fastidio!», le escuchaba decir. Salía y en poco tiempo encontraba otra casa y nos mudábamos. Por eso, de Monroy a Misericordia nos mudamos para las esquinas de Alcabala a Puente Anauco. Allí vivimos un tiempo, y después siguieron las mudanzas.
—¿Dónde vivían cuando murió su padre?
—De Monroy a Misericordia. A los seis meses de muerto mi papá, se casó mi hermana Carmen María. Nos quedamos Teresa y yo con Rómulo y con Teotiste. Posteriormente me caso yo, y luego Pedro mi hermano. Rómulo era el mayor. Le siguen Carmen María, Teresa, Pedro y yo. Había un hermano que se murió, pero no lo conocí. Eso fue cuando él estaba muy pequeño.
—Entiendo que usted estuvo muy ligada a Teotiste, la esposa de Rómulo Gallegos, y que la conoció mucho al vivir con ella. ¿Qué podría agregar sobre esa relación?
—Nos unimos por largo tiempo, porque era muy buena. Rómulo la adoraba, y un día le dijo a mi papá que él necesitaba casarse con ella para cuidarla. Teotiste estaba enferma, creo que tenía tuberculosis, pero no lo recuerdo muy bien. Toda su vida enferma y sensible, y murió de cansancio, con un dolor muy hondo y una angustia de pensar tanto en el final de su vida, y yo sin poder consolar a Rómulo en su dolor allá en México.
Rómulo era íntimo amigo de Julio Planchart, de Enrique Soublette y de muchos otros de su generación. Eran amigos que lo querían, como él quería a sus amigos entrañablemente, con una inteligencia prodigiosa y gran capacidad de sentir. Como un sabio verdadero, intentaba comprender a cada quien desde una percepción clara de su realidad en momentos de sentimientos y de sueños.
De niño se portaba bien. La vida hoy está completamente cambiada, pero en aquel tiempo, cuando los padres tenían la autoridad sobre los hijos, Rómulo era ya un muchacho grande, un hombre ya casi, entonces mi papá le decía «Hoy no sales porque yo voy a salir, te quedas con las niñas». Se quedaba con nosotros en casa ¡y era a contarnos cuentos!, y como tenía tanta imaginación, eso era a inventar cuentos y cuentos, ¡pero pavorosos y nos distraía a todos! Era bromista, con un carácter completamente distinto a lo que se pensaba. Rómulo tenía fama de malhumorado, pero cuando joven fue muy juguetón. Lo querían mucho, porque a pesar de ser así, muy serio, era cariñoso y gentil hasta que murió.
Estuvo empleado en el Ferrocarril Central cuando fue novio de Teotiste, a quien escribía hermosas cartas. Si usted lo acepta, yo le voy a mostrar algunas. También unos primos hermanos nuestros le ofrecieron empleo en los almacenes de Lander y Vannone. Estuvieron insistiendo en que Rómulo trabajara con ellos, pero Rómulo no quería, porque su idea siempre había sido la de escribir y de atender cuestiones del colegio como maestro. Nunca dejaría de ser maestro.
—¿Todos ustedes nacieron en una misma casa en Caracas?
—Eso no lo sé, porque solo tengo recuerdos de Monroy a Misericordia cuando estaba pequeña, y no sé dónde habíamos vivido antes. Me dicen que fue en varias partes, en distintos lugares, porque en aquel tiempo había la costumbre de mudarse, y eso sobre todo le gustaba a él, que, como dije antes, se fastidiaba, «¡Ay, que fastidio esta casa!». Salía, encontraba otra y la alquilaba. No es como ahora.
—Recordando esos momentos de su infancia con Don Rómulo Gallegos, aparte de todas esas historias que les inventaba para distraerlos, le pregunto ahora, ¿Frecuentemente compartía con niños o era apartado y solitario en su oficio de escritor?
—Cuando se murió mi mamá nos quedamos con mi papá. En ese tiempo éramos muy unidos con la familia, tiempo que no es ahora, y la que era la casa de nosotros estaba llena de todos los primos: los Lander Gallegos, los Rivero Gallegos. Todos iban allá y jugaban baseball en el patio. El centro de reunión era esa casa, porque como le digo, todos eran muy amigos de Rómulo. Él era muy cercano a su familia, y especialmente a los menores, a los más jóvenes. No era un solitario en ese tiempo, pero seguramente más tarde se aislaba para escribir y siempre enamorado de Teotiste. Fue un marido excelente.

—¿Puede hablarme de Sonia Gallegos y su relación de origen familiar con Teotiste?
—Sonia es sobrina de Teotiste, pero cuando se murió la mamá de Sonia, ella se fue a vivir con la tía María, la hermana de Teotiste. Siempre iban a la casa de Rómulo y Teotiste, porque Sonia los quería muchísimo. Cuando tenía que irse lo hacía llorando, brava y de mal humor, porque no se quería ir. María le decía a Teotiste, «Teotiste, son ustedes quienes deben adoptar a Sonia, porque ella quiere vivir con ustedes», y así fue. A Alexis, hermano de Sonia, lo adoptaron cuando ocurrió el golpe de estado en Venezuela para que Rómulo no siguiera como presidente electo. Hizo las diligencias y todo, porque tenían que llevarse a Alexis junto a Sonia. Entonces Rómulo lo adoptó. A mí me parece que un primo de Teotiste y de María era el padre de Sonia, pero la mamá no sé. Se murió la mamá y entonces quedó con esos muchachos y los llevó a María, la prima, y por último fueron a casa de Rómulo y Teotiste. Ellos no concibieron hijos durante el matrimonio. Una vez, antes de adoptar a Sonia y a Alexis, le preguntaron a Rómulo sobre eso. Estaba un señor allá en casa conmigo y le preguntaba «¿Y ustedes no han tenido hijos?» y Rómulo le contestó «Bueno, cinco he tenido, y los hijos míos son como hijos de ella». Se refería, indudablemente, a nosotros sus hermanos. Era como un padre para atendernos a todos.
Después que regresó de México, cada tarde Rómulo venía a mi casa en Caracas, y cuando estuvo enfermo yo era la que iba todas las tardes para allá, para su casa, que quedaba frente a la mía, pero últimamente cuando venía aquí y veía algo de lo que no estaba seguro, me preguntaba «¿Y qué es aquello?». Le respondía sus preguntas porque él fue perdiendo la vista y después perdió el habla. Cuando se estaba muriendo, que ya eran sus últimos días de vida, hasta cerraron la calle para que no pasaran carros y no le hicieran ruidos.
—Hablemos un poco de la etapa en que Rómulo Gallegos asume la presidencia de Venezuela.
—Él no era muy partidario de la presidencia. Me acuerdo una vez que estaba diciendo que iban a acortar el tiempo de la presidencia, que no duraría cinco años, sino cuatro o tres, y misia Sofia, su suegra, la mamá de Teotiste, y Teotiste misma, decían que por qué iba a hacer eso, y Rómulo respondía «Pero si lo mejor es que lo pongan a dos años». No tenía interés ninguno en la presidencia, a pesar de que se entregó al mando, porque quería organizar al país. Nueve meses estuvo de Presidente. Fuimos a Nueva York. Allí el Presidente Truman de los Estados Unidos lo invitó a compartir y entonces pasamos unos quince días. Nosotros ya nos habíamos ido de Venezuela y estábamos en Nueva York cuando Rómulo llegó.
Allí concluyó nuestra conversación, no sin antes revisar las cartas de Rómulo Gallegos a su amada Teotiste Candelaria Arocha Egui, con quien se casó en 1912, y de las cuales hago referencia solo a una.
Una carta de Rómulo Gallegos a Teotiste.
En medio del revuelto montón de insípidos papeles y libros áridos, recibos, cuentas, y guías de ferrocarriles que me aburren y me impacientan todo el día, hay sobre mi mesa uno, muy chiquito, ínfimo casi, una cosa querida y buena, única cosa que brilla en torno mío, y hace brotar de mi tedio una ingenua flor de alegría.
Menudito, apenas contiene tres renglones escritos en un idioma que habla y que muy pocos entienden, insignificante papelito que el viento más leve volaría y sobre el cual apenas se detendrían los ojos indiferentes, tan inmenso valor tiene para mí que con jirones del alma cada átomo suyo pagaría.
Déjame que lo bese y que lo quiera, como a una santa reliquia de amor, porque es santo y querido, porque ha dejado de ser un pedazo de papel para ser un pedazo de tu alma, esa alma buena y pura, tierna y amorosa en la cual he probado la miel, santa miel de delicias inefables, y con la cual se ha confundido la mía, tan íntimamente, de una manera indisoluble y para siempre, como si ambas desde el nacer hubieran sido una sola en dos pedazos.
