Capítulo 8
JUAN LISCANO: «Cuando se dio el golpe militar contra Rómulo Gallegos, decidí integrarme de una manera total al movimiento de resistencia».
De muchos temas pude hablar con Liscano por ser frecuente invitado a las actividades de difusión cultural en Oriente. Llegaba a Cumaná un día, y de Cumaná seguíamos navegando a cualquier otro lugar marítimo cercano, como la Península de Araya, o atravesando valles y montañas hasta alcanzar los pueblos próximos al Turimiquire. Un día antes del 12 de mayo de 1984, había dictado su famosa charla en Cumaná y, mientras compartíamos la cena de ese viernes, volvimos al tema de Rómulo Gallegos, pero acordamos desarrollar de otra forma la entrevista el propio sábado, cuando entramos juntos a las conocidas instalaciones del hotel Los Bordones, donde se mantuvo alojado a la orilla de la playa de San Luis. Nos acompañan el poeta amigo Ramón Ordaz y el fotógrafo Rafael Salvatore. Juan Liscano se siente más tranquilo en este lapso. Ya se ha liberado de ataduras administrativas como la dirección de Monte Ávila Editores, en la que entró a sustituir a Benito Milla desde 1979, y también deja de editar la propia Revista Zona Franca, que fue una de las publicaciones más importantes del país, desde la década de los años sesenta. Puntualmente se mantuvo entre 1964 y 1984, con ciento veintiséis números editados. Ahora Liscano está más abierto a compartir con los amigos, y de manera especial con la generación más joven regada en toda la geografía nacional. Como sabemos bien, Juan Liscano Velutini nació un 7 de julio de 1915, y ya se aproxima a los setenta años de edad. Desde “Nuevo mundo Orinoco” hasta “Sucesos”, y pasando por “Cármenes” con su visión de erotismo, y por su autobiografía “Edad Oscura”, son muchos sus libros de poesía difundidos ampliamente, pero también es reconocido ensayista con obras entre las que podemos mencionar el “Panorama de la Literatura Venezolana actual”, “Aproximación a Yugoslavia”, “Espiritualidad y Literatura: una relación tormentosa de amor”, sin incluir aquí distintos estudios sobre folklore venezolano donde destaca el libro “La Fiesta de San Juan El Bautista”. Nos dice que ahora quiere dedicarse plenamente a completar sus escritos, y tiene en mente muchos títulos más.

Hay un suceso en la vida de Liscano que nadie puede olvidar, y que lo ata significativamente a Rómulo Gallegos. Nos referimos a la famosa Fiesta de la Tradición, realizada en el Nuevo Circo de Caracas en 1948, y conocida también como Cantos y Danzas de Venezuela, donde finalizó con estas palabras su discurso ante el Presidente Rómulo Gallegos y ante miles de espectadores, entre los que habían numerosos intelectuales de renombre internacional como invitados al acto de aquel 17 de febrero: «Esta fiesta es como si Venezuela se hubiese dado cita hoy para estrechar los antiguos vínculos fraternales, para decirse que de vez en cuando es menester reunir a toda la familia dispersa para celebrar una fiesta íntima y recordar a los antepasados: a los que vinieron en barcos negreros para sembrar los calientes valles, a los que habitaban el territorio y usaban un grito de guerra de extremado orgullo, emplumado y rojo gavilán de presa; a los que, en fin, guiados por remotas constelaciones y una estrella interior, arribaron un buen día por los largos caminos del mar a estas tierras desconocidas y hostiles, donde fundaron junto con los otros una familia, un pueblo que hoy, de una manera nunca sentida antes, se congrega sencillamente para bailar y cantar con una sola voz y un mismo cuerpo innumerable». Allí se inició esa amistad con Rómulo Gallegos que se empezaría a ensanchar con el paso de los años. Es de esa sustancia de la que queremos conocer más a la hora de imaginar este libro.
—Poeta Liscano, la idea, como planteamos ayer, es la de solicitar que nos acerques, desde tu óptica, a la personalidad de Rómulo Gallegos, sobre quien pudieras aportar algunos puntos de vista diferentes, pero lo que nos interesa en el enfoque de este libro, que algún día se dará a conocer, es básicamente el testimonio de sus más cercanos amigos y familiares. Nos interesa recoger anécdotas que le recuerden, que nos permitan ir reconstruyendo, de alguna manera, a ese Gallegos humano que quizás ha sido menos conocido, porque básicamente se ha trabajado más sobre la obra literaria, y quizás menos sobre el hombre, y si se ha trabajado sobre el hombre ha sido ya sobre el hombre eminentemente político.

—Benito, yo trataré de decir algunas de las anécdotas que referí ayer, de la manera más discreta posible, para no herir las susceptibilidades de los galleguianos, pero si me gustaría que tú me preguntes algo más para tomar pie.
—Pienso que pudiéramos ir al asunto desde las vivencias iniciales de Juan Liscano con Rómulo Gallegos. Pudiéramos comenzar por allí, porque tu experiencia es muy diferente a la de los discípulos del Maestro, que esencialmente fue la chispa de la generación de 1928, de manera que en ese tiempo eras muy joven. Es eso. Queremos preguntar, ¿Qué representaba el Presidente Rómulo Gallegos para un hombre, menor de treinta años, en la Caracas de aquel momento? ¿Cómo llegas a él? ¿Cuándo lo conoces y dónde? ¿A través de qué lectura te entusiasmas con él y cuál de las obras es tu preferida?
—Bien, en realidad lo que dice es verdad. No fui discípulo de Gallegos, porque era menor a los líderes formados por él, un poco lo que se llama la generación del 28. Vengo a saber de Gallegos cuando estaba interno en un colegio en Francia, porque cayó entre mis manos -me lo enviaron seguramente desde Venezuela-, la novela “Doña Bárbara”. Eso era en el año 1930 o 1931. Estaba recién publicada y quedé fascinado con la lectura del libro. Era un muchacho de dieciséis años, sin embargo, me impresionaron mucho esas descripciones de la naturaleza del llano. Como coincidía con el deseo de comprender la América, porque yo vivía en Europa, bueno, se cumple también una función ductora. Ese es mi primer contacto con Gallegos.
Luego, cuando regreso ya graduado de bachiller a Venezuela, hacia 1934, me tocó trabajar en la Secretaría de Educación -no se llamaba Ministerio entonces- y Gallegos era el Secretario. Trabajé en una Junta que se llamaba Junta de Cooperación Cultural, cuyo jefe era Gonzalo Barrios. De allí partió mi conexión con Acción Democrática, y partió también el conocimiento de la personalidad de Rómulo Gallegos. Lo seguí de lejos sin conocerlo en ese período, pues, desde la muerte de Gómez, y con la llegada de López Contreras, fue un tiempo en que él tuvo una gran actividad política. Primero dentro de algunos cargos de gobierno, luego en el Concejo Municipal y finalmente cuando se avecinaron las elecciones de entonces. En torno a su personalidad, a su figura, se aglutinó Acción Democrática, los cuadros de Acción Democrática, parte de los cuales estaban dirigidos por antiguos discípulos suyos, y cuya totalidad de militantes venían del llamado Partido Democrático Nacional, que había entrado en una semiclandestinidad.

—Entonces ¿Realmente no tuviste una vinculación directa con Rómulo Gallegos en esos años? ¿No llegaste a conocerlo hasta su elección como Presidente?
—En realidad, yo no tenía una vinculación directa con Gallegos, sino que esa vinculación procede de mis relaciones con Gonzalo Barrios en la Junta de Cooperación Cultural. Eso coincidía con mis investigaciones folklóricas y dictaba de vez en cuando una charla, bien sea en la sede de Acción Democrática o también en la sede del Partido Comunista, sobre las cuestiones populares, y llevaba conjuntos, y tenía buenas relaciones con la gente de Acción Democrática, y también con la del Partido Comunista, pero sin acceder a Gallegos, que era para mí una figura máxima, completamente inaccesible. Gallegos se acerca a mí o sabe quién soy yo, me imagino, que con motivo del Festival Folklórico que organicé para su toma de posesión en el Nuevo Circo de Caracas.
El espectáculo fue un éxito de tal magnitud que Gallegos tuvo necesariamente que fijarse en mi existencia, y me condecoró con no sé qué Orden. Me puso una condecoración, y bueno, a partir de ese momento quedé honrado por esa condecoración, honrado por haber participado en ese espectáculo que tuvo un gran éxito, honrado por la atención que puso en mí. Yo tenía una gran veneración por él, a la que se unía mi conocimiento literario, mi admiración por sus novelas como “Canaima”, “Cantaclaro” y “Doña Bárbara”.
—Recordemos que Rómulo Gallegos estuvo pocos meses en el gobierno, después que los militares se ponen de acuerdo para desconocerlo como Presidente de Venezuela. Entiendo que fue muy pasajero entonces tu encuentro con Gallegos. ¿Qué ocurre después entre ustedes dos?
—Así es. Vino el golpe de estado contra Gallegos y allí sí. Cuando se dio el golpe militar contra Rómulo Gallegos, decidí integrarme de una manera total al movimiento de resistencia. Se trataba del rescate de la legalidad venezolana movida por esa emoción hacia Gallegos. Él tomó conciencia de este acercamiento, cosa que le emocionó mucho porque yo no era un militante político. Le dio más valor a mi comportamiento en esos días trágicos del golpe de estado que originan su exilio. Luego, cuando lo fui a visitar, y que le extrañó a la gente de su propio partido, porque consideraban que yo no era político, las cosas fueron diferentes. De allí vino una relación constante. Le escribía cartas desde Venezuela informándole de la situación. Cartas que le llegaban directamente, mano a mano. Me contestaba y así se creó entre Gallegos y yo una relación continua, epistolar, de gran afecto de su parte. Cuando viajé una vez a Cuba, donde él estaba exiliado, en ese momento me regaló todas sus obras con dedicatorias extraordinarias que conservo todavía, entre ellas “Canaima”, que me ha hecho sentir una de las más grandes emociones de mi vida. Estuve desde Venezuela carteándome con él y en contacto permanente hasta que también fui expulsado del país. En el exilio ya nos vimos los dos en forma diferente. Gallegos fue a París y se hospedó en mi apartamento, una o dos veces, y ya se estableció una relación más continua y fraternal. De modo que, al caer Pérez Jiménez, él regresó primero a Venezuela y, posteriormente, cuando yo retorno, él me fue a recibir.

A partir de allí, hasta que tuvo conciencia de sí mismo, antes de su trombosis, ocupé un puesto muy importante en su afecto y me dediqué entonces a estudiar su obra y a escribir una serie de libros que son conocidos. En realidad, la relación llegó a crearse con un carácter estrecho a partir de su derrocamiento, de los días de aquel golpe de estado.
—En las palabras que me ofreces de nuevo, está una parte de lo que conversábamos ayer en forma ligera. Entiendo que la vinculación más cercana entre ambos, se da cuando Gallegos viaja a Europa y conoce parte de París guiado por ti. ¿Puedes hablarnos más de aquellos momentos?
—Él ya había estado en París, creo, pero muy de paso.
—Lo sabemos, pero de esos nuevos días de Gallegos en tu casa de París ¿qué recuerdos tienes?
—Bien, si yo tuviera que refundir mis impresiones, hablando con sinceridad, sin estar pasando por el tamiz político, yo diría lo siguiente, y es desde un punto de vista muy particular. Gallegos resulta en primer lugar un hombre tomado como ente privado, y un hombre privado es sumamente contradictorio y difícil. De una personalidad muy avasallante, muy ensimismado, un hombre muy ensimismado. Se podría decir que tenía un gran ego, no digo que era un ególatra, pero evidentemente que tenía una personalidad avasallante. Resultaba tremendo. Entonces el trato con Gallegos no es de igual a igual nunca. Es un trato, pues, en que él siempre está situado como por encima de uno, y uno está como en un plano de devoción frente a él. Era difícil el trato de quien a quien, no porque haya sido un hombre vanidoso, ni un hombre frío, sino porque resultaba ensimismado. Es un modo de ser. Es un caso, pues, muy típico de un escritor en América Latina. Por una parte, yo le tenía un gran respeto, la relación fue afectuosa, y él sentía especial aprecio hacia mí, guardando una opinión muy elevada, pero no en cuanto a lo que pudiéramos llamar un intercambio de ideas, de discusiones, de pensamientos. No era fácil, porque ya tenía una estructura formada y era muy difícil que se saliera de sus patrones ya establecidos completamente.
—¿Se encontraba entonces cerca de un abismo ese Rómulo Gallegos por su modo de ser?, es decir, ¿Sentía él que era un hombre extraordinario, fuera de lo común y se asumía superior? ¿Puede ser eso lo que se percibía?

—Te respondo Benito. Yo creo que el problema de Gallegos, después de su derrocamiento, fue que ya empezó a trabajar para la posteridad, en el sentido de componer su estatua, se convirtió en la estatua de sí mismo y se instaló frente a su propia estatua, y cuidaba de esa estatua muchísimo, inclusive más allá de cualquier gesto afectivo que pudiera comprometerlo. Y te voy a contar una anécdota para que te des cuenta de cómo era eso.
Durante su permanencia en París yo traté de que Roger Caillois, quien dirigía una colección narrativa latinoamericana llamada “La Cruz del Sur”, tomara a “Canaima”, una novela que a mí me ha gustado mucho siempre. Entonces inicié tratos con Caillois. Yo servía de intermediario entre Caillois y Gallegos, y Gallegos estaba de acuerdo, porque él tenía una cosa muy curiosa en eso. Vendía con la mayor tranquilidad sus derechos exclusivos, totales o parciales a todos los editores, es decir, que, si no hubiera sido Rómulo Gallegos, tendría centenares y centenares de demandas, pero bueno, como era Gallegos la gente pasaba por arriba. Si venimos a ver, hoy en día tiene derechos exclusivos de Gallegos una cantidad de editoriales. En el trato con Caillois fue apareciendo precisamente eso de que “Canaima” está vendida, revendida y trivendida en derechos de cine, de radio y televisión y de todo, sin embargo, él estaba de acuerdo en venderlo de nuevo y no se podía hacer eso. Mientras se llegaba a la conclusión de la imposibilidad, yo traté mucho de que se conocieran más Gallegos y Caillois, que era un gran admirador de Latinoamérica. Había estado en Argentina y había colaborado en Sur. Organicé una comida en mi casa para que Caillois y Gallegos se trataran. Bueno, y Gallegos se tomó su vinito y entonces olvidado de su estatua se dejó ir a confidencias, y como en aquel entonces Caillois estaba trabajando en una especie de investigación psico antropológica sobre el azar, las martingalas, es decir tratando de penetrar en eso que llaman el azar en materia lúdica, en materia de juegos. Gallegos entonces le refirió una anécdota y era que, cuando el vino por primera vez a Europa por la enfermedad de la rodilla de su señora, a quién operaron en Polonia, en Italia él hizo un tour por la Costa Azul con la gran curiosidad de conocer el célebre y famoso Casino de Montecarlo. Llegó con el tour al Casino de Montecarlo y entonces dijo que quería ir ya a jugar un número que tenía en la cabeza durante el viaje, pero entonces el guía le dijo «No, no señor, aquí el tour empieza por visitar todo el casino y luego termina en la sala de juegos». Se plegó al tour. Llegó y cuando entró a la sala de juegos el número que quería jugar había salido tres veces seguidas. Caillois se apasionó con ese fenómeno y yo le escribí después una carta diciéndole, «Bueno Caillois, precise lo de “Canaima” porque no le vaya a pasar a usted lo que le pasó a Don Rómulo con el número veintisiete, o sea, que llegó tarde para jugarlo». Le llevé la carta a Gallegos para que la aprobara y me dijo «No, no, ¡jamás!, ¡quita todo eso del juego!» «¿Y por qué Don Rómulo?» «No, no, tú te imaginas que después van a decir, si esa carta cae en manos de alguien el día de mañana, que yo era un jugador, que frecuentaba el Casino de Montecarlo. ¡No, no, quita eso!».
Te cuento tal situación para que veas cómo ya Gallegos estaba ante su estatua, de modo que una cosa espontánea, sentado alrededor de una mesa cordial, de repente lo borró, porque ya quería que quedaran de él solo las imágenes perfectas. Entonces, claro, un personaje así, que está trabajando para su estatua, y que de por sí era un ensimismado, y al que se unían las dos cosas, hay que verlo bien para comprender lo que significa el trato con Gallegos. Era como enfrentar a la serranía del Ávila o al Pico Naiguatá. Resultaba una persona completamente sumida, casi generalmente en él mismo, en sus problemas, de modo que las cosas más nimias, como ir a poner una carta en el correo, salir a pasear o hacer una llamada telefónica, era un problema que movilizaba a toda la casa para atender lo que él quería. Eso, por supuesto, a mí me decepcionó por completo, pero me decía, bueno, un “Monstruo Sagrado” y ahora está en todo su apogeo, y hay que admitirlo pues. No digo más, Benito.
Juan Liscano nos repite que ha hablado suficiente y que siempre en la vida hay encuentros y desencuentros. Nos queda en la memoria mucho de lo que nos comentaría ese viernes de mayo en la noche, cuando nos habló de academicismo y vanguardia, y de la cultura industrial que está acabando con lo nuestro para imponer otro tipo de identidad, de sus tormentos, de sus matrimonios, de su falta de amantes verdaderas y del exceso de mujeres y de licor. Transcurrió el año 1984 y habló y habló Liscano de sí mismo, de sus aspiraciones místicas, de la guerra y la política, y de la ceguera del hombre actual. Nos dice ahora, para concluir con Gallegos, que ha hablado suficiente. Inicialmente pensé que “Gallegos el otro” se pudiera titular esta reflexión íntima de Liscano, quien tiene por costumbre dar un paso más, y otro más, a lo más profundo del ser. Siempre la indagación interior ha sido una constante en su obra intelectual, y recientemente se ha difundido una opinión que generó múltiples discusiones al celebrarse el Bicentenario del Natalicio del Libertador Simón Bolívar, teniendo entre los escritores invitados a Liscano. Alguna de sus conferencias la tituló “Bolívar el otro”.
Ahora entendemos por qué nos dijo Juan Liscano, al comienzo de la entrevista, que hablaría de algunas anécdotas de la forma más discreta posible para no herir susceptibilidades galleguianas.